25: Equirria coloreada de marrón

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Roma, capital del Imperio Romano. Campus Martialis en la Colina de Celio, 14 de marzo del año 23 a.C.


Los caballos corrían enloquecidos por el manejo y control de sus propios jinetes. La carrera estaba bastante pareja y hasta la última vuelta no se sabría quien sería el ganador, Alejandro lo encontraba simplemente aburrido. Estaba harto de todo esto, quería que estas celebraciones hacia un dios en el que no creía se terminaran pronto. Desgraciadamente, todavía faltaba bastante.

—Cambia el semblante, creo que tu disgusto se nota demasiado —susurró Domitio Severo.

El pelirrojo se encontraba a su lado mientras observaban la carrera, así como cientos de legionarios que eran espectadores de las celebraciones.

—No me importa, nada de esto tiene sentido para mí —respondió Alejandro hastiado—. Ni siquiera es un dios al que venero.

Domitio rodó al ojos, conocía al egipcio y lo apreciaba demasiado, era su mejor amigo; pero también sabía lo terco que era y todos los problemas que eso podría traerle si una persona equivocada lo escuchaba.

—Lo sé, pero debes disimular, son las reglas para entrar al ejército romano —volvió a susurrar el de familia patricia.

Alejandro se mordió la lengua y no volvió a hablar, Domitio sonrió al notar que eso significaba que le había dado la razón. El pelirrojo se concentró otra vez en la carrera, ahora estaba ganando el caballo negro, pero aún quedaban varias vueltas.

Hoy era el día de la segunda Equirria, la primera había sido el mes pasado y había sido la introducción al mes del dios Marte; mientras que la que se celebraba el día de hoy marcaba el inicio del periodo de guerra. Era la época en que el ejército romano partía hacia las nuevas campañas militares, siempre encomendándose a su dios Marte para protegerlos. Las celebraciones solían hacerse en el Campo de Marte y fuera de los límites sagrados del pomerium* de Roma, pero debido a las últimas devastadoras inundaciones que sufrió la ciudad cuando se desbordó el río Tíber y provocó escasez de alimentos, este año se trasladaron al Campo Matialis en la Colina de Celio, una de las siete de Roma.

—No he visto a tu hermana por ningún lado, ¿acaso no vino a la celebración? —interrogó Domitio mientras miraba entre toda la gente para ver si encontraba a la susodicha.

Alejandro lo miró con el ceño fruncido ante el cambio de tema tan repentino y que justo la localización de su hermana sea el punto central de la conversación.

—No —masculló entre dientes—. A ella no le gustan estas cosas, además no está de acuerdo con mi ingreso al ejército, así que está enojada conmigo.

Domitio pareció realmente abatido ante la respuesta de su amigo.

—¡Qué pena! —musitó con tristeza—. Quería conocerla, los rumores dicen que es muy bonita —continuó más entusiasmado—. No sería genial que al final nosotros terminemos siendo familia gracias a mi matrimonio con tu hermana —terminó eufórico.

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