Roma, Palacio del Emperador, 5 de abril del año 23 a.C.
El lugar estaba oscuro, vacío y frío. Selene llevó sus rodillas más cerca de su pecho y se abrazó con fuerza, intentando darse un poco más de calor corporal, pero el estar vestida simplemente con una stola no la ayudaba mucho, ni siquiera había tenido tiempo de agarrar la palla para cubrirse, ya que los guardias habían interrumpido tan tempestivamente y la llevaron con fuerza y sin darle tiempo a nada. El suelo de tierra tampoco ayudaba mucho y el aire parecía estar viciado al ser un lugar tan cerrado, olía horrible, ni siquiera quería imaginarse por qué.
Había estado aquí encerrada desde el día de ayer y pasar la noche en este lugar había sido terrible, no había podido dormir ni siquiera unos minutos, asfixiada por el ambiente, el ruido de las ratas y el miedo que invadía cada uno de sus pensamientos. Esta situación le hizo recordar aquellos primeros días cuando Alejandría había caído y Augusto los esclavizó, en ese entonces su futuro había sido incierto y ahora, siete años después estaba igual. Sin embargo, en el pasado tenía a sus hermanos para sentirse fuerte y acompañada, ahora estaba completamente sola. Un escalofrío la recorrió, no solo por el ambiente helado sino por su evidente temor a lo que le iba a suceder.
—¿Tienes frío, egipcia? —interrogó una voz burlona.
Selene se sobresaltó y levantó la vista, un guardia había asomado la cara por los barrotes. No podía ver mucho por la escasa iluminación, pero las antorchas que estaban encendidas en el pasillo le permitieron vislumbrar una cara regordeta y que tenían unos ojos demasiado redondos, que parecían saltar de sus cuencas con el juego de luces y sombras. Selene retrocedió un poco más si fuera posible, aplastándose contra la sucia pared, solo en un vago intento de alejarse del hombre, pero permaneció callada. Sin embargo, el guardia captó su movimiento y sonrió más todavía, notó que le faltaba el tercer diente del lado derecho.
—No tenemos mantas para ofrecerte, pero si me lo pides amablemente, puedo entrar y hacerte compañía —dijo de forma lasciva.
Los demás guardias rieron, Selene no podía verlos por estar apostados en los pasillos pero estimaba que eran tres más, ya que eso había contado cuando la arrojaron a este lugar. Selene cerró los ojos, apoyó su frente en sus rodillas y se abrazó con más fuerza, deseando desaparecer y dejar de tener miedo.
—Vamos no seas tímida, soy una buena compañía y entraremos en calor rápidamente —continuó el hombre.
Las risas se hicieron más estruendosas y ella trató de desconectarse a pesar de seguir escuchando sus voces desagradables como "Yo también me ofrezco como voluntario", "Podemos compartir". Y ya no pudo contener las lágrimas que se deslizaban por su rostro, se hizo más chiquita para que ya nadie la notara y la dejaran sola. Se sentía vulnerable y desesperada, ya no quería estar aquí, solo quería desaparecer.
ESTÁS LEYENDO
LA ÚLTIMA CLEOPATRA
Historical FictionCleopatra Selene II estaba destinada a gobernar a todo Egipto cuando creciera, pero cuando los Romanos le declararon la guerra e invadieron su reino, todo se redujo a cenizas y a un futuro incierto. ...