33: Marco Vipsanio Agripa

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Roma, Palacio del Emperador, 29 de abril del año 23 a.C.


El viaje había sido agotador y largo, sumado a los contratiempos que habían enfrentado. Pero por fin habían llegado a Roma, así que sin perder más tiempo, Agripa había mandado a su hija Vipsania a que vaya a descansar y busque a Marcela, a pesar de las reticencias de la joven, lo había hecho. Mientras que Agripa había ido directamente a encontrarse con Augusto, ya enterado de su nueva situación y de la gravedad de ésta.

Se sintió extraño al ser testigo de la escena frente a él, Augusto estaba semiconsciente en la cama mientras Julia le hablaba, pero él no respondía, seguramente su cabeza estaba en otra parte. Y del otro lado estaba Octavia, acariciando con lentitud el cabello de su hermano, pero perdida en sus propios pensamientos y totalmente distante de todos.

Julia fue la primera que notó la presencia del hombre que acababa de llegar y se calló de inmediato, pero ese silencio no duró demasiado, ya que con energías renovadas, la mujer se puso de pie totalmente furiosa.

—¿Qué está haciendo usted aquí? —interrogó con rabia.

—Señora Julia, lamento su pérdida —comenzó Agripa, al mismo tiempo que hacía una leve inclinación y mostraba su respeto a su fallecido marido—. He venido a ver a mi amigo —agregó.

La hija del Emperador frunció el ceño, este hombre no era bienvenido y tenía la osadía de presentarse y aparentar que todo estaba bien. Julia podía estar lo más alejada de la política y todas sus implicaciones, pero sabía quién era este hombre.

—Usted fue exiliado a Siria, sé que ya no son muy buenos amigos. Así que retírese de aquí ahora mismo —proclamó con ferocidad.

Agripa permaneció sin reaccionar instantáneamente, ya que se sorprendió del arrebato de la hija de su amigo, siempre la habían retratado como una ejemplo de mujer noble, tranquila y que prefería mantenerse fuera de todos los temas que implicaban al Imperio; pero ahora no estaba viendo a esa mujer, algo había cambiado.

—Julia, mi niña —intervino Livia por primera vez, quien había permanecido apartada en una esquina de la habitación—, no es bueno alterar a tu padre, él necesita descansar.

Julia se mordió el labio y apretó los puños, pero luego volvió al lado de su padre y comenzó otra vez a hablarle con dulzura, pero Augusto seguía igual y sin reaccionar. Livia miró a Agripa y le hizo una seña para que saliera de la habitación, él asintió y obedeció pero antes dirigió una última mirada a la escena, Octavia no se había movido ni reaccionado ni siquiera un poco. Ella tal vez estaba peor que su hermano, pensó Agripa a último momento.

La esposa de Augusto lo llevó hasta el lugar donde el Emperador solía tener sus reuniones, un espacio donde se podía hablar con cierta libertad sin ser tan vigilados. Agripa no tenía un buen presentimiento de todo esto.

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