1. Último primer día

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El cielo hoy estaba precioso y cómo no podía dormir por culpa de mis pensamientos, decidí subir al tejado de mi casa para ver las estrellas.

Mirar la luna y las estrellas de noche siempre ha sido algo que me ha dado paz y tranquilidad. Es algo que siempre ha conseguido poner en pausa todos los pensamientos que parecen ir a 200 kilómetros por hora por mi mente, como si de una carrera ilegal se tratase.

Es fascinante cómo por la noche toda la ciudad se vuelve desierta, todo está en silencio y todo el mundo duerme para comenzar otra vez con la misma rutina al día siguiente.

Recuerdo cómo de pequeña temía a la noche, siempre pensaba que los monstruos me iban a comer si no dormía, pero ahora no hay cosa que más ame en el mundo, ya que es el único momento en el que puedo estar en paz. El único momento en el que el mundo se para y puedo contemplar su belleza.

Mañana va a ser un largo día, pensé, ya que era el día en el que tocaba volver al dichoso instituto. Eso significaba volver a la misma rutina de siempre.

Eso sí, por una parte estaba contenta porque iba a ser mi último año allí, pero por otra parte eso significa que debo empezar a planear y pensar lo que quiero hacer cuando acabe, y digamos que no tengo ni la mismísima idea. La sociedad piensa que los adolescentes de dieciocho años ya tenemos que saber a lo que nos queremos dedicar el resto de nuestra vida, lo que ellos no saben es que es imposible saber algo así a nuestra edad.

Por otra parte, el instituto siempre ha sido algo que he odiado, incluso cuando iba al colegio. Es una institución que lo único que hace es provocar ansiedad, miedos, nervios y otras muchas cosas a los estudiantes. Es una tortura, y lo peor es que llevamos estudiando desde que prácticamente aprendimos a andar. Si a todo esto sumamos a los adolescentes que acuden allí, creo que creamos una bomba nuclear.

Os pongo en contexto, yo siempre he sido el bicho raro de la clase, siempre he sido la chica nerd que nunca habla. Soy bajita pues mido 1'58, tengo el pelo castaño y ondulado, los ojos marrones y, por si esto no fuese poco, también tengo gafas.

Mi físico y personalidad eran perfectos para que el primer año de instituto mis compañeros se metieran conmigo diciendo cosas como: "¿es que acaso tienes voz?" o "ya viene la friki que no habla". Al principio fue muy duro escuchar cosas así, pero luego uno se acostumbra.

Tras ese año escuchando esas cosas, los comentarios cesaron y todo fue gracias a mí actual mejor amiga, Audrey, o cómo yo la llamo, Addie. Que recién llegada al instituto cuando escucho lo que me decían no dudó en enfrentarse y pelearse con los matones, haciendo que me dejasen en paz.

Eso sí, le pusieron un parte y le suspendieron por tres días, pero según ella mereció la pena cada segundo de ello, porque desde ese día nos hicimos inseparables, y además, todo el mundo en el instituto la empezó a tener respeto y ahora nadie se atreve a meterse con nosotras.

Pese a eso, nosotras nunca hemos sido las populares del instituto, ni mucho menos, aunque ella sí que es más extrovertida que yo y habla con algunas personas. Yo sigo siendo la invisible de ese lugar pero al menos ahora nadie se atreve a decirme nada.

Cogí el móvil y miré la hora, ya era casi la una de la mañana. Debo de irme a dormir o mañana me voy a morir de sueño en clase y no creo que sea una buena impresión para el primer día. Además, que no quiero parecer un zombie recién salido de The Walking Dead.

Me levanté y me dirigí al balcón de mi habitación, donde tengo unas escaleras que instalé hace unos años para poder bajar y subir al tejado con facilidad. Una vez las bajé, abrí la puerta de la terraza para después cerrarla y acostarme en mi cama.

El Arte De Ser Invisible (lgbt+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora