65. Un malentendido

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Ahora mismo creo que estaba maldiciendo el clima. ¿Por qué antes de salir de casa hacía nublado y justo al pisar la calle se pone a llover? Ni yo lo sé, pero al menos ya acabo de llegar a mi destino, sana y salva, aunque bastante empapada porque solo a mí se me ocurre salir de casa con un jersey sin capucha. Bravo Ellie, te vas a llevar un premio a la más suertuda del año.

Tenía que haber llamado a Addie o haber preguntado a mi hermana para que me llevase hasta aquí, pero pensé que era mejor andar para así ir procesando lo que iba a hacer ahora mismo.

Ahora estaba delante de la puerta de la casa de Valerie, un viernes a las casi seis de la tarde. Cerré mi mano en forma de puño y toqué la puerta de modo que hiciera un fuerte ruido. A los pocos segundos la puerta se abrió y yo sentía como mi corazón paró de palpitar un segundo, hasta que vi quien había abierto la puerta.

—Ellie, no sabía que venías— su padre me miró y abrió sus ojos—. Mira cómo estás. Corre, entra.

Él se apartó para dejarme espacio y me metí rápidamente, dejando mis playeras en la entrada. Cerró la puerta y entramos hacia la casa.

—Podías haber enviado un mensaje a Val para que te fuéramos a recoger, no tenías que haber venido andando— en su cara se podía ver la preocupación.

—Lo sé pero pensé que no llovería.

—Hay que mirar el tiempo antes. Me has pillado leyendo la Ilíada de Homero.

Vaya lectura más pesada, pero casi que prefería estar leyéndolo que hacer lo que iba hacer dentro de escasos segundos. Ya no sé si temblaba por el frío o por miedo. Creo que las dos.

—No te entretengo más. Sube arriba y date una ducha con agua caliente, no quiero que pilles un resfriado. Y que Val te deje ropa suya, porque la que llevas hay que meterla en la secadora.

—Vale.

Él me dio una sonrisa muy amable y se fue al sofá, mientras que yo comencé a subir las escaleras. En apenas segundos ya estaba en frente de su puerta, con la ropa empapada y pegada al cuerpo, como si un escultor hubiera utilizado la técnica de los paños mojados en su pieza de mármol. Y por si fuera poco traigo una bolsa con snacks y una carta, que ya me he asegurado que no se moje.

Levanté mi brazo y volví a poner mi mano en forma de puño. Armándome de mucho valor, di un golpe en su puerta, recibiendo una contestación al instante.

—¡Pasa, papá!

Cogí aire en gran cantidad y abrí la puerta lentamente mientras miraba al suelo. Una vez abierta por completo levanté la mirada y me encontré con Valerie tumbada en la cama y con su ceño fruncido. Estaba sorprendida, no esperaba verme aquí. Pero yo no me iba a rendir, iba a mover cielo y tierra para que ella se diera cuenta de que yo no estaba dispuesta a tirar lo nuestro por la borda y para que se de cuenta que yo siempre voy a estar ahí para ella, ya sea en lo bueno, lo malo o lo puto peor.

Se levantó al instante y cerré la puerta.

—Ellie, estás mojada...

—Si...

—Te tienes que dar una ducha para entrar en calor— ella dejó de mirarme para llevar su mirada hacia la pared—. Entra al baño y dúchate. Vas a enfermarte.

—V-vale.

Creo que es la primera vez en esta última semana que ha compartido tantas palabras conmigo.

Me metí al baño y ella cerró la puerta con rapidez. Me quité la ropa y me metí a la ducha, sintiendo como el agua caliente recorría mi piel. Aunque justo me acordé que no tengo ropa limpia y que no se la he pedido. Soy definitivamente tonta. Genial, ahora me tendré que volver a poner la que he traído.

El Arte De Ser Invisible (lgbt+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora