40. La encerrona

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—Vístete, nos vamos.

Levanté la mirada rápidamente tras ver qué alguien acababa de abrir la puerta de mi cuarto de forma brusca, interrumpiendo mi lectura. Era nada más y nada menos que Addie. ¿Se puede saber qué hace aquí un sábado?

—¿Qué haces aquí? Me podías haber avisado de que venías.

—Vístete, venga. Nos vamos a tomar un buen trozo de tarta de chocolate y un café.

—Pero...— ella se acercó a mí y me cogió de los brazos, arrastrándome fuera de la cama—. Relájate, ¿por qué quieres ir a comer tarta?

Ahora mismo no entendía nada. Y por qué mi madre la deja colarse en casa sin decirme nada antes.

—Porque me apetece pasar tiempo con mi amiga y comer tarta— contestó ella mientras buscaba en mi armario ropa para que me pusiera.

—Mmm... ¿vale?

Ella me lanzó un pantalón y una sudadera y me empujó, literalmente, hacia el baño. Esta mujer está loca, no entiendo qué le pasa. Me puse las prendas que había escogido para mí y salí. Addie me volvió a coger del brazo y comenzó a tirar de mí para salir del cuarto.

—Que ganas tienes, madre mía. Al menos deja que lleve mi móvil.

Me separé de ella y volví a entrar a mi cuarto para coger mi teléfono. Sin él no podría salir de casa, es importante llevarlo siempre, no se sabe lo que puede pasar.

Nosotras bajamos por la escaleras y salimos de mi casa, para después subirnos a su coche. Hoy ya era sábado y no tenía pensado moverme de casa pero por lo que veo, Addie tenía otros planes.

Ayer fue el típico viernes, ir a clase y luego por la tarde descansar. Intenté hablar algo más con Valerie, pero sinceramente no tuve mucho éxito. Ese sentimiento todavía sigue en mí y no logro quitármelo.

—Sigo sin entender por qué, de repente, te aparece ir a comer tarta.

—Ya te he dicho, quiero pasar tiempo contigo. Estas semanas no hemos quedado mucho.

—Ya, eso es cierto, pero al menos haberme avisado está mañana o algo.

—Si, bueno, pero es más divertido hacer planes sin pensarlos— yo giré los ojos—. Te voy a llevar a una cafetería nueva, aparentemente tiene una biblioteca.

No puede ser, ¿me va a llevar a la misma cafetería a la que la rubia y yo vamos siempre? Supongo que sí porque no creo que haya más cafeterías así por la zona.

A los diez minutos, ella aparcó el coche delante de la misma cafetería en la cual yo estaba pensado.

—Aquí me trajo Valerie algún día. Es muy buena cafetería, sus tartas están muy ricas.

—¿En serio? Pues yo nunca he venido. Vamos a entrar.

Salimos del coche y entramos. Cómo siempre el olor a café entró por mi nariz y el sonido de las tazas y los platos se podía oír. Hoy había bastante gente en la planta baja con lo cual se podía escuchar las voces al unísono de decenas de personas charlando relajadamente.

—Sube arriba, ya pido yo lo nuestro.

—Si, vale, porque aquí parece que hay mucha gente— dije comenzando a andar—. Espera, ¿podrás con la bandeja?

—Si, tranquila, al menos yo tengo mejor pulso que tú y no sé me caerá nada.

Eché una carcajada y comencé a subir las escaleras hasta llegar a la gran biblioteca, la cual estaba vacía. No sé por qué, pero este lugar era tan acogedor. Se podía respirar el característico olor a libros, a las hojas... pero también a madera, la madera de las mesas. Todos esos olores mezclados con el fuerte olor a café. No sé, era algo que me fascinaba.

El Arte De Ser Invisible (lgbt+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora