24. Odio que sea cierto

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Era miércoles por la mañana y yo estaba sentada en clase de historia del arte, intentando calmar mis nervios. Los compañeros todavía no habían llegado y Val tampoco, como venga tarde no sé qué le hago.

Hoy nos tocaba exponer el trabajo durante mínimo quince minutos y yo estaba muy mal, demasiado alterada por lo que iba a ocurrir en unos minutos.

Exponer es algo que me pone muy nerviosa porque implica hablar ante decenas de compañeros que te están mirando y analizando de arriba a abajo. Están pendientes de que cometas el mínimo fallo o error para así comenzar a reírse y criticarte en sus mentes.

Hablar ante el público nunca fue lo mío y nunca lo será, es que si ni siquiera soy capaz de hablar con una persona como lo voy a hacer delante de muchas más.

Otro de mis grandes miedos cuando se trata de hacer estas cosas es olvidarme de lo que tengo que decir, es por eso por lo que ahora mismo tengo delante unas hojas con todo lo que la rubia y yo tenemos que comentar el día de hoy. Yo leía el papel una y otra vez, no sé me puede olvidar nada, eso no puede pasar. Aunque sí eso pasase yo vengo preparada porque en el PowerPoint he puesto los puntos más importantes, y bueno, si pasa eso al menos los podemos leer.

La rubia entró por la puerta de la clase contenta de verme. Llevaba un pantalón de chándal negro amplio, una sudadera de cremallera muy amplia y al llevarla sin amarrar se podía ver la camiseta negra que llevaba debajo. ¿No tiene frío? Porque yo estoy helada. También, llevaba una gorra negra y por encima de esta la capucha de la sudadera, no entiendo porque tenía la capucha si ya llevaba la gorra, pero le quedaba un poco demasiado bien. Jamás pensé que esa combinación sería tan atractiva, pero lo es, probablemente por el pelo que le caía suavemente, el cual era precioso.

—Hola Afrodita— dijo la rubia riéndose una vez se acercó hacia mí.

—¿Afrodita? ¿Qué te has tomado hoy?

—Porque eres la diosa de la belleza y el amor, cariño— respondió dejando la mochila en su sitio y se colocó delante de mí mesa, lo que hacía que yo la viera mejor.

—Vaya, pues sí que traemos buenas bromas hoy. Muy apropiadas para la presentación que tenemos ahora.

—No son bromas, son realidades—guiñó un ojo.

—¿Y tú qué diosa eres? Sorpréndeme, ya que ahora sabes mucho de la antigua Grecia.

—Mmm... ¿Qué tal si soy una escultora? Porque así puedo esculpir tu cuerpo en mármol, pero no cualquiera, el mármol más caro.

—Te has despertado creativa, ya veo.

—Mejor dicho seductora.

—¿Así seduces a las chicas?

—Si, ¿y a que está funcionando?

—Al menos, has hecho que deje de pensar en la exposición por unos segundos.

—¿Estás nerviosa?

—Mucho— dije mientras masajeaba mi frente con los dedos.

—Se te ve muy tensa, necesitas un masaje.

Ella rodeó la mesa y se colocó detrás mío. Apartó mi pelo de forma delicada hacia un lado y colocó sus dos manos en mis antebrazos para comenzar a subirlas poco a poco hasta llegar a mis hombros. Sentía su respiración en mi cuello y me estaba alterando.

—¿Qué haces?— pregunté muy confusa.

—Darte un masaje. Ahora relájate para que nos salga bien el trabajo— susurró suavemente en mí oído.

El Arte De Ser Invisible (lgbt+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora