49. El relevo

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—¿Dónde estamos?— pregunté de forma confusa mientras Val aparcaba el coche en frente de un pabellón, o al menos eso parecía.

—Es la pista de hockey sobre hielo del pueblo. En invierno la abren al público— ella se tocó el cuello—. Había pensado que podíamos patinar, pero si no quieres puedo cambiar de plan.

—No, me encanta. Es como las películas.

Ella sonrió y ambas nos bajamos del coche, dándonos la mano. Entramos a la pista y Val compró dos entradas, después el trabajador nos dio los patines. Los patines eran negros, pesaban muchísimo y tenían una gran cuchilla que desde luego podía cortar cualquier cosa. Nosotras nos sentamos en un pequeño banco y nos colocamos los patines, pero había un problema.

—Valerie, ¿cómo nos vamos a levantar de aquí?— yo ya estaba comenzando a entrar en pánico.

—Tranquila, es fácil— echó una carcajada y colocó su mano en mi muslo—. ¿Alguna vez has patinado?

—Nunca. No tengo ni idea de cómo va esto. Por favor, dime que tú sabes.

—Si, cálmate, estás en buenas manos— ella se levantó y estiró su mano para que la cogiese—. Dame la mano y confía en mí. No es por meterte miedo pero este es el paso más fácil.

—Eso no ayuda— yo uní nuestras dos manos, puesto que con una no me servía, y poco a poco me levanté del banco. Una vez estaba de pie sentía que no tenía mucha estabilidad, salvo por ella, que era la cual estaba logrando que yo estuviera de pie porque si no me hubiera caído.

Ella es la que me estaba sujetando, la que estaba evitando que yo me cayese en pedazos, y aunque suene dramático y metafórico, no solo lo estaba logrando ahora que estábamos con los patines puestos, sino que lo estaba logrando en general. La rubia no lo sabe, pero estos meses ha hecho que mi vida de un giro, ahora siento que soy más feliz que hace unos años, cuando yo me encontraba en el suelo. Gracias a ella, estoy de pie.

—Lo estás haciendo muy bien. Ahora vamos a andar.

Ella comenzó a andar de espaldas mientras me miraba y yo daba pequeños pasos. Algo es algo, ya que nos estábamos moviendo.

Llegamos hasta la gran pista de hielo, la cual estaba rodeada de miles de asientos. En la pista habían familias con sus hijos y alguna que otra pareja hetero. Al ser por la tarde había bastante gente, pero había espacio suficiente para moverse.

Ahora tocaba entrar al recinto y si yo ya había sufrido llegando hasta aquí, no me quiero imaginar dentro. Si salgo viva sin caerme estaré orgullosa.

—Vale, ahora vamos a entrar con cuidado— ella metió sus dos pies en la pista.

Suspiré e introduje un pie en la pista, inmediatamente notando que la superficie era muy deslizante. Después, metí el otro pie que me quedaba pero comencé a sentir que me iba a caer hacia atrás y ella quitó sus manos de las mías para llevarlas a mí espalda. Yo hice lo mismo y la abracé ante el miedo que tenía.

—Confía en mí, no te vas a caer.

—Eso espero porque soy demasiado torpe. ¿Ahora cómo nos vamos a mover? Porque yo no pienso separarme de ti.

—Ni yo de ti, hermosa— ella sonrió y me dio un beso en la mejilla—. Vamos a dar una vuelta, ¿si? Y si quieres nos vamos. No quiero que estés sufriendo.

—Si, por favor.

Igual esto no ha sido una buena idea, y es por mi culpa, porque soy una cobarde.

—Tienes que deslizar los pies, primero uno y después el otro. Así nos moveremos.

El Arte De Ser Invisible (lgbt+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora