CAPÍTULO 21

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—En verdad Stefany ni siquiera es mi hermana. Es adoptada, pero ella ni siquiera lo sabe. Mi madre se embarazó de mellizas, pero por cosas del destino solo una de las dos llegó a este mundo. La tradición familiar de tener mellizos es tan fuerte que nada más nada nacer, adoptaron a otra niña de la misma edad y nos criaron juntas, haciéndonos creer que somos mellizas. Claro que Stefany esto no lo sabe y papá me dijo que nunca se lo contara.
Ahora tiene sentido que no se parezcan nada más que en el color de piel. Julia es rubia lacia de ojos azules mientras que Stefany es pelinegra ondulada de ojos marrones. De altura eran similares, pero en cuanto a rasgos no se parecían mucho. Eso sin incluir las calificaciones, aunque me dolía admitirlo Julia era una de las mejores alumnas de clase, eso si, nunca mejor que yo, o al menos, esa era mi perspectiva poco objetiva, aunque sí que pensaba que aunque no me alcanzaba me rozaba los talones. Mientras que Stefany era un desastre académicamente hablando, los exámenes que no suspendía los aprobaba raspados. Y eso era algo que no se podía ocultar. Dos niñas con la misma sangre tan diferentes hablando en todos los aspectos.

—¿Y por qué me lo cuentas a mi? ¿No has pensado que puedo divulgarlo?
—No lo sé, necesitaba liberarme y contárselo a alguien. Pero si lo cuentas eres mujer muerta, y no por mi, mi padre jamás permitiría que ese secreto se supiera, ni siquiera por mi parte aún siendo su favorita. Espera...¿ese secreto? ¿Es que acaso ocultaba más secretos Frederick Smith? Apenas le conocía, solo se dejaba caer por el instituto en uno de los tantos actos públicos que teníamos; le veíamos en cada aniversario desde la apertura del centro. Tenía entendido que además de ser el dueño de aquel instituto y del equipo de fútbol del pueblo que también se llamaba Valento Sierra y que tenía una equipación con los mismos colores que los del centro, en el que casualmente jugaba mi hermano, tenía multitud de empresas de diferentes sectores alrededor de muchos países, pero la marca que le había hecho mundialmente famoso por haberla heredado de su padre se llamaba Twith, era la fusión de las palabras "twin" que es mellizo y el apellido de la familia "smith". Se especializaban en el mundo textil, de hecho Twith era una marca para Estados Unidos como lo es  Fendi o Versace para Roma, tal vez por eso a Julia le gustaba ir siempre a la moda, o tal vez era un obligación más que se le imponía a la fuerza por el simple hecho de pertenecer a aquella familia y llevar ese apellido con tanto peso en el mundo de la moda. Stefany tampoco vestía mal pero digamos que tenía su propio estilo, era una mezcla de tibieza absoluta; ni muy elegante ni muy chabacana. No entendía muy bien el porqué de la revelación de aquellos secretos, ni porqué Julia estaba más cercana de lo normal, solo sabía que me encantaba no tener que agotar mis fuerzas con ella y poder invertirlas en otra cosa, como las preguntas que me llevarían a algún hallazgo más de los secretos de su familia. Seguíamos allí sentadas, compartiendo aquella silla de piano cuando sonó el timbre y apareció el profesor de nuevo. Lo cierto era que no habíamos hecho nada productivo, al menos no desde el punto de vista del profesorado, pues aquella hora la habíamos invertido en divertirnos y relajarnos, todo seguía tal y como lo habíamos dejado, aunque tampoco quedaba mucho por hacer, más que limpiar aquellos ventanales mugrientos, barrer y fregar. Yo en cambio consideraba que habíamos hecho un gran avance, que Julia había dado un pequeño paso y aunque otros podrían pensar que era poco, yo consideraba que era bastante. Nunca se sabe, podía ser el principio de una bonita amistad, al fin y al cabo teníamos algo en común, conocía dos de los secretos mejor guardados de Stefany. Lo que menos esperaba ella es que con aquella información la fuera a chantajear. Aquellos datos me habían dado una idea, una en la que mi hermano no se vería obligado a tener una cita con ella y yo accedería sin tener que ceder ante ningún tipo de extorsión a la fiesta de cumpleaños de Julia. El profesor se acercó y nos echó una reprimenda.

—Veo que todo sigue igual señoritas. ¿Algo que decir al respecto?
—Sí. —Dijo Julia. Estaba limpiando la mesa cuando sentí un fuerte dolor en el tobillo, entonces dejé de hacer lo que estaba haciendo y vine a sentarme. No quería que fuera a peor.
—¿Y ella? ¿Qué hace ahí? ¿También tiene un esguince en el tobillo?
—No. Yo no me he roto nada. —Respondí. Pero estoy en mis cinco minutos de descanso. —Señalé el reloj con el índice. La esclavitud hace siglos que se abolió. ¿O no lo recuerda? —El profesor puso cara de no tolerar mi burla pero respondió mansamente.
—Tienes razón, la esclavitud se abolió hace siglos, pero vosotras señoritas tenéis que terminar de limpiar este aula antes de que suene el último timbre del día. Así que os dejo para que sigáis con vuestra tarea. Hasta la vista. —Terminó de decir la última palabra, se giró y se marchó.

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