CAPÍTULO 7

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Dicen que los Domingos pasan rápido, que son más fugaces que una estrella, que se esfuman en un abrir y cerrar de ojos y fíjate si era cierto que hoy ya era Lunes. Seguía tumbada en la cama mirando al techo perdida en mis divagaciones, todavía no sonaba la alarma pero intuía que no faltaba mucho tiempo para que lo hiciera. No era la típica chica que se levantaba dos horas antes de lo habitual para arreglarse, entre otras cosas porque mi armario no era muy grande, así que no perdía el tiempo viendo qué ropa me pondría ese día, y mi pelo no necesitaba la ayuda de ningún electrodoméstico, ni siquiera para retocarlo, era lacio de nacimiento, permanecía intacto tras cada lavado. Pero en realidad sí que me levantaba dos horas antes de lo habitual, aunque no era por la misma razón que el resto de chicas de mi edad, era para arreglar un poco la casa y preparar el desayuno. Hablando de desayuno...¡Que se queman las tostadas!

—Huele a quemado. —Gritó Alex desde arriba.
—¡No me digas! ¿No se te habrá chamuscado la única neurona que tienes? —Grité para que pudiera oír mi enfado. Estaba claro que era la reina del sarcasmo y que mi piedad no hacía excepciones con nadie, ni siquiera la familia. Y mientras estaba sacando las tostadas incomestibles de la tostadora apareció la voz de Alex, provenía de detrás mío y por eso me giré para tenerle frente a frente.

—Bueno hermanita, tranquilízate, te veo muy alterada. —Dijo en tono burlón.
—¿Alterada? ¿Yo? ¿Acaso tendría motivos para estarlo, Alex? —Seguí con el sarcasmo.
—Pues no lo sé, pero empiezo a cansarme ya de tus comentarios. Siempre te los dejo pasar pero no soy tonto Ale, me doy cuenta. Así que relaja la raja, que es muy pronto para discutir.
—¿Sabes para lo que es pronto, Alex? Para limpiar toda la casa, poner dos lavadoras y preparar el desayuno. Para eso es pronto Alex, no para discutir. Pero tú que vas a saber de eso...—Me hubiese gustado pararle los pies, pero como no quise echarle más leña al fuego permanecí callada mientras servía el desayuno.

—¡Mamá, a desayunar! —Acababa de salir de la ducha, pero desde arriba gritó:
—Ya voy Ale, en cinco minutos bajo.
—¡Aquí te esperamos! —Vociferé de nuevo. Claro, ¿dónde íbamos a esperarla sino? —Me reí.
—Bueno hermanito, yo tengo hambre, así que voy a empezar a desayunar, si tú quieres esperar a mamá, tú mismo. —Tomé un sorbo de café detrás de otro e inmediatamente después agarré la tostada untada con mermelada y le di un mordisco. Hay que ver lo rico que te sabe todo cuando tienes hambre, sabe como a maná del cielo. En aquel momento entró mamá por la puerta.

—Vaya, veo que alguien tenía tanto hambre que no ha sido capaz de esperarme.—Vaciló.
—Lo siento mamá, intentaré esperarte la próxima vez aunque no prometo nada.
—No pasa nada Ale, no es el fin del mundo. —Me lanzó una sonrisa consoladora. Por cierto Alex, el ayudante del Doctor Salinas me dijo que te pasaras por allí, creo que ya tiene listo tu finiquito.
—Está bien mamá, me pasaré por allí después del instituto.
—¿Nos vamos ya? —Interrumpí la conversación.
—Claro, vamos. —Contestó mamá.

Alex había trabajado como ayudante personal del Doctor Salinas el verano pasado, mamá le había representado como abogada durante todo su divorcio cuando su negocio se encontraba al borde de la quiebra, así que digamos que le devolvió el favor contratando a Alex, aunque tuviera que inventarse un nuevo puesto de trabajo porque todos los demás ya estaban cogidos. Estábamos de camino al instituto cuando cruzó por mi mente la idea de cuánto le pagaría. ¿Sería una miseria? ¿O sería suficiente como para invitar a su nueva novia a una cena de esas en las que el código de vestimenta es de etiqueta?

—Ya te puedes independizar Alex. —Bromeé.
—¿Tan rápido me quieres perder de vista, hermanita? Pensé que me querías más.
—Y te quiero. Pero a veces de lejos. —Se me salió la carcajada.
—Yo también te quiero hermanita. —Lanzó un beso al aire.
—No lo dudo, hermanito. —Seguí vacilando. ¡Nos vemos, mamá! Que tengas un buen día en el trabajo.
—Si, adiós mamá. Nos vemos.

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