CAPÍTULO 25

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Aunque no veía su cara, pude distinguir aquella larga melena negra con mechas balayage rojo vino. Nadie más en el instituto tenía aquel color en el pelo. Así que no fue difícil llegar a la conclusión de quién se trataba. Era Aída. No lo podía creer, con lo empollona que era ella no me cuadraba que andase saltándose las clases. Aunque bueno, el mono y los amores eran una muy buena excusa para hacerlo. ¿Pero en qué momento había empezado a fumar? ¿Habría sido a raíz de la muerte de su hermano, sería que aquel duro golpe la condujo a aquel vicio tan destructivo? Y por otra parte, ¿habían vuelto a salir esas dos? ¿Y qué pasaba con mi hermano? ¿No estaba saliendo con ella? No entendía nada. Mientras divagaba en mis pensamientos vi cómo Aída la empujó, a pesar de que no oía nada parecía que le estaba reprochando aquel beso por sus gestos corporales. Julia parecía avergonzada, estaba cabizbaja mientras Aída le seguía reprochando. Entonces de un momento a otro, Aída empezó a caminar en mi dirección. Sin pensarlo quité la cabeza para que no me viera y me fui corriendo al instituto. Una vez allí me senté en las escaleras de afuera. Al poco tiempo llegó Aída.

—Alexia, ¿cómo va? —Me saludó. No esperaba verte aquí.
—Yo tampoco esperaba verte engañando a mi hermano. —Discurrí. Pero como no estaba segura de lo que había ocurrido hace unos minutos atrás contesté: Eso es porque debería estar de excursión y estar regresando a las dos y media, pero ya ves, el señor Francis me castigó por un problema que tuve con una compañera de clase y como he acabado de cumplir mi castigo antes de tiempo estoy aquí esperando. ¿Me guardarás el secreto, no? Ni a mi madre, ni a mi hermano. —Enfaticé.
—¡Claro que sí! —Respondió. Soy una mujer que sabe guardar secretos. —Dijo orgullosa.
<<Espero que sí, porque como se entere mi madre voy a meterme en un buen lío.>> —Medité. Confío en ti. —Añadí. Y entró por la puerta del instituto dejándome allí sentada en esas escaleras. <<Soy una mujer que sabe guardar secretos.>> No había prestado atención la primera vez a lo que ocultaban aquellas palabras, pero cuando azotaron en mi mente de nuevo me percaté de ello. ¿Eran secretos propios o se refería también a secretos ajenos? ¿Cuántos secretos guardaba? ¿Y de quién eran? ¿Conocería el nombre de la chica que salía con mi hermano si no era ella? ¿Alguien más conocería los secretos de ella? Tenía un montón de preguntas y ninguna respuesta en claro. Lo cierto era que lo que llevaba de día había agotado mis fuerzas y todavía tenía que inventarme una excusa para contarle a mi madre cuando me preguntara porqué si había ido a una excursión llevaba puesta la ropa de deporte con la que hacía Educación Física. Me levanté de aquellas escaleras y regresé a aquel callejón, con un poco de suerte no habría nadie y podría descansar en paz sin nadie que me molestara. Por desgracia para mi, estaba Julia sentada en el suelo con el móvil en la mano, mientras caminaba me di cuenta de una frase que destacaba de entre todas las demás, estaba escrita en letras mayúsculas bastante grandes pintada con spray rojo sobre aquella pared originalmente blanca que había ido perdiendo pureza por culpa de los escritos que la habían reducido al escarnio arquitectónico. <<Si tú te vas, ¿qué sentido tiene la vida?>> Si no fuera porque no tenía a Julia como una vándala hubiese pensado que aquella frase la había escrito ella, porque describía a la perfección lo que había ocurrido en aquel callejón minutos atrás. Seguí caminando hasta llegar hacia ella. Una vez allí me paré de pie frente a Julia. Ella levantó la mirada y preguntó:

—¿Qué haces tú aquí? Sus ojos estaban hinchados, parecían haber estado llorando minutos atrás aunque en su cara no había ni rastro de lágrimas.
—Supongo que lo mismo que tú. Hacer tiempo hasta las dos y media. ¿O es que tú estás haciendo otra cosa? Mientras hablaba volvió a agachar la cabeza y cuando acabé me ignoró completamente. Seguía a lo suyo, estaba en la ventana de un chat de WhatsApp, parecía que ella había mandado muchos mensajes sin respuesta y justo cuando me centré en descifrar el nombre de la persona apretó el botón lateral con el pulgar y bloqueó el móvil como si se hubiera dado cuenta de que yo estaba mirando. Por lo que había pasado antes supuse que era Aída la receptora de aquellos mensajes pero no lo tenía claro. Levantó de nuevo la cabeza y pronunció las palabras que se había ahorrado antes.
—¿Te piensas quedar ahí mirando lo que hago?
—No, me pienso quedar aquí mirándote a ti. Por cierto, ¿no te habrás replanteado la idea de invitarme a tu cumpleaños? —Dije mientras me sentaba a su lado.
—No hay nada que replantearse. Ni sueñes que vas a ir. —Me miró de reojo.
—En ese caso...—saqué el móvil, abrí Instagram y extendí el brazo para tomarnos una foto — Sonríe —apreté el botón— Antes de que le diera tiempo a arrebatarme el móvil le di a la flechita para que la guardara en mi galería. Mira, parecemos gemelas con el mismo chandal —Dije a la par que giraba el móvil para mostrarle la foto—
—¡Borra eso ahora mismo!
—¿Por qué haría semejante cosa?
—¿Recuerdas cuando te fuiste de clase para ir a la taquilla a coger la mochila y cuando regresaste estaba el director esperándote? Bueno, pues me debes una. Así que bórrala ya. Lo cierto era que tenía razón y aunque me pesara en el alma, le di a la equis de manera que se puso de nuevo para sacar otra foto, se lo mostré para que viera que cumplía con mi palabra, cerré Instagram, bloqueé el móvil y lo guardé en el bolsillo. Miré el reloj, quedaban siete minutos para que dieran las dos y media, así que me levanté y dejándola allí empecé a caminar. Al avistar el instituto me di cuenta de que el chófer ya estaba esperando a las hermanas Smith, medité en la excusa que pondría Julia cuando éste viera que no salía por la puerta. En seguida llegó un autobús que aparcó justo detrás del coche. Eran mis compañeros de clase. Veía cómo empezaban a bajar y de repente, no se cómo ni en qué momento ocurrió, vi a Julia mezclada entre ellos, acto seguido junto con su hermana entraron al coche. Aquel día era el primero en que el chófer no se bajaba a abrirles la puerta. Supongo que a Julia no le convenía porque de lo contrario la hubiese pillado. Una vez arrancó aquel coche me dirigí a la puerta del instituto, al cabo de unos segundos sonó el timbre, se abrieron las puertas, empezó a salir la gente y yo me mezclé entre aquella multitud haciendo ver que salía con ellos. Sabía que mi madre llegaría tarde como era de esperar, así que me paré en la acera a esperar.

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