CAPÍTULO 26

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Terminé de ducharme con aquella vorágine de ideas en mi sesera, me puse la toalla en el pelo, después el albornoz, y por último las chanclas, abrí uno de los cajones y saqué una toalla, acto seguido abrí la puerta del baño y me fui al cuarto. Cerré la puerta, fui a la cama y posé la toalla. Me quité el albornoz, volví a tomar la toalla y a secarme de nuevo, una vez que estuve seca, primero me puse la braga, después el sujetador, tercero el skinny jean, cuarto la camisa blanca, quinto el jersey de punto y por último me puse los calcetines y las playeras. No tenía intención de ir a ningún sitio, solo acompañar a mamá a recoger a mi hermano al entrenamiento. Tomé aquel chándal, bajé abajo, lo metí en la lavadora, eché el detergente y el suavizante y apreté el botón para ponerla en funcionamiento. En aquel momento recordé que necesitaría papel de regalo para envolverle el regalo a Julia. Y una bolsita que no fuera mi cutre para transportarlo. Así que dejé aquella ropa lavando, fui donde mamá y le mentí para que me diera dinero.

—Mamá, necesito que me des dinero para hacer unas fotocopias. Al parecer el día que falté a clase el profesor de Física y Química les dio un montón de apuntes y son los que me faltan. Por suerte una amiga me los ha dejado. El miércoles tenemos examen, así que me urge tenerlas ya para empezar a estudiar. Sabía que mi madre no se negaría, ya que nunca decía que no a todo lo que estaba relacionado con mis estudios.
—Está bien. En la entrada está mi bolso, coge la cartera y saca diez euros. Espero que con eso te llegue.
—Gracias, mamá. Eres la mejor. —La lancé un beso con la mano aunque no me veía porque seguía de espaldas concentrada en la pantalla de la laptop.
Entonces me fui a la entrada, agarré su bolso, saqué la cartera y cogí el dinero. Después volví a poner la cartera en su sitio, cerré el bolso y lo dejé en el mismo lugar en el que estaba, posado sobre aquel recibidor de la entrada. Me guardé el dinero en el bolsillo trasero del pantalón, subí arriba para coger una chaqueta, una vez me la puse, tomé algunos papeles y los metí en la mochila, al fin y al cabo "iba a sacar fotocopias" tenía que llevármela conmigo para no echar por tierra aquella mentira. Una vez estuve lista, bajé las escaleras y me despedí.

—Adiós mamá. Vuelvo en un rato.
—¿Llevas llaves?
—Sí, todo está en su sitio. —Y con esas palabras cerré la puerta y me fui rumbo a la librería más cercana. Al llegar había varios carteles de "Se vende" pegados en ambos cristales. Vaya, hacía mucho tiempo que no me pasaba por allí. La otra librería más próxima no se encontraba hasta dentro de cuatro manzanas, así que una vez mentalizada para el tramo que me tocaría recorrer, empecé a caminar. Al cabo de media hora caminando a paso ligero por fin avisté el letrero de la Clínica Dental del Doctor Salinas, la librería BookStar estaba pegada a ella. Una vez la alcancé entré y para mi sorpresa allí estaba Alma, tenía un libro en la mano, me pareció leer el título: "Todos mis futuros son contigo" de Marwan. Una vez lo escogió, se acercó al mostrador, justo allí agarró un papel de regalo y junto con el libro los posó en la mesa para pagar. Supuse que aquel libro sería el regalo de Julia. Yo estaba escondida entre las estanterías haciendo que miraba libros sin quitarle la vista de encima, pues lo último que quería era que me viera. Una vez que vi cómo salía por la puerta, me acerqué al mostrador, agarré un papel de regalo blanco con estrellas de color oro y lo posé en el mostrador.

—¿No tendrá alguna bolsa así tipo regalo?
—Solo tengo esas de ahí. —El dependiente señaló el estante que estaba a mi costado. Eran unas bolsas muy cutres, las típicas bolsas marrones de cartón que si no llega a ser por las asas podían pasar perfectamente por las que te dan en los supermercados cuando haces la compra en Estados Unidos.
—Entonces solo eso, por favor. —señalé el papel de regalo.
—Uno ochenta por favor. —Saqué el billete del bolsillo y se lo di al dependiente. Mientras él lo metía en la maquina aproveché para cogerlo y guardarlo en la mochila. Al cabo de segundos me devolvió el cambio junto con el tíquet.
—¡Gracias! —Dije mientras recibía el cambio. ¡Hasta la vista! —Añadí. Ya tenía una cosa hecha, ahora faltaba hacerme con una bolsa que fuera un poco decente. El problema era saber donde la encontraría.  Empecé a caminar rumbo a casa, tal vez en el camino de ida por estar centrada en mis pensamientos y tener una meta fija se me había pasado el ver algún bazar que me pudiera sacar de aquel apuro. Llevaba andadas dos manzanas y todavía no encontraba ninguno. Entonces recordé que mañana era Sábado, y como cualquier otro Sábado tenía que ir a casa de la Señorita McDowell. En aquel momento mi mente maquinó la excusa perfecta. Le diría a mamá que se me olvidó comentarle que el anterior Sábado la Señorita McDowell me había invitado a comer para que así conociera un poco más a su nieta Hannah, así que llevaría la mochila con los libros de inglés y aprovecharía para guardar también el regalo y el vestido junto con los tacones que le robaría a mamá y que me pondría para ir a la fiesta de cumpleaños de Julia. Después le mandaría un mensaje a mamá diciéndole que se había alargado un poco más y que al final nos habíamos ido al cine a ver una película. Uno de los pros de ser una chica tan aplicada y responsable que siempre sacaba sobresalientes, era que cuando mentías, lo hacías tan bien que tu madre ni lo notaba. Empezaba a pensar que aquel don para el engaño lo había heredado de mi padre, al fin y al cabo él también la había mentido, y no era precisamente una mentira piadosa como la mía. Aquello era un trolón que no sabía cómo no le había crecido la nariz como a Pinocho. No sabía cómo le podía haber sido infiel a mamá. Al final llegué a casa sin ninguna bolsa y con un papel de regalo que no sabía usar, pero tampoco me preocupaba mucho, me pondría un tutorial en YouTube y listo.
—Ya estoy aquí. —Dije a la par que cerraba la puerta.
—Ah, hola Ale. Ya nos vamos. —Mamá ya estaba lista y Alex bajaba por las escaleras con la mochila de entrenamiento al hombro. ¿Vienes con nosotros? —Añadió mamá.
—No, me quedaré estudiando, que aunque me gustaría, el examen de física y química no se va a aprobar solo. —Bromeé.
—Vale. Pues nos vamos entonces. No olvides tomarte un descanso cada cuarenta minutos, que después te duele la cabeza. —Dijo mientras sostenía el pomo de la puerta, acto seguido cerró la puerta y se fueron.
Recordé que el chándal estaba metido en la lavadora y probablemente habría acabado el programa de lavado. Así que subí al cuarto rápido, dejé la mochila sobre la mesa de estudio, la abrí, saqué el papel Oda desdoblarlo, la cerré y fui a esconderlo dentro del armario, bajé las escaleras, fui a la cocina, apagué la lavadora, lo saqué y lo metí en la secadora. Quería creer que aquel algodón era de calidad y no encogería la ropa, de todas maneras le había puesto en el modo medio, para que secara rápido pero no tuviera tanto calor como para encogerlo. Lo dejé ahí y subí de nuevo al cuarto. Los libros de Física y Química estaban sobre la mesa, ya que el Jueves había estado haciendo algunos ejercicios y supuestamente el Viernes no me tocaba dicha asignatura. Así que me senté, saqué los apuntes y empecé a hacer ejercicios. Mamá siempre decía que la mejor forma de aprender es haciendo. Y eso es lo que hacía. Al cabo de una media hora resolviendo problemas, parecía que había uno que se me resistía. Así que paré. Tomé el cuaderno, lo metí dentro del libro para saber en qué página estaba y lo cerré. Pensé que la secadora ya había terminado, así que bajé a comprobar si estaba en lo cierto. En efecto, ya había acabado. Como solo eran dos prendas de vestir había puesto el programa corto de secado, así que ya estaba listo. Pulsé en el botón de apagar, abrí la puerta, saqué el chándal y cerré la puerta de nuevo. Estaba un poco arrugado. Aquellas arrugas solo me hacían pensar que me tocaría plancharlo, ya que Malena no regresaría hasta el Martes que viene y yo lo necesitaba para mañana. Así que subí con él en la mano y fui al cuarto de la plancha. La encendí, lo planché, la desenchufé de la corriente, lo doblé, lo llevé a mi cuarto y lo guardé dentro del armario. Ya estaba listo para el día siguiente. Solo me faltaba una cosa. Envolverlo en aquel papel que había comprado. Todavía tenía tiempo hasta que llegaran Alex y mamá. Así que me senté en la cama, abrí YouTube y me puse a ver un tutorial de cómo envolver un regalo. Lo tuve que ver dos veces para empaparme del asunto, una vez creí haberle cogido el tranquillo, bloqueé el móvil, lo metí en el bolsillo trasero y fui al armario a coger el chándal y el papel de regalo. Acto seguido fui a la mesa de escritorio, lo posé en la silla, aparté a un lado los libros dejando el hueco suficiente como para poder estirar aquel papel a lo largo de la mesa. Una vez tuve la medida exacta, agarré las tijeras del porta lápices negro con dorado, lo corté y las volví a dejar en su sitio. Metí la ropa dentro del papel y empecé a doblar tal y como había visto en el tutorial, tomé el celo del dispensador y lo coloqué en aquella doblez que había hecho. Así con cada parte hasta terminar de envolverlo. Una vez envuelto lo volví a dejar en el armario. Ahora sí, ya estaba listo para ser entregado. Después de haberme despejado volví a sumergirme de nuevo en el estudio. Sabía que mañana no iba a poder hacerlo, y no podía darme el gusto de suspender un examen. No era propio de mi y sabía que a mamá tampoco le haría mucha gracia. Cuando quise darme cuenta habían llegado Alex y mamá, así que bajé a deleitarlos con mi preciosa presencia. Mamá estaba en la cocina con el delantal puesto y por los ingredientes que estaban sobre la encimera podía prever que cocinaría huevos revueltos con champiñones. Mientras ella cocinaba, puse la mesa. Y una vez todo listo nos sentamos a cenar.

Fuera de lugar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora