CAPÍTULO 32

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Sabía que no era una buena idea, pero era la opción que tenía más a mano en aquel momento, así que ni corta ni perezosa le di un vuelco a la conversación preguntando:

—Oye, ¿me harías un favor? —Aída se tomó su tiempo para echar fuera aquella calada, después contestó:
—Claro, ¿qué puedo hacer por ti? Me hubiese gustado responder que primero que nada podía apagar aquel cigarro para que no entrara más toxicidad en mis pulmones, pero como me corrían más prisa mis pertenencias respondí:
—Me he dejado la cartera con el móvil y mis pertenencias en el cuarto de Julia, ¿podrías traérmelo? —Aída se quedó en silencio alrededor de unos cuarenta segundos, intuí que estaba meditando si regresar a aquel cuarto que había sido su nido de amor durante algún tiempo, y yo sabía que le estaba pidiendo mucho así que permanecí callada a la espera de su respuesta. Y entonces cuando creía que me diría que era imposible agregó:

—Claro, ahora regreso. No te muevas de aquí. —Se levantó, llamó al timbre y desapareció dejándome allí sola de nuevo. Entonces tomé su chaqueta y me la puse bien metiendo mis brazos por sus mangas. Al cabo de un rato se volvió a abrir la puerta, pero no era ella. Era Julia. Traía mi cartera en la mano. No sé qué habría pasado en aquella habitación que parecía que se habían dado el relevo. Se sentó a mi lado posando mi cartera sobre sus rodillas que permanecían pegadas, parecía querer entablar una conversación con aquel gesto, una conversación que ya empezaba mal con esa voz apagada...

—Alexia, I...I apologize. (Alexia, te...te pido disculpas) —No sé si es que se sentía más cómoda pidiendo disculpas en su idioma nativo o simplemente sentía que al hacerlo en su idioma original le daba más veracidad. Me hubiese gustado responderle con la canción de Timbaland. <<It's too late to apologize.>> <<Es demasiado tarde para disculparse.>> Lo cierto era que sí que estaba dolida, ya que en aquel cuarto me había abierto a ella y a su dolor, quería engañarme creyendo que seguía siendo parte del juego pero no era verdad. Aquello que hice fue fruto de la empatía que sentía y no parte del juego. Así que le reproché:
—¿Por qué te disculpas exactamente exactamente? —Julia se quedó en silencio unos segundos, después contestó cabizbaja:
—¿Recuerdas cuando me preguntaste en aquel baño por qué te odiaba tanto? Bueno, pues...la verdad es que sí sabía que Alma salía con tu hermano. Y fue precisamente por esa misma razón por la que empecé a odiarte, sentía que tu hermano me estaba arrebatando a mi mejor amiga y no podía soportarlo, y como tu hermano estaba fuera de mi alcance, tú, que eres su hermana, acabaste pagando mi enfado...—Entonces levantó la cabeza para contemplarme mientras la respondía. No respondí con palabras, sólo le aguanté la mirada como diciendo: <<¿En serio, Julia?>> Al ver que no apartaba la mirada añadió: Pero eso fue antes de que...—Julia dejó de hablar y el que no acabara aquella frase me sacó más de quicio.
—Vamos, ¡termina la frase! ¡No te atrevas a quedarte callada! ¡Suéltalo de una vez! —Reproché de nuevo.
—Antes de que me diera cuenta que tú no tienes la culpa de nada. —Repuso.
—¡Por supuesto que yo no tengo la culpa de lo que hace o deja de hacer mi hermano! ¡Pero qué estupidez más grande! —La reprendí. Es como si yo me metiera con tu hermana por culpa de todas las cosas que tú me has hecho. ¿Qué culpa tiene ella de lo que haces tú? Absolutamente ninguna. —Agregué con un tono de voz apaciguado para el enfado que tenía.
—Bueno...déjame compensártelo. Puedo llevarte a casa si quieres.
—¿Y ya está? ¿Siempre lo arreglas todo así de fácil? Qué pensamientos más extraños tenéis los ricos, creéis que todo se soluciona con un pequeño gesto banal que creéis grande y para nosotros los ciudadanos libres carece de importancia. Y no, ni necesito ni quiero tu caridad. —Respondí con voz firme. Lo cierto era que sí que necesitaba su ayuda, pero mi orgullo me hacía mella.
—¿Entonces? ¿Qué quieres que haga? —Me reprochó.
—Nada. Ya no hace falta que hagas nada. Solo dame la cartera y vete a disfrutar de tu fiesta. —Contesté con voz doliente. A pesar de haberme escuchado pedirle que se fuera, seguía allí sentada al lado mío, como si hubiese ignorado lo que había dicho o, tal vez me estaba retando. Pero si lo estaba haciendo no me apetecía plantarle cara ni pelear, me sentía exhausta. Todo cuanto había acontecido en aquella tarde-noche me había agotado. Solo quería ir a casa. O a algún lugar en el que me sintiera a salvo. Agarré su muñeca y miré la hora en su reloj Liliane en tono dorado con incrustaciones de Michael Kors. Eran las once y diez de la noche. Las horas pasaban volando y yo no sabía cómo regresaría a casa. Tampoco sabía si mi hermano seguía allí o después de dar aquel espectáculo había abandonado la fiesta. Reconsideré su propuesta y añadí:

Fuera de lugar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora