CAPÍTULO 49

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Y me respondía a esa misma pregunta que yo me cuestionaba.

<<Si es así, prefiero arrancármelo del pecho.>>

Y en aquel instante no sabía que aquello que sentía era una pequeña parte de lo que sentiría más adelante. La vida no se encargaría de rompérmelo, sino de destrozarlo y de machacarlo hasta llegar al punto que olvidaría la forma inicial que un día tuvo. Hasta llegar a llamar a aquel órgano palpitoso, deshecho, en lugar de corazón. Y después de dejar que mis ojos se secaran, me incorporé de nuevo. Y aunque no tenía ganas de hacerlo, contesté:

<<Tú sí que eres especial.>>

Y realmente lo sentía. Porque el que yo estuviera triste no implicaba que hubiera dejado de quererla. Lo seguía haciendo con todas mis fuerzas y con todo mi ser. Y aunque me doliera el corazón era inevitable no pensar en lo increíble que ella era ante mis ojos. Y después de aquel mensaje llegó otro:

<<Te tengo una sorpresa.>>

Y lo único que pude pensar tras aquellas palabras era: <<Que no me deje por Hannah, que no me deje por Hannah, que no me deje por Hannah...>> Y me lo repetía una y otra vez como si repetirlo tantas veces tuviera poder sobre las decisiones que Julia tomaría en un futuro y le impidiera hacerlo. Entonces respondí:

<<¿Qué sorpresa?>>

Y no tardó en responder.

<<Si te lo digo, deja de ser sorpresa, Alexia. No seas impaciente.>>

Y después mandó otro:

<<A las ocho paso a buscarte. Ponte guapa. Aunque no te hace falta porque ya lo eres.>> Y le añadió el emoji que lanza un beso.

Apenas faltaba una hora y cuarto para las ocho, así que me duché y me arreglé tan rápido como pude. Ésta vez no llevaba los vaqueros de siempre. Me tomé la libertad de pedirle prestado a mamá uno de esos monos elegantes que usaba para ocasiones especiales. Pero lo único que encontró era un mameluco de deporte negro bastante ajustado con rayas blancas a los lados y una cremallera en la parte delantera que iba desde la parte del bajo vientre hasta casi el cuello. Y a mí me daba igual. Ese mismo me servía. Y como cabía esperar me preguntó si había alguien especial. Y le respondí con otra trola. Dije que iba al cine con una amiga.

—¿Al cine un día lectivo? —Me cuestionó.
—Sí. Necesito liberar tanto estrés que últimamente me genera todo. Veremos una peli de risa y me relajaré un poco. Además, me hará bien salir un poco de estas cuatro paredes.  Y parece que coló de nuevo esa mentira.
—Está bien. No llegues tarde que mañana tienes instituto.
—Gracias, mamá. —Me despedí con un beso y salí por la puerta.

Julia me esperaba sentada en su moto. Pero había algo que me llamó la atención. El casco que yo había dejado en casa de Hannah el otro día, ahora colgaba de un gancho que había puesto en el manillar. Ahora sí que no me quedaba ninguna duda de que Hannah se lo había dado. Pero, ¿en qué circunstancias? ¿Se lo habría dado hoy o se habían encontrado antes en su casa? ¿O había sido en la de la Señorita McDowell? A pesar de que aquellos pensamientos me mataban por dentro traté de mantener la calma. Me acerqué a ella y empecé la conversación:

—Le he dicho a mi madre que vamos al cine. —Dije mientras me acercaba. Julia no quitaba la vista de mi escote mientras lo hacía. Después cuando me paré frente a ella, Julia intentó darme un pico pero giré rápidamente la cabeza hacia la izquierda y me acabó dando un beso en la mejilla derecha. Julia me miró como descolocada, entonces estiré el brazo izquierdo, agarré el casco, me lo puse, levanté la visera y pregunté:

—¿Nos vamos? Aunque Julia seguía desconcertada contestó mansa:
—Claro, vamos. Entonces se acomodó y se puso el casco. Y tras colocarle ella subí yo. Y nos fuimos. Al cabo de diez minutos aproximadamente llegamos. Era una playa. Pero antes de abrirse paso la arena había hierba alrededor y en ésta habían algunos arbustos. Una vez aparcó, puso la pata lateral  y conforme avanzábamos Julia se paró y se metió en uno de los arbustos. Y de ahí salió con una mochila. Entonces se puso una de las asas en el hombro derecho, me agarró de la mano derecha con su izquierda y caminamos hasta llegar a la parte donde empieza la arena mojada. Yo permanecía inmóvil mientras veía cómo ella abría la mochila y empezaba a sacar cosas. Primero colocó aquella manta, parecía la misma que encontré en la habitación de aquel local, después sacó cuatro velas redondas y tras sacar el mechero las encendió, una vez las colocó en las puntas regresó a la mochila y sacó dos copas con una botella de champán. Y mientras sostenía las copas con una mano y la botella con la otra se quitó las manoletinas que llevaba y se adentró en aquella manta, para posteriormente sentarse mirando al mar y posar las copas y la botella a su izquierda. En vista de que yo no me movía, giró el cuello en mi dirección y preguntó:

Fuera de lugar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora