CAPÍTULO 47

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Llegué a casa y me quité aquella ropa mojada. Mamá aún no había llegado. Intuía que sí que tal vez fuera cierto que había ido a la comisaría, pero tal vez no lo había hecho sola. Ya que todos sabemos, que en esos momentos complicados, cuando sientes que el mundo se te viene encima necesitas un hombro sobre el que llorar. Y mamá tenía uno. Y tal vez no era solo un hombro sobre el que llorar, tal vez era un hombre con el que acostarse liberándose así de las tensiones del día de mierda que estaba teniendo. Después de haberme dado una ducha, salí en dirección al hospital. Una vez llegué, me dirigí directamente a la unidad de cuidados intensivos. Y hallé una no muy grata sorpresa. Papá sí seguía allí, pero Tony ya no estaba. No puedo negar que pensé lo peor. Y lo peor le llevaba a mi hermano directamente a la cárcel. Decidí acercarme a la cama de papá, y mientras seguía allí posada en esas barandillas observando cómo no hacía absolutamente nada más que seguir existiendo, vi que una enfermera se acercaba, y fruto de mi curiosidad y mi angustia decidí preguntarla.

—¿Qué ha pasado con el chico que estaba aquí al lado? —Pregunté mansa señalando con mi pulgar hacia atrás.
—No sé de qué chico hablas, soy nueva en esta unidad, me acaban de trasladar. —Contestó seria. <<Gracias por tu servicio, me has sido de mucha utilidad.>> Fue lo primero que pensé tras escuchar sus palabras, pero la joven tampoco tenía la culpa de no saber qué había pasado con el chico que ayer se encontraba al lado de la cama de mi padre.
—Ah. Gracias de todas maneras. —Dije y esbocé una sonrisa forzada.

La enfermera siguió su camino y yo me quedé allí pensando qué es lo que había podido pasar. Me golpeó la frase que siempre decía mi abuela: <<Los milagros ocurren todos los días. ¿Por qué hoy iba a ser diferente.>> Y aunque no le quitaba la razón, a menudo ocurrían más desgracias que milagros. Aunque, claro está, que mientras uno estaba atravesando una desdicha otro estaba gozando del favor de una bonanza. Así que todo se reducía a la persona que lo vivía en ese momento. Papá seguía sin moverse y decidí que ya había tenido suficiente de ver un cuerpo inexpresivo e inerte, así que salí de aquel hospital rumbo a casa. Hubiese pasado lo que hubiese pasado con Tony, tarde o temprano tendríamos noticias. Cuando regresé a casa de nuevo, mamá se encontraba allí. Pero no estaba sola. No se quién le había hecho cambiar de parecer a mi hermanito pero había decidido regresar a casa. Aunque no sería por mucho tiempo. Mamá hablaba por teléfono con la policía un poco más allá mientras que Alex estaba sentado en el sofá del salón, con las rodillas abiertas y los codos posados sobre sus rodillas, con la cabeza baja mirándose las manos que las tenía colocadas en una especie de triángulo con los dedos yema con yema. La mitad que se apreciaba de su semblante estaba decaído. Aquella postura me indicaba que él sabía que estaba en problemas. Nunca antes le había visto. ¿Por qué había decidido regresar si sabía lo que le esperaba? ¿Había Alma logrado ponerse en contacto con él y contarle ese gran secreto? ¿O tal vez le había contado que pensaba no tenerlo y había venido para impedirlo? ¿Había sido al revés? ¿Fue mi hermano el que se había puesto en contacto con ella? Permanecí allí de pie contemplando la situación. Sin pronunciar palabra. La ocasión no ameritaba que hiciera ninguna broma. La cosa era bastante delicada. Ignoraba si esa misma noche mi hermanito no dormiría en casa. Solo tenía una certeza: mi hermano había delinquido y pagaría las consecuencias de ello. La policía no tardó en presentarse en casa y llevarse a mi hermano para tomarle declaración. Y mamá, ejerciendo más como abogada que como progenitora lo acompañó. Se lo llevaron esposado. Así como ves en las noticias cuando detienen al asesino de alguien. Y yo sentía más vergüenza que pena. Y sabía que mañana ese tema sería la comidilla de todo el instituto. Y aunque no quería que llegara mañana, era imposible detener el tiempo. Me preguntaba si mamá le había instruido antes de llamar a la policía, para no declarar contra sí mismo y no confesarse culpable. O si le había dicho que no dijera ninguna palabra hasta estar ante un juez conforme al artículo 520 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Al fin y al cabo, ¿Qué pruebas había en su contra? ¿La declaración de Aída, que ni siquiera se encontraba en el lugar de los hechos aquel día? Justo después de despertarme de aquella siesta, minutos antes de que mi hermano entrara por la puerta, me metí en Instagram y vi una historia que había colgado hacía media hora. No estaba en el entrenamiento de su hermano, parecía estar en lo que aparentaba ser una perrera. No lo sabía a ciencia cierta pero presentía que ella no sabía quién le había podido pegar la paliza, sino que intuía que había sido mi hermano por aquel altercado que habían tenido por mi culpa. Y, no vamos a engañarnos, si el tonto de mi hermano no hubiese salido corriendo, hasta pudiese haber pasado desapercibido ya que había ocurrido de noche y sin testigos. Al parecer había sido el entrenador del equipo el que se le había encontrado tirado en el suelo inconsciente fuera de las inmediaciones del campo de fútbol, en un sitio poco transitable y de noche. O eso era lo que me había dicho mamá el otro día después de haberse calmado un poco. Me consolé diciendo que no tenían las pruebas suficientes como para declararle culpable. Pero después recordé que la confesión de Tony lo arruinaría todo. ¿Y si ya no estaba en la unidad de cuidados intensivos porque se había mejorado y lo habían trasladado a planta? Aquella pregunta sin respuesta me inquietaba. Solo habían dos opciones. Había mejorado o había muerto. Una podía salvarle la vida a mi hermano y la otra se la arruinaría por completo. Y yo solo podía pensar en que, a pesar de que Tony hubiera muerto, mi hermano se había arruinado la vida de igual forma. Era demasiado joven para hacerse cargo de un hijo. Y demasiado inmaduro para aceptar esa responsabilidad. Y aunque fuera un tanto egoísta por mi parte, en aquel momento deseé con todas mis fuerzas que Alma decidiera no tenerlo. También me pregunté si Julia estaría al corriente de la situación o, si como a mi hermano se lo estaba ocultando. De todas las maneras, no lo ocultaría por más tiempo. Tanto si decidía tenerlo como si no. Porque necesitaría ayuda para ir a realizarse el aborto, y era obvio que no acudiría donde su padre. Si elegía aquella opción, Julia como su mejor amiga tenía todas las papeletas para ser su cómplice. Y si, por el contrario, decidía tenerlo, aquella tripa no tardaría en hacerse visible a la vista de los demás. Al cabo de dos horas, Alex y mamá regresaron a casa. Parecían no tener las suficientes pruebas para declararle culpable, además de la confesión de Aída, que lo único que había aportado es que se habían peleado en una fiesta y a raíz de eso, se habían vuelto prácticamente enemigos. Pero aquello no era un indicio consistente y mucho menos una prueba irrefutable de su culpabilidad. Además, ¿Quién sabe quien más le tenía manía a Tony? ¿Y si había abusado de más chicas antes de hacerlo conmigo? Él tampoco era un santo como aparentaba ser. Seguramente que también se hubiese ganado enemigos. Sino por eso, por otra cosa. Eso sólo lo sabía él y las personas afectadas. Cansada de todo y con la cabeza como un bombo, me fui a dormir. Mañana sería otro día. Y con un poco de suerte, sin tanto drama. Aunque no descartaba que fuera mucho peor que éste. O igual de agotador.

Nos encontrábamos desayunando los tres y, aunque había pasado solo un día en que Alex se había ausentado, volvía a hacerse extraño tenerle sentado a la mesa. Seguía teniendo el ojo morado, pero no tanto. Me pregunté qué había respondido en comisaría al haberle preguntado por su ojo. <<No creo que ésta vez hayas involucrado al tonto de Javier como hiciste conmigo, porque te arriesgas a que lo llamen y le presten declaración.>> —Discurrí.

—Ale, ¿me pasas el azúcar? —Preguntó Alex. Se veía relajado, como si no tuviera nada que esconder. Aparentaba tanta mansedumbre que me hacía replantearme la idea de si realmente había sido él quien le había propinado la paliza. Agarré el frasco con la mano y lo deslicé soltándolo en su dirección.
—Ale, ¿Qué tal el examen de ayer? —Mamá se interesó por mi.
—Bien, mamá. —Mentí. Era lógico que no le iba a contar que me había visto en la obligación de pedirle ayuda a Julia. Además de que la situación ya era lo bastante vergonzosa como para contarla. Mamá sonrió orgullosa después de haberse tragado una de las muchas mentiras que acostumbraba a decirle. Era raro ver a Alex de nuevo aparecer por el instituto después de aquel terrible suceso. Pero así ocurrió. Y como siempre, él por su lado y yo por el mío. Habían transcurrido diez minutos desde que la  Señorita Helkner había empezado la clase, cuando Julia al ver que estaba enfadada con ella decidió tirarme una bola de papel a la mesa. Una bola tan minúscula que no daba lugar a escribir nada en su interior. Aquello solo fue para llamar mi atención. Y cuando la tuvo, me mostró la palma de su mano izquierda, la tenía en horizontal con los dedos señalando al frente mientras que su codo estaba apoyado en la mesa. Su otro brazo también estaba cruzado apoyado en la mesa. Y me miraba haciendo pucheros.

<<Need u.>> <<Te necesito>> Eran las mismas palabras que me había escrito yo en la mano el día anterior. Solo que ella lo había acompañado de una carita triste en la parte inferior del mensaje. Entonces la ignoré y seguí mirando hacia el frente, atendiendo a lo que decía la Señorita Helkner. Me había dejado plantada por no se qué cosa o qué persona. Lo mínimo que podía hacer era estar indignada. ¿Qué era más importante que su novia?  Tal vez si me lo explicara, mi actitud fuera otra. Cuando terminó la clase, fui rumbo a mi taquilla como acostumbraba. Julia me siguió. Y sin dejar que abriera la taquilla, me agarró del brazo y me llevó a un lugar apartado.

—¿Qué te pasa conmigo? —Me reprochó.
—Vaya, veo que alguien necesita incluir almendras en su dieta. Son buenas para la memoria. Julia no tardó en percatarse de lo que estaba hablando.
—¿Es por lo de ayer? —Asentí con la cabeza.
—Lo siento. Tuve que irme. Y de nuevo volvía a disculparse sin explicarme nada, sin darme un porqué.
—¿No me vas a contar por qué? —Julia miró al suelo. Después miró al techo. Parecía rehuirme la mirada. Y las muecas de su cara insinuaban que estaba tratando de contener las lágrimas. Finalmente lo explicó.
—Ayer fue el aniversario de la muerte de mi madre...Y mi padre vino a buscarme para acudir a la celebración. Por eso me fui así. Lo siento. —Dijo logrando sostenerme la mirada. <<¿Lo sientes? ¡Quien lo siente soy yo!>> —Pensé y agaché la mirada.
La había vuelto a cagar. Ella sufriendo por la pérdida de su madre y yo montándole una escenita. <<Alexia, eres odiosa.>> Y como si Julia hubiera entrado en mi mente y hubiese visto lo dura que estaba siendo conmigo misma, me agarró el mentón con su mano, me levantó la cabeza de manera que nuestras vistas se cruzaron y pronunció:

—No tenías por qué saberlo. Y entonces la abracé. Y mientras la abrazaba le susurré en el oído:

—Te quiero. Y después recordé que estábamos expuestas en público y me aparté rápidamente. Y seguí diciendo: —Para lo bueno y para lo malo. ¿Vale? Julia asintió con la cabeza esbozando una media sonrisa. Después regresé a mi taquilla para cambiar los libros mientras ella se iba a la suya. Lo que menos iba a imaginarme yo era que me encontraría una sorpresa en la taquilla. Y no muy grata al parecer.

Fuera de lugar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora