CAPÍTULO 38

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<<Descortés tú, no esto.>> Eso fue lo que leí cuando me acerqué. Parecía que estábamos desfogando con el director encima de aquellos azulejos. Estábamos escribiendo todas las palabras que nos habíamos tragado en aquel despacho esta mañana. Me encontraba justo al lado de ella, y ella estaba justo debajo de la alcachofa de la ducha. Julia aún no ponía el capuchón al rotulador, lo sostenía con la boca entre los dientes, entonces me miró brevemente, volvió su mirada a los azulejos y deslizó su mano para anotar otra frase justo debajo de aquella que había escrito anteriormente: <<Love is in the air.>>
E inmediatamente después, con el capuchón aún en la boca, se giró por completo, y teniéndome frente a frente me agarró del brazo, me remangó el jersey un poco y me dibujó una pequeña jota seguida de un corazón del mismo tamaño en la mitad de la parte interna de mi muñeca, justo donde se marcan todas las venas. Luego agarró el capuchón con la mano libre del rotulador, sonrió y cerrando el rotulador dijo:

—Para que me lleves permanentemente contigo. —Y dicho aquel juego de palabras me miró como en busca de permiso para hacer algo más. <<Permiso denegado.>> —Pensé mientras miraba cómo me hacía ojitos. Entonces no dejé que pasara ni un segundo más, estiré el brazo, pulsé el botón y salí corriendo antes de que el agua me rozara si quiera. Julia tampoco tardó en salir de allí, pero no corrió ni misma suerte. Estaba lo suficientemente mojada como para tener que cambiarse de ropa. Mientras ella no podía creer lo que acababa de pasar yo la miraba con una sonrisa victoriosa a un metro de distancia. Me había librado de ella de una manera muy perspicaz, aunque seguía teniendo su marca en mi muñeca.

—Ya estamos en paz, ¿no? El otro día tú me mojaste a mí, y ahora soy yo la que te moja a ti. —La cara de Julia era un auténtico deleite para mis ojos. ¿Nos podemos dar la mano fraternalmente en señal de que las dos estamos de acuerdo? —Proseguí con mi burla. Julia no respondió nada, en su lugar se dirigió a su taquilla y volvió a sacar aquel bendito chándal, pero antes de empezar a quitarse la ropa para cambiarse me miró y dijo:

—Mira hacia allí. —Señaló la pared de en frente con el dedo índice. Yo me reí brevemente y añadí:
—¿En serio? Tú ya me has visto a mi, para compensarlo tendría que verte ahora yo a ti, ¿no? Sería lo justo.
—Te he dicho que mires hacia allí. —Volvió a repetir seria.
—Vale, vale, ya miro hacia otro lado para que la princesa se pueda cambiar. —Dije mientras agitaba agitaba la cabeza en señal de burla. Me alejé medio metro y me puse frente a la pared, como si estuviera castigada. Una vez allí, con ella a mi espalda dije:
—Ya puedes cambiarte. Entonces empecé a escuchar cómo se sacaba la ropa. Lo que ella no sabía es que mi astucia era mucho mayor, así que saqué el móvil con cuidado para que ella no se diera cuenta y con el reflejo de la pantalla vi cómo se vestía. Aquel conjunto de ropa interior de seda roja con bordados de tul negros te invitaba de una manera elegante a recorrer las curvas de aquel cuerpo de infarto. Entonces se quitó la ropa inferior y se metió el jogger. Después se sacó el sostén y metió los brazos a través de sus mangas. Su ropa yacía en el suelo justo al lado de ella y una vez que vi cómo se abrochaba la cremallera de aquella ropa deportiva, guardé inmediatamente el móvil en el bolsillo, corrí hacia ella, me agaché, tomé aquel tanga de satén de seda con finos bordados de tul negros en el respaldo, me alejé lo suficiente como para que no pudiera extender su brazo y arrebatármelo, y empuñándolo en la mano dije:

—Ahora sí que estamos en paz. Inmediatamente fue en su busca y empezamos a dar vueltas en círculos alrededor de los bancos del vestuario. Entonces ella paró y yo que me encontraba en la otra punta hice lo mismo.

—No te lo pienso dar. —Repuse.
—No estamos en paz. —Dijo haciendo una breve pausa. Después añadió: Porque la ropa interior que tienes en la mano vale más que la tuya.  No tenía muy claro si se refería al coste económico de la prenda o al estado de ésta, ya que las mías estaban rotas y las suyas se podían volver a usar después de un meticuloso lavado. Entonces la miré y inclinando la mano con la que sostenía el tanga hacia los lados pregunté:

—¿De verdad la quieres? ¡Pues ven a buscarla! Julia comenzó a caminar hacia a mi mientras yo permanecía en el mismo lugar. Una vez que estuvo frente a mi, estiró su brazo para agarrarla pero yo fui más hábil y moví el brazo hacia atrás de manera que mi cuerpo estaba entre ella y su tanga y su cara a pocos milímetros de la mía.

—¿Ves como siempre regresas al mismo lugar? —Dije mientras mi vista se enfocaba en sus labios. Después alcé la vista hacia sus ojos, me mordí el labio en cámara lenta de manera sensual y añadí: Pero este lugar no es seguro para ti. —Ya la tenía enfocada donde yo quería: mis labios. Aprovechando que ella estaba con la guardia baja, le bajé un poco rápidamente la cremallera de la chaqueta y le metí las bragas tal y como haces cuando tiras la bolsa de basura dentro del contenedor. Y todavía a centímetros de ella dije:

—Ahí lo tienes. ¿Quiere algo más la princesa? ¿O ya me puedo ir? Lo cierto era que me estaba divirtiendo y mucho con aquel juego. Lo malo era que no sabía en dónde acababa el juego y empezaban mis verdaderos sentimientos. Entonces Julia se metió la mano, sacó el tanga, me agarró del brazo, me abrió el puño y lo depositó en ella:

—Ya no lo quiero, puedes quedártelo. —E hizo la típica mueca que hacen los niños cuando creen que se han salido con la suya. Entonces con ella en la mano, avancé hacia su taquilla, que seguía con la puerta abierta y la metí dentro. Después girándome hacia ella le dije:

—Te dije que no me gusta deberle nada a nadie.
Julia se acercó a mí, su intimidación hizo que caminara hacia atrás de manera que mi espalda estaba pegada con la taquilla lindante a la suya, las palmas de sus manos estaban posadas en dicha taquilla y sus brazos extendidos impidiéndome que escapara a ningún lugar, entonces con su cara pegada a la mía dijo:

—Pues si no te gusta deber nada, dame ese beso que me debes y estaremos en paz. Me quedé mirando fijamente a sus ojos meditando acerca de su propuesta. Entonces sonreí, y mientras me perdía en el azul de sus ojos rocé su nariz con la mía, después bajé mi mirada hacia sus labios. Acto seguido dije:
—No te debo nada. —E inmediatamente bajé hacia abajo, me incliné hacia un costado y corrí hasta estar lo suficientemente lejos de ella. Julia se giró para mirarme, y mientras lo hacía negaba con la cabeza como diciendo: "Eres imposible." Le respondí levantando los hombros con los brazos en forma de jarra a la vez que hacía muecas con la cara como diciendo: "Esto es lo que hay."

—Se ve que prever lo que va a pasar no es lo tuyo. —Agregué. Julia levantó su brazo derecho con el puño cerrado, y con el dedo índice de la otra mano señaló la mitad de su muñeca, la misma zona donde me había escrito su inicial, después sonrió como diciendo "He ganado." Ni siquiera pensé la respuesta, la solté según me vino a la mente.

—Te borraré de mi en cuanto llegue a casa. —Argumenté.
—De la muñeca quizás, pero de aquí —puso la palma de su mano derecha sobre su corazón— no lo harás.
—De ahí no te puedo borrar porque no te llevo. —Arremetí contra ella sin pensarlo ni un segundo, después me fui dejándola allí con aquel golpe bajo.
Salí de aquel polideportivo y empecé a caminar rumbo a casa. Antes de entrar me cercioré de que había cartas en el buzón, así que saqué las llaves del bolsillo pequeño de la mochila, abrí la puerta y tomé aquella carta de la que, curiosamente era la destinataria. La metí dentro de la mochila para que no la vieran y no tener que dar explicaciones, cerré el buzón, agarré las llaves, abrí la puerta y entrando por la puerta dejé las llaves en el recibidor. No había nadie a la vista, así que no dije nada y subí inmediatamente a mi habitación. Una vez allí con la puerta cerrada y la mochila posada en el escritorio, abrí la mochila y saqué la carta. No me resultaba familiar aquella caligrafía y tampoco había ningún nombre en el remitente. También me percaté que pesaba un poco, al tacto de la mano parecía que lo que había dentro era una llave. Después de eso, lo único que sabía de esa persona era que sabía mi dirección y mi nombre. ¿Qué más sabía de mí? Sin perder más tiempo abrí aquella carta que tanto me inquietaba. Despegué con cuidado el papel y mis dudas se disiparon con el contenido de aquel sobre.

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