La seguí el beso, entrelazamos nuestras lenguas por unos breves segundos, después la aparté de inmediato como lo había hecho anteriormente en aquel baño público del instituto.
—No creerías que iba a ser así de fácil, ¿no? —Pasé mi pulgar a lo largo de sus labios haciendo como que le limpiaba algo— Te estaba quitando de la boca la miel que te había dejado. —Agregué. Para que luego no digas que te dejo con ella en los labios.—Concluí con una breve sonrisa que dejaba entrever mi perfecta dentadura. Sabía que durante aquel breve periodo de tiempo que llevaba allí, Julia se había olvidado por un momento de su corazón roto, así que decidí que lo mejor era seguir jugando. Mientras Julia me miraba todavía confusa por mi actuación, decidí regresar a aquel piano que, alrededor de media hora antes me había lanzado a los brazos del que solía ser mi amor platónico hasta aquel entonces. Me senté y empecé a tocar lentamente el principio de la melodía de Love me like you do de Ellie Goulding. <<Tú eres la luz y la noche, eres el color de mi sangre...>> La letra regresaba a mi mente vagamente. <<Eres la cura y el dolor, eres la única cosa que quiero tocar, nunca pensé que podía significar tanto...>> Las palabras alcanzaban mi cabeza como si se tratara de balas recién disparadas. <<Eres el miedo y no me importa, porque nunca he estado tan arriba.>> Seguía tocando aquella melodía a la par que me llegaba la letra. <<Sígueme a través de la oscuridad, déjame llevarte más allá de nuestros satélites, podrás ver el mundo que has devuelto a la vida.>> Entonces en aquel instante dejé de tocar, y no precisamente porque no recordara la letra de aquel coro tan romántico, sino porque tenía otra intención: que Julia no pudiera dormir aquella noche por andar tarareando la letra de aquel coro, por culpa de que yo no lo había llegado a tocar a propósito. Tenía la certeza de que cada vez que su boca cantara aquel coro rememoraría aquel instante una y otra vez. Ósea, que pensaría en mí en mi ausencia, lo cual era lo que me había propuesto desde el principio. Me giré mientras aún seguía sentada en aquella silla de piano, Julia estaba sentada en la cama mirándome.
—¿Y bien? ¿Le ha gustado el concierto a la princesa? Tal vez debería haber tocado una nana para que te durmieras...—Julia se levantó y se acercó a mí. Una vez allí respondió:
—¿Y quién ha dicho que yo quiera dormir? —Dijo mientras se inclinaba hacia delante, me susurraba al oído y bajaba la tapa del piano. <<Tu cara refleja más cansancio que ganas de seguir en pie. Tendrás que resolverme la duda de si es mental o físico.>> Aquello era lo que pensaba y lo que me hubiese gustado decirle, pero entonces medité en que ni era su madre, ni su niñera, y si ella no quería descansar, ¿quién era yo para decirle lo contrario?
—¿Qué es lo que quieres hacer entonces? —Pregunté intrigada.
—Se me ocurren más cosas que hacer en una cama además de dormir. —Me susurró juguetona. <<Y a mí también. Pero desde luego no contigo. >> —Cavilé. Me parecía un poco extraño que me hubiese hecho aquella propuesta después de, según ella, haber profanado su cama con Tony. Entonces me levanté de aquella silla de inmediato y como si aquel asiento estuviera ardiendo pegué un salto. Me agaché y agarré la cartera que había posado en el suelo antes de sentarme a tocar sobre aquel piano. Saqué el móvil y miré la hora. Eran las diez en punto de la noche. Y tenía como treinta llamadas perdidas de mamá, llamadas que obviamente no había escuchado por tenerlo en silencio.—Uy, qué tarde se me ha hecho. —Dije metiendo el móvil de nuevo en la cartera. Julia me miró con una cara que decía: "Sí, claro, tardísimo...¡Venga ya!" Lo cierto era que sí se me había hecho tarde, pues desde las cinco que supuestamente empezaba la película hasta las diez, suponiendo que habíamos escogido la más larga y duraba alrededor de dos horas, restaban tres horas que me pedían a gritos idear una excusa ya si no quería meterme en problemas. En serio Julia, me tengo que ir...Además, te recuerdo que no estaba invitada a esta fiesta...¿y ahora quieres que me quede? —La miré con cara pensativa.
—Cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión, ¿tú qué haces? —Me pregunté si aquella frase de Keynes la había rescatado ella por sí misma o simplemente se la había escuchado pronunciar a su padre en repetidas ocasiones y de tanto oírla se hubiese adueñado de ella. Fuera como fuese mi respuesta era la propia: <<También hago lo mismo.>> Pero no podía responder así y darle el gusto de noquearme. Así que medité algunos segundos qué podía decir para no acabar en jaque mate con aquel comentario suyo. Entonces alegué:
—Pero una cosa es ver las cosas como son, y otra muy diferente, verlas como somos. —Después de haber pronunciado aquellas palabras me golpeó fuertemente aquel refrán que reza: <<A buen entendedor, pocas palabras.>> Y no me cabía la menor duda de que Julia era lo suficientemente hábil como para entender a qué me estaba refiriendo. Después de aquel diálogo se me había hecho más tarde aún, pero cinco minutos más, cinco minutos menos no importaban ya...Total, ya me iba a caer una bronca descomunal si mi excusa no era lo suficientemente verosímil. Pero antes de irme se me ocurrió una idea, que una de dos; haría que Julia me odiara todavía más si cabe, o me amara para siempre por cortar aquel vínculo tan fuerte que tenía. Me acerqué a aquel escritorio, tomé aquella papelera y la posé justo al lado de la cama, después abrí todos los cajones de la mesita más cercana y, sin reparar en lo que había dentro de cada cajón, fui en busca de mi objetivo: encontrar un mechero o, en su defecto, unas cerillas. Y efectivamente las encontré en el último cajón. Para ser sincera, no pensaba encontrar nada de eso allí. Así que no sé si fue suerte o, que el universo conspiraba a mi favor aquel día, pero allí estaba esperándome. Sin mas tiempo que perder agarré aquel mechero negro con la inicial A en dorado. Supuse que tal vez fuera un regalo que Julia le quería haber regalado a Aída antes de cortar la relación, pero no me enfoqué en eso, tenía otra meta, así que cerré el cajón, probé que funcionara aquel mechero e inmediatamente después sin darle tiempo a Julia a que reaccionara, tomé una de las fotos de la cama, la más cercana a mi para prenderle fuego. Primero se disipaba la arena, después la toalla y por último empezaban a desaparecer las piernas junto con el cuerpo escultural de Aída. La sostuve durante unos breves segundos, después dejé que cayera en aquella papelera. Levanté la mirada para ver la reacción de Julia, estaba parada frente a mi sin poder creer lo que estaban contemplando sus ojos, más que atónita parecía estar en shock por lo que añadí:

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Fuera de lugar
Novela JuvenilAlexia es una estudiante sobresaliente que pasa desapercibida en el instituto, hasta que se descubre el suicidio de Erick Gómez, ahí su vida da un giro de 180 grados. Empieza a ser vista por la despiadada Julia, la cual se encargará de hacerle la vi...