CAPÍTULO 51

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<<Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo.>>

—Albert Einstein.

Y meditando en esa cita lo decidí. Pese a los nervios y el montón de gente que me vería, iba a actuar. La ocasión lo ameritaba. Necesitaba desahogarme. Y, sobre todo, que ella escuchara lo que tenía que decir. Ya que no me había dado opción a hacerlo. Me bloqueó nada más enviar el mensaje. Y desvió mis llamadas al buzón de voz. Y estaba claro que no iba a expresarle mis sentimientos a una máquina que solo dice que hable después de escuchar la señal. Así que las tardes de aquella semana las tenía ocupadas. Acudía al viejo aula de música para ensayar. Y me quedaba allí al menos cuatro horas cada día, hasta que casi se hacía de noche. La canción ya la tenía escrita, solo faltaba acompañarla de acordes que sonaran un tanto tristes para dicha letra. El problema no era sacarle los acordes, sino elegir cuál de ellos sería el que le añadiría. Restaban cinco días para ese gran día. Y, aunque no sabía cuál sería su reacción, decidí que nada ni nadie me impediría subir a aquel escenario y dejar que mi corazón tomara el control de mi boca. Que ni aquella tristeza que me consumía me impediría decir lo que tenía que decir. Habían pasado al menos hora y media cuando por fin di en el clavo. Ya tenía los acordes. Entonces empecé a acompañarla. Y la verdad es que no me parecía que sonara nada mal. Es más, era como si los acordes le fueran de fábula a la letra, como si esos acordes tan tristes se hubieran formado específicamente para aquella letra. Y ensayé. Y aunque nadie me escuchaba canté con toda la fuerza que tenía, le puse tanto empeño como si estuviera ya subida en aquel escenario. Y me di por satisfecha con aquel ensayo. Ese día regresé a casa más pronto porque el ensayo fue más corto. Y cuando lo hice, como era de esperar, me encontré con otra desgracia. <<¡Malditas! ¿Es que no podéis venir de una en una que venís todas de golpe?>> —Reflexioné. Resulta que había llegado una carta en la que nos comunicaba que Alex tendría que hacer el ingreso en prisión de manera voluntaria en un plazo máximo de dos días. Y, lo más irónico de todo, es que coincidía con el día de su decimoctavo cumpleaños.

<<Y yo que quería regalarte algo especial, sin duda alguna, el destino se ha tomado las molestias de arrebatarme la originalidad, hermanito. Una estancia en un centro penitenciario con todos los gastos pagados es sin duda el regalo más original de cumpleaños que se puede tener.>> —Medité. La cosa era seria pero yo no podía evitar ser yo. Mamá también estaba seria, con la carta aún en la mano le reprochaba a mi hermano que él solito se había arruinado la vida. Me preguntaría si a estas alturas Alma le había contado la otra sorpresa, o si por el contrario, no se había dado la oportunidad de contárselo o simplemente no había querido hacerlo. Mamá seguía echándole la bronca mientras él seguía sentado en el sofá observándola como una estatua.

—¿Es que no tienes nada que decir? —Siguió reprochándole. Y me hubiese gustado contestarle como ella solía hacer, tirando de repertorio de citas. <<Cuando no hay nada mejor que decir, es mejor quedarse en silencio.>> Y eso es lo que hacía mi hermano. Y era evidente que no tenía nada mejor que decir. Era culpable y debía pagar las consecuencias de sus actos. Y eso iba a ocurrir en dos días. Concretamente el nueve de Noviembre. La carta también decía que le daban esos dos días de margen para resolver cualquier asunto. Qué gracia, ¿cómo iba a resolver el tema de la paternidad en dos días? Sencillamente no se puede. Sobre todo porque el bebé aún no nace. Y, ya me dirás, cómo vas a ser padre estando entre rejas. ¿O es que acaso iban a dejarle salir para ejercer como tal? Y después estaba el hecho de que no llegaría a graduarse, y por si eso no bastara, ¿quién iba a querer contratarle después de haber pisado un penal? Estaba claro que la gente se lo pensaría dos veces antes de hacerlo. Harta de presenciar aquella situación me subí al cuarto. La verdad es que había sido un día agotador. Y una vez me alisté para dormir, me puse los cascos y empecé a escuchar música tratando de que me ayudara a conciliar el sueño. Pero Yaeow parecía no querer hacerlo.

Fuera de lugar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora