—Está bien, tú ganas. —Dije mientras levantaba las manos como si fuera un ladrón que había sido pillado en pleno robo por la policía. La intención era que ella viera que estaba cediendo ante su petición sin ningún tipo de resistencia, que mi rendición era veraz, que era ella la que dominaba el juego. No me convenía oponerme a ello si quería que acabara cayendo en mi trampa. Si eso es lo que quieres que haga, no se lo diré a nadie. —Añadí mientras seguía con los brazos levantados y negaba ladeando la cabeza a los lados. Julia pareció convencerse de aquella magistral actuación, esbozó una sonrisa predadora y se marchó dejándome allí aparentemente asustada. Me agaché para coger el cubo del suelo, me levanté y salí de aquellos baños rumbo al aula. Julia seguía donde lo había dejado, sentada en aquella silla observando el móvil. Dejé el cubo al lado de la puerta, la cerré y me fui a sentar en la silla del piano, como no tenía nada más que hacer empecé a tocar Fur Elise de el gran Ludwig Van Beethoven. Mientras mis manos se fundían con aquellas teclas mi abuelo paterno me vino a la mente, era la canción que siempre me tocaba cuando era pequeña, decía que era su favorita porque le podía cambiar el nombre y poner el de la persona para la que la tocaría. Y era cierto, siempre que se disponía a tocarla delante mío le cambiaba el nombre, decía que aquella canción se llamaba "Fur Alexia." Cerré los ojos y pude visualizarlo en su casa, tocando aquel piano Baldwin marrón que adornaba el salón de su casa. Cada vez que mis padres me dejaban con él, me sentaba en su dirección en aquella vieja alfombra verde para que viera la pasión con la que tocaba aquellas teclas. Aquel instrumento me había fascinado desde temprana edad, y el abuelo había tenido mucho que ver con esa admiración. Tendría alrededor de cinco años cuando estando sentado en aquella silla de piano, me llamó por mi nombre completo, era raro porque él acostumbraba a llamarme Ale como todos los demás integrantes de la familia, así que intuí que era algo serio, me sentó en sus rodillas y me preguntó si quería aprender a tocarlo, sin dudarlo dije que sí, y desde aquel día se puede decir que empezó mi carrera como pianista. Él había sido profesor de música, aunque su sueño frustrado había sido el de ser pianista. Sin embargo, yo siempre que le escuchaba tocar cuando era pequeña me quedaba tan hipnotizada que me repetía una y otra vez que cuando fuera mayor quería tocar tan bien como él o incluso mejor. Aquella melodía era un deleite para mis oídos, siempre me transportaba al pasado; a aquel salón con el abuelo. Volvía a sentirme aquella niña que era entonces, con la misma felicidad e ingenuidad que tiene cualquier niño de tres años de edad. Estaba sumergida en aquel pasado cuando Julia de una frase me devolvió al angustioso presente.
—¿Esa canción no está un poco anticuada? ¿O es que te has quedado atrapada en el siglo XIX? En ese mismo instante decidí que antes de soltar cualquier burrada por la boca simplemente iba a ignorarla y seguir tocando aquella melodía. Pero al parecer quería una respuesta por mi parte porque siguió arremetiendo contra mí. ¿Es que no piensas decir nada? Entonces dejé de tocar, y aún sentada en aquella silla giré el cuello en su dirección y contesté.
—El hecho de que tú no sepas apreciar el arte no significa que esta canción no lo sea. Pero claro, tú que vas a saber, si en tu vida has escuchado música clásica, porque tú con la música comercial ya tienes bastante, no sabes apreciar la música que tiene más sentimiento que letra. Descargué toda aquella impotencia que había sentido al oír cómo se burlaba de aquella obra maestra.
—¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Que no sé apreciar el arte? No me conoces en absoluto para que hables así de mi. Crecí escuchando a Ludovico Einaudi, mi madre me acostaba en la cama y en el piano que había colocado en mi cuarto expresamente para eso, me tocaba Nuvole Bianche hasta quedarme dormida. Me enamoré de esa canción desde el primer instante en que la escuché, era la favorita de mi madre, y cuando murió hace dos años decidí que a partir de aquel instante se convertiría en la mía. Y no era el único pianista con el que me deleitaba cada noche antes de dormir, la canción de Ludovico era siempre la primera que tocaba, decía que su padre también se la tocaba a ella para que se durmiera, también me hizo conocer a pianistas como Erik Satie y sus Gymnopedias, a Franz Liszt con su sueño de amor, incluso a pianistas más modernos como Yiruma con su clásico River Flowers in You o Yann Tiersen con La Valse d'Amelie. Así que te equivocas cuando dices que no sé apreciar la música clásica y que solo escucho música comercial. Lo cierto es que aún sigo escuchando cada noche Nuvole Bianche antes de dormir, me hace sentir que mi madre no se ha ido, que aún sigue aquí conmigo. No sabía qué decir, me había dejado de piedra con aquellas palabras. Me había noqueado en aquel ring. Pese a que mi abuelo me había infundido el amor por artistas del siglo XVII tales como Beethoven, Mozart, Bach, Vivaldi o Haydn, Ludovico Einaudi era uno de mis favoritos, estimaba sus melodías, me parecían elegantes a la vez que sofisticadas. Las Gymnopedias de Satie también me transmitían paz y como muchos otros consideraba que Liszt era un pianista muy avanzado a su época. Y por supuesto que estaba enamorada de Yiruma y su River Flowers in You, creía que como el resto del mundo. Y no tenía nada que añadir a La Valse d'Amelie era un placer absoluto para mis oídos. En aquel momento no sabía si seguir tocando o dejar de hacerlo. Solo me pasaba por la mente lo poco que realmente conocemos a las personas, que nos muestran menos de una cuarta parte de lo que en realidad son y que seguía sin conocer el motivo por el cual Julia se estaba abriendo a mi. También pensaba que me estaba empezando a dar un poco de miedo, porque las partes desconocidas que Julia me había mostrado hasta el momento encajaban a la perfección conmigo y que tal vez y solo tal vez pondrían en riesgo mi plan.
—Está bien, dejaré de tocar si eso lo que quieres. —Me levanté de aquella silla de piano y fui a ver si la ropa ya estaba seca. Como ya estaba seca, la doblé y la posé en una silla en lo que iba a la taquilla a coger la mochila para guardarla dentro. Se suponía que no podía salir de clase, pero quedaba un poco más de una hora para irnos a casa y si hubiese ido en el cambio de clase los pasillos iban a estar plagados de gente e iba a ser más incómodo alcanzarla. Así que me asomé al cristal de aquella ventana circular para comprobar que no había nadie en los pasillos, abrí la puerta y corrí hacia mi taquilla, tenía que bajar a la planta cero ya que el aula de música estaba en la primera planta. Corriendo bajé las escaleras, asomé la cabeza para ver si había alguien a lo largo del pasillo y en vista de que no había nadie corrí hacia la taquilla. Metí la llave, saqué la mochila, cerré y me regresé corriendo hacia el aula. Cuando regresé me esperaba una muy grata sorpresa; el director había vuelto y era prácticamente imposible zafarme de aquella situación, me había saltado las normas y tenía que pagar por ello.—Con que saltándose las normas, ¿no, Señorita Torres? —Estaba de brazos cruzados mirando hacia la puerta, probablemente estaba esperando a que yo regresara. No sabía qué decir, si existen palabras que puedan demostrar la inocencia de un culpable claramente no estaban en mi boca, y todo apuntaba a que no saldría impune de ningún cargo del que se me acusara.
—Franciscano LuzDivino Barna, más conocido como Francis por razones lógicas. —Interrumpió Julia. Sería una pena que los adolescentes conocieran su segundo nombre, ¿no cree? Ya sabe usted lo crueles que pueden llegar a ser cuando se lo proponen. Imagínese la mofa que habría en los pasillos cada vez que le vieran. ¿Y qué me dice de las burlas del profesorado a sus espaldas? Sería bastante humillante e irónico que un centro que lucha contra el acoso escolar tenga un director que sufre bullying, ¿no le parece a usted? Así que le aconsejo que haga como que aquí no ha pasado nada, que dé por concluido nuestro castigo y nos deje ir a casa. El director se quedó pensativo, parecía estar sopesando en una balanza las dos opciones que tenía.
—Está bien, señoritas. Pueden irse a casa. —Dijo con resignación. Pero del próximo castigo no se libran. —Añadió. Y pronunciando aquellas palabras se marchó cerrando la puerta tras de sí con el máximo cuidado a pesar de su enfado. Me preguntaba qué haría Julia en la hora y cuarto que nos restaban hasta que oficialmente estuviéramos fuera del instituto. A ella y a su hermana siempre las recogía el chofer de la familia, cuando sonaba la campana que nos avisaba que oficialmente podíamos marcharnos a casa, aquel Mercedes-AMG GLC 43 Coupé negro brillante siempre estaba aparcado frente a la puerta del instituto. Había visto al conductor en varias ocasiones, rondaría los cuarenta años, era de contextura delgada y de tez blanca, vestía traje negro con camisa blanca y corbata negra, en la cara siempre llevaba unas gafas de sol negras con la típica gorra de chófer y no había ni rastro de su barba, supuse que quería ocultar su identidad al mundo. No era el mismo chofer que venía recogiéndolas años atrás, éste era más joven, al parecer al otro le había dado un intento de infarto en más de una ocasión y decidieron sacarlo antes de que la cosa fuera a peor por alguien con aparentemente mejor salud. Metí las bayetas en el cubo junto con las botellas de limpieza y la fregona, agarré las asas de los cubos con la mano derecha y con la izquierda agarre la escoba y el recogedor con cuidado de que no se me cayera lo que había barrido anteriormente.
—Ahí te quedas. Cierra la puerta al salir. —Le dije a Julia. Una vez fuera, estando de camino a la conserjería no podía evitar preguntarme porqué Julia me había vuelto a salvar el pellejo. Estaba empezando a pensar que aunque solo fuera un poco le agradaba mi persona.—Jorge, aquí tienes tus trastos de limpieza. —Dije a la par que entraba por la puerta y los dejaba posados en un costado. Ha sido todo un honor hacer de ti por un día, pero cruzo los dedos porque no me toque hacerlo más. —Reí.
—Pues entonces estudia para que no te toque estar aquí cuando seas mayor. —Respondió serio.
—Eso hago y haré. —Respondí. La conserjería estaba al lado de la puerta, y a través de la ventana vi cómo Julia salía del instituto. Así que me despedí de Jorge y me apresuré a perseguirla. He de reconocer que pese a que me encantaban las series de detectives y era muy fan del Señor Holmes era pésimamente mala a la hora de ejecutar una persecución. Dejé que se alejara un par de metros y empecé a caminar. Vi cómo se metía en un callejón no muy lejano al centro escolar, me escondí detrás de la pared y con cuidado metí la cabeza para ver qué es lo que hacía, estaban al fondo, no podía oír nada pero parecía hablar con una chica que estaba fumando, el humo se veía perfectamente, a pesar de que la chica era más alta que Julia por algunos centímetros no lograba ver quien era porque Julia me daba la espalda y su silueta cubría la imagen de la otra persona. De un momento a otro, la chica tiró el cigarro al suelo y aplastó la colilla con la puntera del pie moviéndola de un lado a otro. Parecía que habían terminado de hablar, la chica se había agachado al suelo a coger la mochila que estaba posada contra la pared, pero cuando se levantó, Julia la agarró de los antebrazos y la empujó de manera no muy agresiva contra la pared y teniéndola así agarrada parece que le metió la lengua hasta la campanilla. Parecía que a la otra chica no le disgustaba porque no la apartó sino que siguió con aquel morreo de película. Entonces, aunque se encontraba lejos y estaba de perfil, la reconocí.
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Fuera de lugar
Genç KurguAlexia es una estudiante sobresaliente que pasa desapercibida en el instituto, hasta que se descubre el suicidio de Erick Gómez, ahí su vida da un giro de 180 grados. Empieza a ser vista por la despiadada Julia, la cual se encargará de hacerle la vi...