Capítulo 8

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Dragan

Después de abrir, nos sentamos como siempre tras el mostrador. Milan se recostó en mi hombro y soltó un bostezo contagiándome al instante. Ambos estábamos bastante cansados, casi no habíamos dormido, no habíamos salido de su cama desde que llegué del bar después de que saliera de la casa de Sevag. Desvié la mirada a la ventana de la tienda observando a la gente que pasaba por la vereda, no teníamos más nada que hacer mientras esperábamos a que entraran clientes. Decidí sacar mi celular y entrar a Instagram. Deslicé el pulgar por la pantalla lentamente, observando las imágenes que subían mis conocidos. Sonreí al ver que Oliver había subido una foto quejándose de que lo había plantado en el café de la mañana. Decidí enviarle un mensaje directo diciéndole que mañana se lo compensaría si Milan me dejaba salir de la cama un rato antes.

—"¿Te estás quedando con él? Si tu novio se entera, te matará".

—"Vale la pena, hacía bastante que no pasaba tan bien una noche".

—"Te la estás jugando mucho, Dragan".

—"¿Y qué va a hacer el idiota de Sevag? Si no quiere quedarse solo, tendrá que aguantarse".

—"Menos mal que soy tu amigo y no tu novio, sino ya te habría dado un buen golpe".

Solté una pequeña risa logrando despertar a Milan que se había quedado dormido en algún momento, volvió a acomodarse contra mí y se quedó quieto.

—"Prefiero que seas sólo mi amigo, no eres mi tipo".

—"Me hieres, Dragan, tú sí lo eres".

Volví a reír, Milan se removió un poco contra mi hombro, seguramente algo molesto de que lo despertara a cada rato. Decidí despedirme de él y guardar mi celular en el bolsillo. En ese instante, la campanilla de la entrada resonó en el local, Milan se apartó rápidamente de mí y miró a los clientes que acababan de llegar, por un lado un hombre que rondaría los cuarenta años. Por otro lado, una mujer joven que me sonrió apenas entró. El cuarentón compró un café y una cajetilla de cigarrillos, pagó y salió. La mujer se tardó un poco más en elegir lo que llevaría, dio vueltas por las góndolas lentamente, mirando el mostrador de vez en cuando. Luego, tomó un pequeño paquete de galletas de arroz y se acercó a nosotros para pagar. Antes de irse, y sin decir nada, extrajo de su bolso una pequeña tarjetita, la colocó sobre el mostrador, me sonrió y se fue. Tomé la tarjetita, era el nombre de la mujer, Sarah, junto con un número.

—Parece que le gustaste —escuché decir a Milan desde mi espalda—. Parece que eres un galán con las mujeres también.

—Es una pena que no me gusten.

Milan soltó una risita, se levantó y me abrazó por atrás.

—Me alegra que sea así... —su mano bajó a mi entrepierna lentamente—. Si te gustaran las mujeres no pasarías tanto tiempo conmigo.

Me mordí el labio inferior cuando apretó ligeramente mi miembro por encima del pantalón. No pude evitar sonreír un instante después, lo tenía tan atado como a Sevag. Lo separé un poco de mí, me giré y lo miré encontrándome con una sonrisa un tanto lasciva. Me acerqué a su rostro y lamí sus labios lentamente.

—Si no tuviéramos que seguir trabajando, ya te hubiera llevado a atrás.

Milan volvió a sonreír de la misma manera que antes, me dio un corto beso y se sentó nuevamente en el banquillo. Me senté a su lado y lo miré de reojo con satisfacción, ya lo tenía atado a mí, tratase como lo tratase, daría igual, se quedaría conmigo.

El resto del día pasó lentamente, las horas se me antojaron eternas y la poca clientela no ayudaba en absoluto a que el tiempo pasara un poco más rápido. Cuando por fin se hizo la hora de salida, cerramos el negocio y salimos rápidamente. Por suerte, ya era viernes y mañana no nos tocaba trabajar, solo tendría que levantarme temprano para ir por café con Oliver y volver a mi casa. Mientras caminábamos, pensé que podría hacer para mantenerme fuera de mi casa. Habíamos cambiado de planes cuando me aparecí en la casa de Milan, ahora debía buscar alguien más con quien divertirme. Al llegar, no me dio tiempo ni de pensar en quitarme el abrigo, Milan se abalanzó sobre mí para besarme. Me guio hasta su cuarto a tropezones mientras nos deshacíamos de nuestras ropas. No tardamos en llegar hasta la cama, donde me empujó.

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