Capítulo 40

6 1 0
                                    

Dragan

Cuando Aidan se fue a su despacho, miré a Eve, tenía la mano en el vientre y una expresión seria en el rostro. Pasé el dorso de mi mano por su mejilla llamando su atención, él no hizo más que mirarme exhibiendo una pequeña sonrisa que a todas luces escondía algo, pero no le di muchas vueltas, simplemente le devolví la sonrisa y aparté mi mano. Nos quedamos en completo silencio, saqué mi celular y miré la hora, era temprano, pero, si tenía suerte, mi padre no estaría en casa. Me levanté informándole a Eve que volvería a mi casa y subí a su habitación para ponerme la ropa que había usado por la noche. Lo escuché entrar detrás de mí al cuarto y cerrar cuando empecé a cambiarme.

—¿Por qué no dejas la ropa? La lavaremos aquí.

Aproveché que estaba detrás de mí para esbozar una pequeña sonrisa victoriosa, comenzaba a caer conmigo. Me giré a él, estaba parado contra la puerta.

—Me la llevaré, no te preocupes —le sonreí acercándome a él.

—Tu ropa huele a sudor, es asqueroso.

—Me has hecho sudar bastante, lindura.

—Te hice sudar estando desnudo, no me eches la culpa de tu hedor.

No pude evitar soltar una risita, le di un corto beso antes de alejarme de él. Me cercioré de que tuviera todo lo que necesitaba y volví a acercarme a la puerta dirigiéndole la mirada, noté que, de repente, estaba un poco pálido, antes de que pudiera siquiera pensar en preguntar, me apartó del medio y se metió en el baño. Solté un pequeño suspiro, sentándome en la cama para esperarlo. Cuando salió del baño, se veía aún más pálido que antes.

—Creí que ya no tendrías náuseas.

—Supongo que me darán durante todo el embarazo, pero no tan constantes como al principio, o eso espero —se sentó a mi lado, para luego recostarse boca arriba—. ¿Ya te vas?

—Sí, tengo que volver a mi casa, mañana tengo trabajo.

—¿Vendrás el próximo fin de semana?

—¿Quieres que lo haga?

—No me importa, probablemente vaya a la casa de Dylan.

—Veo que te llevas bien con él.

—No te pongas celoso, Dragan, es como mi hermano y tú y yo no somos nada para que lo estés.

Solté un pequeño suspiro y me levanté, él no hizo ademán alguno para detenerme; tal vez no lo tenía en mis manos tanto como me gustaría. Salí del cuarto, me dirigí rápidamente a la entrada agradecido de no tener que toparme con Aidan. Me puse rápidamente mi abrigo y salí. Eché a caminar distraído, no tenía ganas de volver, pero debía dejar mi ropa y descansar un poco antes de tener que ir a trabajar. Metí las manos en los bolsillos pensando en cómo podría ganarme a Eve, aún no había conseguido que fuera como el idiota de Sevag, pero podría moldearlo si me comportaba como un novio bueno, aunque me costara a veces con sus actitudes. Cuando llegué a mi casa, me dirigí rápidamente a mi cuarto sin siquiera detenerme a ver si mi padre se encontraba en casa. Una vez encerrado, me cambié dejando la ropa sucia en un pequeño cesto en mi habitación, el único lugar donde mi padre no podría arruinarla vomitando u orinándole encima cuando estaba borracho. Me acosté sacando mi celular para revisar los mensajes, tenía unos cuantos de Milan que no eran más que fotos demostrándome que me extrañaba. Decidí contestarle que mañana podríamos pasar la noche juntos. Revisé nuevamente las fotos, Milan ya no me parecía un juguete divertido, lo había desgastado a esas alturas, pero me era suficiente por ahora, hasta que encontrara algún otro juguete además de Eve. Bloqueé nuevamente la pantalla y dejé mi celular sobre mi pecho, escuché ruidos fuera de mi habitación, tal vez era mi padre que entraba dando tumbos de su borrachera. Estaba seguro que no había pasado la noche aquí tampoco por andar de bar en bar. Silencié mi celular e intenté hacer el menor ruido posible mientras escuchaba los pasos del borracho asqueroso en el pasillo hasta la habitación principal o el baño. Cerré los ojos deseando, por un instante, que se ahogase con su vómito, pero aparté rápidamente aquel pensamiento, mi madre no hubiera querido que pensara así de él, aunque fuera una mierda. Decidí pensar en ella, en recordarla cuando era pequeño. De repente, apareció en mi mente la vez que le hablé a Eve de ella y lo que había sucedido, me sentí idiota por llorar frente a él, por contarle; nadie más que mi familia materna y mi hermano sabíamos aquello, pero ahora él también lo sabía. En mi debilidad, entre sus brazos como si fuera un niño pequeño, le había contado el mayor tabú en mi vida. ¿Cómo había sido tan imbécil para contarle una de mis debilidades? Era mejor evitar que lo mencionara, no debía volver a contarle cosas de mi pasado. Cuando ya no escuché ruidos en la casa, tomé el cesto y salí, miré hacia el final del pasillo, podía ver la cama y sus pies colgando de ella, ni siquiera podía acostarse como debía. No hice más que negar con la cabeza antes de enfilar hacia el lavadero. Puse mi ropa a lavar y me dirigí a la sala. Era un chiquero como poco, llena de botellas de cerveza vacías, envoltorios y cajas de comida rápida. Decidí limpiar un poco antes de que el bastardo se levantase a terminar de joderme la existencia.

Nuestro errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora