Capítulo 37

22 1 0
                                    

Eve

Me acosté en la cama mientras Dragan cerraba la puerta, se acercó y se sentó en el borde. Me dedicó una mirada un tanto seria, haciendo que me preguntase qué le sucedía. Creí que me reclamaría algo, pero, por el contrario, hizo una seña con la mano para que le dejase lugar. Me moví un poco, él se acostó a mi lado, rodeándome por la cintura. Nos quedamos así unos instantes en silencio sin mirarnos. Por un rato, solo el sonido del viento soplando afuera y mis padres abajo llenó la habitación. Comenzaba a acostumbrarme de más a esto, a estar así con él, a comportarnos como una pareja. Levanté la vista hacia él, recibiendo su mirada de vuelta, sugerí ver una película, necesitaba llenar ese silencio, que no era incómodo, pero que igualmente me molestaba. Tomé el control remoto y busqué una película, recostándome contra el respaldo. Dragan se acomodó a mi lado y me rodeó los hombros con su brazo. No tardé en encontrar una película que me parecía interesante.

No pasó mucho hasta que Dragan, aburrido, comenzó a juguetear, primero con mis aros y, luego, con mi cabello hasta el punto de hastiarme. A veces, era casi como un niño pequeño cuando algo no le interesaba. Estaba a punto de quejarme, cuando, de repente, me tomó del mentón, me giró hacia su rostro y me besó. Al principio quise apartarme, pero comencé a ceder unos pocos instantes después. Sentí que metía su lengua en mi boca, pero no duró mucho, rápidamente me separé de él para mirarlo.

—No pierdes la oportunidad, ¿no?

Me mostró una sonrisa.

—Si no quisieras, no jugarías tanto conmigo.

—Tienes razón, pero con mis padres aquí, no hay mucho que podamos hacer.

—Gime solo para mí.

—A toda costa quieres que nos acostemos, ¿verdad?

—Tal vez.

—¿Por qué no me quedo un día en tu casa? No creo que haya problemas.

—Si mi padre te hace algo, los tuyos me castrarán, no pienso correr el riesgo.

Lo miré unos instantes sin saber qué hacer. Era evidente que también quería, pero mis padres podrían escucharnos. Estaba seguro que terminarían echándolo y castigándome hasta que diera a luz. Dragan soltó un suspiro apartándose de mí, estaba visiblemente molesto. De repente, recordé a mi tío Aksel, estaba seguro que él me ayudaría a tener la casa solo para nosotros.

—Escucha, ¿podrás aguantar unos días más?

—Estoy esperándote hace dos meses, Eve, supongo que unos días más no harán ninguna diferencia.

—Hablaré con mi tío Aksel, ¿sí? Estoy seguro de que hará que mis padres nos dejen la casa para nosotros.

Soltó un suspiro asintiendo con resignación. Se acomodó contra el respaldo y desvió la mirada al televisor. Mientras, tomé mi celular y le envié un mensaje rápido a mi tío. Al principio, no quería darle muchos detalles, pero no me quedó más remedio que decirle si quería que nos hiciese el favor.

—¿No le dirá nada a tus padres?

—Él sabe muchas cosas que mis padres no —me quedé unos instantes en silencio mientras contestaba a mi tío—. Si te envío un mensaje, ¿podrás salir antes del trabajo?

—¿Por coger? Claro.

No pude evitar soltar una pequeña risa; ya no era un secreto entre nosotros las ganas que teníamos. Cuando terminé de organizar todo con Aksel, dejé mi celular en la mesa de luz antes de acurrucarme contra Dragan, que me rodeó con sus brazos. Cerré los ojos unos instantes. ¿Cómo habíamos terminado en esta situación? Por momentos, cualquiera podría decir que éramos novios al vernos, aunque normalmente nos llevábamos mal. Sentí que me acariciaba el cabello con suavidad, respiré profundo sintiéndome relajado, dejando olvidado lo que acababa de pasar y las intenciones que tenía Dragan. Volví a abrir los ojos centrándome en el televisor, aunque, pronto, me distraje completamente por una de las manos de Dragan, la había posado en mi vientre haciendo que recordara de nuevo los latidos. Cada vez que había un silencio, los latidos volvían a mi cabeza volviéndome loco lentamente. Sentí una punzada en la sien, luego sentí una sensación de vértigo. Me presioné las sienes intentando calmar el dolor y apagar de alguna manera los latidos que retumbaban dentro de mi cráneo.

Nuestro errorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora