Capítulo 13

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Eve

Me levanté de un salto de la cama y corrí al baño. Comenzaba a hacérseme costumbre vomitar apenas me levantaba, aunque ahora también se le sumaban los malestares durante la noche que apenas me dejaban dormir. Una vez que me repuse un poco, me levanté del suelo, tiré la cadena y me acerqué al lavabo para higienizarme. Cuando terminé, me miré al espejo, volvía a verme pálido, solté un suspiro y pensé unos instantes, desde el lunes me encontraba así, es decir, prácticamente hacía cinco días. Me alisté, salí para buscar mi mochila y bajar a desayunar.

—Buen día, mi niño —saludó papá Ilan sirviéndome un poco de café, simplemente hice un gesto con la cabeza a modo de saludo—. ¿Has dormido bien?

—Supongo —contesté sin mucho interés.

Me senté en el lugar de siempre y tomé un sorbo de café pensando qué era lo que me sucedía. Pensé en los últimos días, no me había sentido mal todo el tiempo como si fuera una enfermedad común, solo habían sido momentos puntuales en los que había tenido náuseas. ¿Debía ir a ver a un médico? Si lo hacía, mis padres terminarían enterándose, papá Aidan trabajaba en la clínica donde me atendían prácticamente desde que nací, casi todos los compañeros de él me conocían y estaba seguro que, si me veían allí, terminarían diciéndoselo.

—Eve —papá Aidan subió un poco la voz sacándome de mis pensamientos, parpadeé un par de veces y lo miré—. Ya es hora.

—¿Eh?

—Que ya es hora, hijo, tienes que ir a la escuela.

Miré el reloj de pared, solté un suspiro asintiendo y me levanté con la hombrera de la mochila en la mano. Fuimos hasta el garaje y subimos en el auto que normalmente usaba papá Aidan para ir a trabajar. Me acomodé en el asiento y miré por la ventanilla, mientras mi padre sacaba el auto. Cuando llegamos al colegio, me despedí distraídamente de él, bajé del vehículo y entré al edificio.

¿Qué debía hacer ahora? Si no voy a la clínica, podría terminar enfermando peor, pero si iba mis padres se enterarían que algo estaba pasando y no necesitaba que me terminasen cuidando más de lo que ya lo hacían.

—Eve, ¿no escuchas o qué? —levanté la mirada del suelo clavándola en el rostro de Dylan—. ¿Sucede algo? Te ves preocupado.

Abrí la boca para contestarle, pero vi por encima de su hombro que las chicas se acercaban, así que me limité a negar con la cabeza, mi amigo me examinó con la mirada con semblante preocupado, pero, cuando escuchó a las chicas, cambió su expresión a la habitual. Nos quedamos hablando en el pasillo hasta que el timbre sonó obligándonos a ir a nuestras respectivas clases. Durante toda la mañana me la pasé intentando decidir lo que haría con todo este asunto, evidentemente, mis amigos se percataron de esto y no dejaban de preguntarme qué me sucedía.

Cuando tocó el timbre para el receso del almuerzo, me levanté de mi lugar como si tuviera un resorte y, sin perder un segundo, salí de mi aula para ir a la de Dylan antes de que las chicas nos encontraran.

—Ven, necesito hablar contigo.

Sin esperar a que me contestara, lo tomé de la muñeca y me lo llevé fuera de su aula, pronto llegarían las chicas para que fuéramos los cuatro a almorzar, así que debía pensar rápido en un lugar en el que no nos pudieran molestar. De pronto, se me ocurrió ir al campo de deporte que estaba detrás de la escuela, normalmente en el almuerzo estaba vacío exceptuando cuando se acercaban competencias. Lo llevé a toda prisa hasta las gradas y nos sentamos.

—¿Qué sucede?

—Que no entiendo por qué de repente siempre tengo náuseas.

—¿Pensaste ir a ver a un médico?

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