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Otra noche más sin Sunghoon. Otra noche sintiéndose el ser más despreciable y horrible del mundo. Parecía que eso era su vida últimamente, y lo detestaba. 

Ese día tras dejar que Sunghoon se fuese detrás de Jake como siempre, él se quedó solo de nuevo. El invierno había hecho que los tejados y las carreteras se llenaran de nieve, junto con un frío tan gélido que atravesaba las finas paredes de su casa. Pero era muchísimo peor el frío y desolación que Jay sentía en su corazón cada vez que abría la puerta de aquel piso gris y siempre en silencio que se suponía que compartía con Sunghoon. Cada vez que anunciaba que llegaba a casa pero.... nadie respondía. Como siempre. 

El pequeño Jay, siendo hijo único y con padres trabajadores que no pasaban demasiado por casa, al regresar del colegio después de un día feliz y divertido que deseaba compartir no tenía a nadie que lo recibiese.  No había un abrazo de bienvenida y alegría para él. Solo silencio. Solo soledad. Siempre hubo soledad. Su única amiga hasta que Wooseok y Sunghoon llegaron a su vida. 

Wooseok, ese popular chico que encandilaba a todos los profesores y alumnos, se acercó a él. Se hizo su amigo nada más llegar él de América, protegiéndole de los otros niños que se burlaban de él sin motivo alguno solo por ser el nuevo. Creyó durante las primeras semanas que era divertido estar junto a Wooseok y sus secuaces, que como él le seguían a todas partes. Creyó que era divertido visitar restaurantes de lujo a los que Wooseok lo invitaba y que él con la poca paga que le daban sus padres no podría pagar nunca. Creyó que era divertido animarlo en sus competiciones de patinaje en las que siempre ganaba por goleada. Creyó que era divertido empezar a molestar al chico callado de clase que siempre comía solo y que amenazaba con quitarle el primer puesto en cada competición en la que su querido Wooseok se presentaba. Creyó que era divertido acosar a Sunghoon. 

Al principio todo siempre fue divertido. Lo malo llegó cuando se involucró demasiado con ambos chicos, las dos caras de la moneda. Una moneda que ardía cada vez que le daba vueltas en su mano para decidir a quién apoyaba en cada paso que daba en el camino a cumplir con su plan de ayudar a Wooseok y salvar a Sunghoon en consecuencia. 

Cuando empezó su amistad con Sunghoon todo fue planeado. Era consciente de ello, siempre fue consciente de que todo era mentira. Se forzó a no encariñarse con él. ¿Pero cómo no encariñarse de la sonrisa con colmillitos tan brillante de aquel niño? Wooseok nunca sonreía si no quería algo a cambio. ¿Cómo no encariñarse cuando lo esperaba a la salida para irse juntos a casa? Wooseok nunca había hecho eso. ¿Cómo no encariñarse cuando le pedía ilusionado que fuera a verlo a entrenar? Wooseok odiaba que lo vieran entrenar. ¿Cómo no encariñarse cuando lo invitaba a su casa a cenar ramen frío porque ninguno sabía cocinar y a dormir los dos apretujados en su cama? Wooseok nunca lo había invitado a su casa, se limitaba a comprar su amistad con regalos y comidas caras. Sunghoon era diferente. Sunghoon, con cosas triviales y sencillas, llenaba sus días de alegría. Llenaba su vida de compañía. Una compañía sana. Una verdadera amistad. Por fin había alguien. No es que lo recibiese al llegar a casa después de un duro día de instituto, si no que nunca lo abandonaba. Nunca se separaban. 

Ahora, todo había cambiado. Volvía a estar solo. Había protegido y custodiado a Sunghoon de Wooseok para que llegado el momento de dejarle marchar con la persona indicada que lo cuidase, ambos estuviesen listos. Sunghoon se alejaba de él por iniciativa propia, estaba listo. Jay lloraba desconsoladamente en el recibidor de su casa arropado de la oscuridad porque echaba de menos a Sunghoon pero sabía que ya nunca podría estar con él, no estaba para nada listo. 

Jay no estaba listo para que Sunghoon lo odiase. 



𝒀𝒐𝒖 𝒂𝒓𝒆 𝒕𝒉𝒆 𝒓𝒆𝒂𝒔𝒐𝒏 ➢ jakehoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora