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Forzosamente se había obligado a calmarse. A calmarse para avanzar.

Y Sunghoon consideraba qué lo estaba consiguiendo.

Sin ir más lejos, había resistido las ganas de enviarle aunque fuese un simple mensaje a Jay cuando llegó su cumpleaños a finales de abril. Aún más tuvo qué hacer de tripas corazón cuando varios audios por su parte entraron en su móvil días después. No los oiría por nada del mundo.

Debía ser fuerte.

Por eso mismo, Sunghoon se centró sólo en el patinaje. En él y en sus cuchillas sobre el hielo.

A pesar de todo el malestar y traición qué sentía en cada músculo de su cuerpo debía seguir adelante. Pues había hecho una promesa. Iría a ese torneo.

Y lo ganaría.

Desde qué había comprendido qué no recuperaría a Jay y qué solo quedaba él contra todo, comenzó a ver las cosas de otra manera.

Debía concentrarse. Concentrarse en lo qué de verdad importaba.

Bloqueó el número de Jay de su móvil y decidió entonces qué su única preocupación sería ese dichoso torneo.

Con decisión se levantó aquella noche de la cama de Jake sorprendiendo tanto a nieto cómo a abuelo, pidiéndole a este último qué lo entrenase. Esta vez de verdad. Esta vez cómo un verdadero patinador olímpico.

El abuelo Shim no dudó en cumplir con los deseos de su pupilo y se pusieron manos a la obra. Todo el poder y ganas qué desprendían los ojos de aquel chico serían aprovechadas y explotadas al máximo. El nivel olímpico lo necesitaba.

Día y noche. Noche y día. Todo el tiempo. Sunghoon no dejó de entrenar y dejarse la piel sobre el hielo en esos últimos meses e instantes antes del torneo.

Corría todas las mañanas. Los ejercicios de elasticidad y fuerza en el gimnasio del pueblo no faltaron. La señora Shim tuvo qué ayudarlo a mejorar su dieta. La mejor costurera de la zona confeccionó, ayudada de muchas referencias de Internet, unos nuevos trajes para él. Por fin pudo entrenar las 6 u 8 horas qué una vez pidió a Jake en uno de sus primeros tratos. El abuelo Shim le pedía qué repitiera una y otra vez cada salto hasta qué tuviese la forma, altitud, precisión y tiempo perfecto. Tenía qué esforzarse al máximo.

Y eso mismo hacía.

Cada noche al caer rendido sobre el colchón de Jake, sí, prácticamente vivía allí desde abril; Jake lo tapaba deseándole suerte para un nuevo día. Un nuevo día donde seguir persiguiendo su sueño.

Él se había quedado a su lado desde entonces. Animándolo y ayudándolo en todo cuanto más podía.Estudiaban y hacían los deberes juntos para qué sus estudios, aún no sabiendo qué haría el año qué viene ni por asomo, fueran el menor de sus problemas.

Sus amigos hicieron lo mismo. Poco sabían de patinaje, pero el grupo de estudio y apoyo qué significaban para Sunghoon fueron la mayor de sus ayudas en esas duras semanas.

En esas duras semanas la figura de Jay comenzaba a difuminarse como tanto deseaba, aunque hubiese sido duro, para todos menos para el estirado y perfecto Kim Wooseok. Que entre falsas sonrisas perfiladas y paso seguro ocultaba que la huida de su cómplice no lo dejaba respirar tranquilo. Ahora estaba solo ante su enemigo y estando el Torneo a poco menos de un mes de distancia no sabía cómo los trataría el tiempo.

No sabía qué consecuencias tendría en Sunghoon que se hubiese descubierto la verdad sobre Jay. O que tanto sospechaba Sunghoon de él.

Porque Sunghoon sería una presa consternada y asustada por la perdida, pero no era tonto. Y junto a su grupo de protectores y el dichoso Jake Shim, estaba más que convencido de que lo tenían calado. Pero no se dejaría manipular por ellos. El manipulador y vencedor de la partida siempre sería él.

𝒀𝒐𝒖 𝒂𝒓𝒆 𝒕𝒉𝒆 𝒓𝒆𝒂𝒔𝒐𝒏 ➢ jakehoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora