Capítulo 23 - La normalidad no existe en el Sweet Amoris

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Después del "concierto", la amistad entre Castiel, Lysandro y Nath se había afianzado, al igual que el propio grupo. Seguían practicando y creando nuevas canciones, pero de una forma más relajada. Como habían quedado segundos en el concurso, además de un trofeo, les habían dado la oportunidad de participar en un evento de música el próximo año como estrellas invitadas. He de decir que después del concurso, volver a la rutina normal de clases se hizo un poco aburrido. Clases, tareas de delegada, exámenes... El tiempo pasaba y parecía que estábamos viviendo un período de paz largo. Lo único que animaba mis semanas eran mis amigos. Estábamos juntos en clase, quedábamos algunos fines de semanas y hasta habíamos creado un grupo de estudio para repasar.

Parecía que la monotonía se iba a tragar al Sweet Amoris este nuevo curso, hasta que oí una gran discusión en medio del pasillo antes de llegar a clase. Me paro cuando encuentro el origen de los gritos: Ámber y Peggy estaban enzarzadas en una pelea verbal muy virulenta:

– No pienso hacer un artículo así para el periódico del instituto, y mucho menos si me gritas – No sabía que alguien pudiese sacar a Peggy de sus casillas, pero aquí estamos.

– ¡Sería lo mejor que saldría en ese periodicucho! Si encima te estaría haciendo un favor saliendo en portada – creo que estoy entendiendo el eje del problema. Ámber es una egocéntrica. Nada nuevo bajo el sol.

– Sería una completa estupidez y no pienso escribir nada que tenga que ver contigo – el tono de Peggy estaba empeorando, y Ámber estaba tan roja que podría mimetizarse con el futuro pelo rojo de Castiel, me parece que no me queda más remedio... Si no quiero que se maten, claro... Aunque... No.

– Vale, tranquilas – me acerco poco a poco al centro de la discusión, pero como no paran de gritarse, no me queda de otra mas que imitarlas – ¡BASTA!

Ni se habían dado cuenta de mi presencia, porque pegaron un gran salto después de mi grito.

– ¿Tú qué haces aquí? –pregunta Ámber con desdén – Lárgate.

– Por primera vez en toda la mañana, estoy de acuerdo contigo. Esto no te importa, "delegada" – el tono de repugnancia que había usado en la palabra delegada no me había pasado para nada desapercibido.

Agrandando los ojos, aprieto los labios y respiro hondo. «No puedes ponerte a su altura, Melody. Tranquilízate, por mucho que te apetezca arrancarles la cabeza.» Respiré de nuevo e intenté reprimir la ira homicida que amenazaba con salir:

– Pues resulta que, precisamente por ser delegada, tengo que evitar que os matéis en medio del pasillo – me pongo en medio de las dos, obligándolas a separarse. Veo como intentan volver a la carga, pero algo en mi mirada las hace parar – Sea lo que sea de lo que estéis discutiendo, puede hablarse de otra forma. Ámber, si Peggy no quiere escribir tu idea, no puedes obligarla.

– ¡Pero..!

– Habla con otra persona del periódico, a lo mejor le gusta tu idea – sugiero.

Ámber enmudece, pensativa, y se va rápidamente convencida. Noto como esa opción no le gusta nada a Peggy:

– Antes de que digas nada – me adelanto – si la idea es tan mala como parece, y siendo Ámber seguramente lo sea, también lo rechazará. Es más fácil darle largas y hacerle dar vueltas que discutir.

Señalé la dirección en la que se había ido, mostrando que el problema había desaparecido. Peggy me mira sorprendida, asiente y se le escapa una media sonrisa:

– Voy a tener que agradecértelo, delegada.

– Ahórrame más numeritos así y cualquier tipo de artículo pretencioso, y me quedaré contenta.

Disuelvo el corrillo que se había montado y me voy a clase. Me siento junto a Nath, que estaba enfrascado en una charla con Castiel y Lysandro.

– ¿Qué te pasa? – me pregunta Nath – Menuda cara traes.

– He tenido que evitar que Peggy y tu hermana se maten, o que yo las mate intentando que no se maten. No sé, un lío, ser delegada no está pagado.

– Literalmente no, no te pagan – me contesta Castiel burlón. Le miro con los ojos entrecerrados.

– Gracias, Sherlock.

– De nada.

En serio, sigo preguntándome cómo no le he abofeteado todavía.

– ¿Y qué quería mi hermana ahora? – niega con la cabeza con cansancio – Últimamente está más pesada que nunca.

– ¿Qué le ocurre? – Lysandro mira a Nath preocupado.

– Como mi madre ha vuelto a trabajar en el mundo de la moda, los desfiles y todo eso, está empeñada en que quiere ser modelo más que nunca.

– Pues tendría algo que ver con eso, porque quería ser portada del periódico del instituto.

Nathaniel suspira con pesadez.

– A ver, su personalidad es horrible, pero ella no está mal – argumenta Castiel de repente.

Nath y yo le miramos como si hubiese dicho algo blasfemo.

– Tío... – se queja Nath – que es mi hermana.

– Solo soy sincero. Ámber tiene esas "cualidades" – responde con tanta sencillez que no paro de horrorizarme.

Me levanto de forma teatral.

– Si me disculpáis, voy al baño a potar.

– Envidiosa – me contesta con sorna – Seguro que te pones así porque he dicho eso de ella y no de ti.

– Sí, justo es eso, me da envidia no ser una caprichosa engreída – me interrumpo – sin ofender, Nath – él se encoge de hombros, así que prosigo – niña de mamá pero que está buena para los ojos de un adolescente macarra de gusto más que cuestionable. Es mi sueño, vamos.

Cuando Castiel iba a contestarme, la Directora aparece por la puerta del aula y dice mi nombre en alto. Miro extrañada a mis compañeros sin entender nada y cuando me iba a reunir con ella, dice:

– Recoge tus cosas – me quedo plantada, mirándola aún más confusa. El tono que estaba usando no era de reproche, más bien tristeza. Sin entender nada, recojo mis cosas, me despido de mis amigos y salgo por la puerta junto a la Directora.

Llegamos a su despacho y se sienta, como si tuviese algo muy grave que decirme.

– ¿Qué ocurre? – me atrevo a preguntar.

– Tu madre ha llamado al instituto – noto como mi estómago se encoge – Pronto estará aquí para recogerte – no quería interrumpirla, pero tenía muchas ganas de apremiarla para saber qué estaba pasando. Ella, en cambio, parecía que le costaba mucho poner sus pensamientos en palabras, hasta que se decide a hablar – Tu padre está en el hospital.

Mis ojos se agrandan y noto un pitido en el oído. El tiempo se detiene y la profesora empieza a hablar mucho más despacio... Evita decir la palabra en todo momento, usando sinónimos, omitiendo cualquier cosa fuera de tono, pero era clara: mi padre estaba enfermo, muy enfermo. La Directora no paraba de repetir que los médicos parecían muy optimistas y una gran retahíla de frases de apoyo que yo apenas oigo. Asiento sin mucho que decir hasta que me da permiso para ir a la puerta del instituto para reunirme con mi madre e ir juntas al hospital.

No volveré a quejarme de la monotonía jamás.


Viviendo un isekai en el Sweet Amoris // Corazón de MelónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora