Capítulo 22: Tenía que olvidarle

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ZOE

Regresé a mi oficina una vez más.
Dante había regresado de Los Ángeles, pero desde entonces no habíamos cruzado palabra. Afortunadamente, no había necesitado mi ayuda para nada, ni siquiera para llevarle café a su oficina, y eso era un alivio para mí, ya que quería mantener la distancia con él.

Tenía que olvidar lo que habíamos estado haciendo hace días atrás, eso de tener encuentros íntimos.
A partir de ahora, todo sería diferente.
Tenía que cambiar en ese aspecto porque una cosa tenía muy clara: no sería una cualquiera, tenía que valorarme y darme cuenta de que si alguien era para mí estaría conmigo, no se iría tal que así y buscaría a otra.

1:11 p.m.

Estaba concentrada escribiendo un documento en mi computadora cuando de repente la puerta de mi oficina se abrió. Para mi sorpresa, era Dante quien entró. Ignorándolo deliberadamente, seguí escribiendo como si no lo hubiera notado.

Dante cerró la puerta detrás de él y permanecí enfocada en mi trabajo, sin mirarlo ni reconocer su presencia.

Dante: — ¿Cuándo terminarás con eso?

— Estoy bastante ocupada — respondí sin dejar de escribir. Él se acercó y se detuvo frente a mi escritorio.

Dante: — Sería mejor que dejes de escribir— dijo con su característica voz seductora.

¿El muy cabrón quería algo conmigo?
¿A caso no le había bastado lo que le hizo a la mujer aquella en los Ángeles?

— Se lo vuelvo a repetir, estoy muy ocupada — respondí, finalmente mirándolo. Sus ojos eran cautivadores, su mandíbula tensa y sus rasgos marcados.
Maldición, ¿por qué tenía que ser tan atractivo?

Dante: — Ven a mi oficina

Sabía a lo que se refería, pero si pensaba que yo era como esas mujeres con las que solía tratar, estaba completamente equivocado.

— Tengo trabajo pendiente — reafirmé, y él, maestro en persuasión con su voz profunda y sus palabras sensuales, intentó cambiar mi opinión una vez más.

Dante: — No te vas a arrepentir.
Mientras estuve lejos quise llevarte a mi oficina.
Ven. Vamos o te llevo

Le miré y sus ojos me encendieron.
Tenía ganas de ir a su oficina y hacer lo que él pedía, que lo hiciéramos sobre su escritorio o sobre el sofá…
¡No! No podía.
Tenía que concentrarme.
¡Sí! ¡Concentrarme!

— Señor, por favor déjeme trabajar
— aclaré y él frunció el ceño.

Dante: — ¿Segura? O si quieres te lo hago aquí mismo
¡Maldita sea!
¿Por qué era tan bueno para convencer?

— No, así que por favor váyase.
Hay que trabajar y le pido que deje de decirme este tipo de cosas — afirmé, y noté la confusión en su mirada. No obstante, no dijo más, se dio la vuelta y buscó la puerta.

Dante: — Llévame los documentos que te enviaré por correo.
Los quiero impresos — dijo antes de salir de mi oficina.
Desapareció y yo pude tomar aire.
Ese hombre me iba a matar si seguía hablándome de esa manera.

Así pues, me envió los documentos que me pidió y fui a su oficina para ir a dejárselos.

No estaba sentado en su escritorio ni tampoco le vi cerca, así que fui hasta ahí y puse los papeles encima del escritorio. Entonces, alguien se puso detrás de mí, puso su mano en mi nuca y me obligó a inclinarme sobre el escritorio.
Todo había sido tan rápido que no me dio tiempo de reaccionar.

El Jefe Me EspíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora