Capítulo 6: Problema resuelto

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Viernes.

Ximena: — ¿Y te va bien?

— Pues sí

Ximena: — Mira, hablando de él…

Me giré y vi que mi jefe descendía al comedor para recoger su comida. Cuando todos notaron su presencia, bajaron la mirada hacia sus platos, mostrando respeto por el hombre poderoso y dueño del lugar donde trabajaban. No obstante, eso solo lo hacían algunos, los nuevos empleados, porque los que llevaban más tiempo en la empresa no lo hacían muy a menudo.

En mi caso, a veces lo hacía, pero me estaba acostumbrando a no hacerlo, pues yo era su asistente personal y cada dos por tres lo veía. Así no me imponía tanto.

Entonces, en ese momento, noté nuevamente su peculiar forma de caminar.

— ¿No notas algo extraño?

Ximena: — ¿De qué?

— En él

Ximena: — ¿En quién?

— En el señor Grimaldi. ¿No te parece?

Ximena: — No…

Ella miró al señor Grimaldi y luego volvió a mirarme.

Ximena: — ¿Por qué lo dices?

— No, por nada. Olvídalo — respondí, entrecerrando los ojos para observar al señor Grimaldi, atenta a su caminar, mientras recogía su comida y se marchaba.

Ximena: — ¿Por qué estás mirando así al señor Grimaldi?

— ¿Eh? Nada. ¿Sabes qué? Voy a subir a mi oficina. Tengo muchas cosas que hacer y quiero empezar ya

Ximena: — Claro, porque hoy estás ocupada con los contratos

— Sí, y son muchos

Ximena: — Está bien, adiós

Me levanté rápidamente con la intención de seguir al señor Grimaldi para observarlo, pero por los pasillos no lo encontré. ¿Tan velozmente caminaba? ¿Cómo era posible si parecía que le dolía la pierna o el pie? En fin… No lo encontré por ningún lado. A causa de ello, me metí en mi oficina.

8:12 p.m.

Ya era tarde y me había quedado hasta esas horas trabajando, revisando cientos de veces los contratos de algunos arrendamientos para asegurarme de que estuvieran correctamente redactados.
Al terminar, me di cuenta de que la noche había caído.

El señor Grimaldi seguía en su oficina, ocupado con otros contratos, haciendo lo mismo que yo: arreglándolos y preparándolos. A pesar de eso, yo ya no tenía por qué seguir trabajando, pues mi jornada laboral había terminado hace varias horas. A pesar de eso, por querer hacer bien mi trabajo, me había quedado hasta tarde.

Decidí levantarme de la silla, estirar mi espalda adolorida por tanto tiempo sentada, coger mi bolso, apagar la computadora y salir de mi oficina.

Enseguida, me dirigí a la oficina de mi jefe para informarle que me iba. Como la puerta estaba abierta, no tuve que tocar. Fue entonces cuando noté al señor Grimaldi de pie, apoyado en la pared con la cabeza inclinada. También, pude ver que su rostro lo tenía tenso, como si algo le doliera y se estuviera aguantando las ganas de ese intenso malestar.

— Señor, ¿se encuentra bien?

Dante: — ¿Qué haces aquí? ¿No te habías marchado ya?

— No, acabo de terminar de revisar los contratos, hace un rato — respondí, y él se enderezó.

El Jefe Me EspíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora