Capítulo 31: De vuelta a la oficina

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DANTE

Niccolò: — ¿Y ya no te han seguido jodiendo?

— No, pero ya sabes cómo son

Niccolò: — Ya, de momento, los seguimos vigilando de cerca.
Esos rusos cada vez sacan más droga, no sé ni de dónde consiguen tanta

— Ni idea, ¿y qué piensas? ¿Qué los podrás atrapar?

Niccolò: — Ese es mi trabajo

— No será fácil

Niccolò: — No será fácil, pero eso no quiere decir que no sea posible

— Ya

Niccolò: — Bueno, seguiré trabajando

— De acuerdo, cuídate

Niccolò: — Tú también, ciao (adiós)

Ciao (adiós)

Colgué la llamada y me senté en el sofá.
Mi hermano Niccolò se estaba encargando de esos rusos, los traficantes que decían llamarse “empresarios”.
No obstante, mi intuición me decía que pasaría algo, porque meterse con ellos no era bueno.

Por otro lado, dentro de poco las oficinas abrirán otra vez y empezaría el trabajo, aunque como yo era el jefe ya estaba trabajando, no podía estar sin hacer nada sabiendo que había cosas que hacer.
Asimismo, pensé en Zoe, ella me había escrito más de ocho mensajes en WhatsApp, pero yo no quise responderle.
Básicamente, no quería ilusionarme con ella pensando en que me querría, que querría quedarse conmigo y tal vez ser novios, pero en el fondo quería.
Estaba entre dejarme llevar y detener lo que estaba pasando entre ella y yo, porque si seguíamos así, lo más probable sería que ella se cansaría de mí y más con lo que pasó, con lo que supo de mi salud.
Estaba claro, ella no se iba a quedar conmigo, así que tenía que aceptarlo.
Tenía que alejarme de ella porque si no lo hacía, me dolería saber que me enamoré de una mujer que no fue para mí.
Y es que sí, tampoco es que estuviera enamorado de Zoe, pero si me atraía muchísimo físicamente y de su personalidad me gustaban muchas cosas, tampoco es que supiera sobre enamorarse, pero suponía que no lo estaba.

En definitiva, aunque quisiera alejarme de ella, no podía, pues era mi asistente personal, por lo que la necesitaba para el trabajo, sin ella no se me haría tan fácil.

Zoe: — Hola…

— Hola

Zoe: — ¿A qué se debe su llamada señor Grimaldi? — preguntó y escuchar su voz me trajo recuerdos.
Es más, cuando me trataba de usted era una sensación inigualable, era como un fetiche para mí, porque su voz cuando lo decía era bella y me hacía sentir superior y me subía el ego.
No sé, era algo extraño, pero me gustaba mucho.

— La semana que viene tienes que volver a la empresa

Zoe: — Vale, ¿el lunes?

— Exactamente

Zoe: — Está bien, ¿algo más?

Quería preguntarle cómo se encontraba, saber de ella, pero no debía, no podía.

— Em, y… No, nada

Zoe: — Bueno, le dejo porque ahora mismo me estoy duchando — dijo y despertó mucho interés en mí.

— ¿Ah sí?

Zoe: — Sí, bueno, cuelgo

— ¿Y estás desnuda? — pregunté dejándome llevar por mis perversos impulsos.

Zoe: — ¿Eh? Lo siento es que no le escuché por la música que estoy escuchando. Ahora le bajo el volumen.
¿Qué decía?

— No, nada, el lunes en la oficina, no te olvides

Zoe: — Em, está bien

Colgué rápidamente, aliviado, de que no hubiera escuchado mi comentario inapropiado. No podía dejarme llevar por mis impulsos con Zoe. Debía ser sensato y olvidarla, aunque eso fuera difícil. Esta mujer me tenía obsesionado, y lo único que podía hacer era intentar dejarla atrás.

ZOE

Tres días después

Las vacaciones lamentablemente habían llegado a su fin, y era hora de volver al trabajo. Desde que dejamos el hotel en Cancún, México, no volví a ver a Dante. Mis mensajes quedaron sin respuesta y desconocía su paradero. Aunque me preocupaba su bienestar, parecía reacio a compartirlo conmigo, y yo no entendía por qué. Hubo una breve llamada, pero solo para informarme sobre su regreso a la oficina, aunque escuchar su voz me reconfortó.

Ximena: — ¿Qué tal las vacaciones?

— Bueno… Bien. ¿Y las tuyas?

Ximena:— ¿Por qué lo dices así? ¿A caso no te gustaron?

— Sí, ¿y las tuyas?

Ximena: — Pues estuvieron genial

— Me alegro por ti

Ximena: — Gracias

— Bueno, luego me sigues contando cómo te fue, ahora tengo que subir a mi oficina

Ximena: — Vale, nos vemos luego

Seguí mi camino hasta el ascensor, sintiéndome nerviosa.
Había pasado mucho tiempo desde que vi a Dante, y mis sentimientos hacia él eran contradictorios. Parte de mí ansiaba su presencia, pero otra parte deseaba mantenerlo a distancia, especialmente después de lo sucedido en el hospital en Cancún, cuando ocultó su enfermedad. No lo odiaba por mantenerlo en privado, pero me hacía sentir que no confiaba en mí lo suficiente para compartirlo.

Finalmente, llegué a mi oficina y entré. La puerta de Dante estaba cerrada, así que no fui a informarle que había llegado, sabiendo que probablemente me había visto en las cámaras de seguridad. Siempre estaba pendiente de mi puntualidad y solía reprenderme por llegar tarde.

— ¿Sí? — respondí al interfono cuando sonó.

Dante: — A mi oficina — dijo y colgó. Así que tomé valor y respiré profundamente. Sentía nervios por volver a verlo, a pesar de mis esfuerzos por controlarme.

Abrí la puerta y lo vi sentado en su escritorio, concentrado en su tablet.

Dante: — Bien, vayamos al grano
— dijo sin mirarme a los ojos, algo inusual, porque normalmente siempre mi miraba mi cuerpo.

— Dígame

Dante: — Llegó tarde, dos minutos después de la hora de entrada, ¿no es así?

— Sí, señor Grimaldi, tiene razón

Dante: — ¿Y no piensa hacer nada al respecto? — preguntó mirando a su tablet y no se atrevía a mirarme quién sabe por qué.

— Pues tengo una razón muy sencilla

Dante: — Señorita Carrasco, con su excusa me tiene que convencer, si no tendrá problemas.
Desde que trabaja aquí, ya es la quinta vez que llega tarde

— El caso es que mi auto no funcionaba y me tuve que venir en bus

Dante: — ¿Esa es su excusa?

— Sí, y si no me cree, no es mi problema

Dante: — Entiendo. Puede volver a su oficina. Hay mucho trabajo por hacer y debe ponerse al día

— Por supuesto

Dante: — Puede retirarse

Salí de su oficina, confundida por su actitud inusual. Rara vez me trataba de “usted,” y esto me desconcertaba.
¿Había perdido interés en mí?
¿Ya no significaba nada para él, si alguna vez lo fui?
No tenía idea de qué causaba este cambio en su comportamiento.
A pesar de todo, debía mantenerme firme. Si Dante parecía indiferente, yo también debía actuar de la misma manera. No por venganza, sino porque me estaba enamorando de él, y eso no podía permitirlo. Tenía que proteger mi corazón, sin importar cómo.

El Jefe Me EspíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora