Capítulo 9: Vistas divinas

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ZOE

Viernes.

El interfono sonó, y respondí de inmediato.

Dante: — Señorita Carrasco, ¿está ocupada en este momento?

— Estaba a punto de terminar algunas tareas, pero tengo tiempo libre.
¿En qué puedo ayudarle?

Dante: — Entonces, por favor, venga a mi oficina

— De acuerdo — respondí, levantándome de mi silla.

Acomodé mi ropa y peiné mi cabello.
Me puse los tacones porque casi siempre me los quitaba en mi oficina para estar más cómoda, ya que era mía y no había nadie más aparte de mí dentro y luego, me dirigí a su oficina.

— ¿Qué necesita? — pregunté al llegar.

Dante: — Ajá... ¿Qué haces por las tardes?

— Bueno, depende del día de la semana. En general, suelo quedarme en casa si no tengo planes previos

Dante: — ¿Con tu novio?

— No, generalmente paso tiempo con mis amigos — respondí mientras él me miraba fijamente.

Dante: — Necesito tu ayuda

— ¿Para?

Dante: — Por la puta rodilla.
No puedo moverme como quisiera. Necesito ayuda para cambiarme de ropa y quiero que me ayudes con eso

«Tal vez no para ponerle la ropa, sino para quitársela...
¡Zoe! ¡No seas cochina!», pensé, pero rápidamente rechacé esos pensamientos.

— Está bien — dije sacando de mi mente esos sucios pensamientos.

Dante: — ¿Sabes cocinar?

— Sí

Dante: — También para eso te necesito. Mi cocinera me dejó porque decidió quedarse embarazada y ahora ya casi está de parto y esas cosas.
Así que no tengo a nadie

— Vale, lo haré yo

Dante: — Te pagaré el doble de lo que te pago siempre

— No hay problema

Dante: — En la noche comienzas.
Cuando acabes tu jornada aquí, te esperaré en el garaje y nos iremos
— mencionó y asentí con la cabeza.
— Bien, sigue trabajando

— Perfecto

Me di la vuelta y regresé a mi oficina.
Recordé sus palabras y se me puso la piel de gallina.
¡Estaría en su casa!
¡En la del señor Grimaldi!
¡Dios mío! Eso era una gran hazaña porque, ¿quién tenía ese privilegio? Puesto que, para todas las mujeres y tal vez también para algunos hombres, estar frente a él lo era.

9:34 p.m.

Llegamos a la casa de mi jefe, un lugar verdaderamente elegante. Nos dirigimos hacia el ascensor, cuyo interior reluciente desprendía un aroma delicioso a flores.

Al llegar al tercer piso, era evidente que nos encontrábamos en un lugar exclusivo y privado. Esto quedaba claro al atravesar una puerta de hierro gigante, que el señor Grimaldi abrió con una llave.

Una vez dentro, él se dirigió directamente hacia el sofá y se sentó.

— ¿Se tomó la pastilla para la inflamación?

Dante: — Sí — respondió y tiró la muleta a su lado derecho.

— Vale

Me crucé de brazos y me puse a observar las paredes para distraerme.
Estar en su casa me llenaba de bastantes nervios y con el tremendo silencio que había era el doble.

El Jefe Me EspíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora