Capítulo 10: Ayudar es mi pasión

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ZOE

Ya había pasado un mes desde que operaron al señor Grimaldi, así que ya no tenía que cuidarlo. Pero, ¿me agradeció por ello? No, nunca lo hizo.
No obstante, me pagó como prometió, lo cual era bueno, aunque un simple “gracias” habría sido agradable. Pero él era así, rara vez expresaba gratitud, solo cuando le llevaba café a su oficina.

Durante ese tiempo, mi tarea consistió en ayudarlo con cosas simples, como entregarle la ropa cuando se cambiaba para que no tuviera que levantarse tanto.
Sin embargo, no crean que yo lo vi desnudo, al contrario, yo era muy respetuosa en eso, aunque él no lo fuera.
Él era opuesto a mí, a él no le importaba desnudarse delante de mí, pero a mí sí, por eso siempre me salía de su habitación para que tuviera más intimidad y yo más libertad para poder tomar aire y no pensar en cosas que quería que pasaran.

11:15 a.m.

Llegué un poco tarde a la oficina porque tuve que ir al médico por la mañana para hacerme un chequeo.
De vez en cuando lo hacía y justo hoy me había tocado y por suerte, el médico me dijo que todo estaba correcto.
Así que, cuando llegué a la planta en donde estaba mi oficina, me dirigí a la del señor Grimaldi para avisarle que ya había llegado.
Toqué la puerta, esperé para que me diera el permiso y entré.

— Buenos días, señor Grimaldi. Acabo de llegar

Dante: — Ya te vi — dijo mirando su laptop.

— ¿Necesita algo?

Dante: — De momento no — respondió, pero sus ojos se desviaron hacia mis tobillos y luego recorrieron mis piernas antes de detenerse en mi pecho.

— M… me voy… a trabajar

Dante: — Tráeme un café

— Pero Esther me dijo que ya se lo habían traído

Dante: — Tráeme otro — dijo con una sonrisa en sus labios.
Me di la vuelta y noté que él me estaba mirando de una manera extraña, pero ¿por qué?
¿A caso le gustaba cómo me veía?
No podía ser, ¿verdad?
Un hombre como él no se fijaría en alguien como yo… ¿O sí?

Después, volví con su café y confirmé que le gustó cómo me veía y eso me subió el ego.
Él era el único hombre que me miraba, podría decirse, con deseo.
¡El señor Grimaldi me miraba así!
Era una locura, pero ¿sería posible?
Tal vez.
Yo ese día no decidí ponerme la misma ropa de siempre.
Un pantalón y una camisa gasa, si no que en vez del pantalón me puse una falda, siguiendo la nueva moda de la empresa, ya que me di cuenta de que todas las mujeres que trabajaban llevaban puesta una, por lo que yo también quise llevar una.

3:22 p.m.

Una semana después.

Ximena: — ¡Vaya! Te queda muy bien la falda

— ¿Verdad?

Ximena: — Bastante

— Nunca me había puesto una para venir a trabajar porque pensaba que era muy llamativo, pero al ver que tú también llevabas una, quise ponérmela

Ximena: — Sí, yo tampoco me había puesto una antes, pero quise hacerlo

— A ti te queda bien también

Ximena: — Gracias — dijo y sonrió.

— Oye, ¿y Marcus? No lo he visto desde hace días

Ximena: — Ni yo

— ¿No sabes dónde está?

Ximena: — No muy bien. Ayer le pregunté a Carlos si sabía dónde estaba y me dijo algo como que estaba en unas reuniones en Francia

El Jefe Me EspíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora