Colin y Gwendolyn solo tiene una cosa en común: el amor al arte. Él, bajista de una banda en ascenso. Ella, pastelera en un negocio que va ganando renombre. Pese a su éxito personal, la vida no siempre les sonríe.
Gwen tiene mala suerte en el amor.
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GWEN
Hoy es uno de esos días en los que desearía no haber salido de la cama porque nada está saliendo según lo previsto. Si tan solo hubiese continuado durmiendo, con mi cabeza en la almohada y las sábanas suaves a mi alrededor. El mundo habría seguido girando, por supuesto, pero no estaría en esa vorágine en la que no encuentro la salida.
Pedidos que se han tomado mal. Insumos que están en falta o demora y que podrían atrasar la inauguración de la nueva pastelería. Mi madre preguntándome incansablemente cuándo iré a visitarla a pesar de que hace unas semanas nos vimos. Colin que no contesta mis mensajes o llamados. Y las miradas. Maldita sea, ¿por qué todos me miran?
Creí que los clientes habían superado la etapa de mirarme como un vestido en exhibición, que había vuelto a ser la amable vecina que hornea pasteles y que tiene una cafetería rosada. Todo esto me dice que ha sucedido algo, quizás Mercurio entró en su fase retrógrada de nuevo o me ha salido un grano del tamaño de una mariquita en la punta de la nariz y no me he dado ni cuenta, pero no creo poder seguir soportándolo.
—Avísame si necesitas algo —le digo a Holly, quitándome el delantal que no he tenido tiempo de usar y soltando un suspiro.
—Te ves agotada.
—Lo estoy.
—No te preocupes. —Me sonríe—. Todo estará bajo control.
—Por favor, no se equivoquen con otro pedido —le ruego.
—No lo haremos, jefa.
Le dedico una sonrisa trémula, cansada y que demuestra que no quiero lidiar con otros seres humanos en este momento. Ellos podrán resolver cualquier inconveniente que se presente y yo seguiré peleando con proveedores desde la comodidad de mi sofá.
He dado tan solo dos pasos cuando las puertas dobles que comunican la cafetería con la cocina se abren y Steve ingresa. Está pálido y pareciera estar teniendo un día peor que el mío. Seguro es culpa de Mercurio.
