Capítulo 43

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COLIN

No metimos la pata. Ni en el primer show, ni en el segundo y espero que en el tercero tampoco. Y ni hablar del resto de la gira. Los nervios son recurrentes aún, subo al escenario con las rodillas temblándome y un nudo en la garganta, pero cuando salgo, cuando veo a todas las personas que han ido por nosotros y cantan a coro nuestras canciones, todo lo malo se va y recuerdo por qué amo lo que hago.

Me cuesta dormir luego de un show, la adrenalina sigue recorriendo mis venas y cerrar los ojos se me hace imposible. Mis amigos no tienen el mismo problema porque en tanto subimos al bus, están roncando como mi abuelo luego de una cerveza. Es por eso que hoy, luego del segundo concierto, me quedo sentado mirando por la ventana en el pequeño living y esperando que las transcurran, que la adrenalina se me pase y, sobre todo, que Gwen se despierte para desearle un buen día.

Todavía falta cerca de una hora para las cinco y, sin embargo, ya le envío un mensaje para que lo lea cuando pueda. Mientras tanto, pierdo el tiempo en redes sociales viendo las fotos en las que se me ha etiquetado y compartiendo algunas de esta noche. Luego paso a mirar las historias que Gwen ha subido a Instagram y me hago una nota mental para preguntarle cómo le fue en la búsqueda de un pastelero. Y es entre mis notas mentales que recuerdo una en específico que me hace sonreír.

Le debo un dildo.

No lo dudo, pongo en Google lo que estoy buscando y entro y salgo de páginas sin poder decidirme. Algunos se ven monstruosos, otros muy raro con adornitos, algunos tienen música y no puedo evitar preguntarme cuál es la finalidad porque dudo que un orgasmo llegue más rápido si suena música en su vagina. De ser así, me pondré a cantarle a Gwen.

Busco en Amazon por opciones y miro a todos lados para asegurarme que están dormidos. El único despierto es Bob, nuestro chofer, que está muy ocupado conduciendo y que poco le importa lo que esté haciendo en este momento. Sin embargo, pego un grito cuando al mirar hacia atrás ya que encuentro a Lee pegado a mi asiento y el bus se mueve bruscamente por mi culpa.

—¡Lo siento, Bob!

—Creo que ya es hora de que se vayan a dormir, muchachos. No asusten a su conductor si quieren terminar la gira.

Maldita dulzuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora