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Esa mañana, cuando la hermana Clotilde encendió la lámpara, noté que la cama de Gabriel estaba vacía. Los demás, de inmediato, comenzaron a hacer conjeturas sobre esa inusual ausencia.

- ¿Crees que esté bien?

- ¿Lo dices por la gripe?¡Pero si eso ya se acabó!

- Bueno, nunca se sabe...

- Pues yo tengo escalofríos - agregó uno de los más chicos.

- ¡Largo de aquí! - exclamó uno de los grandes que lo empujó bruscamente e hizo que cayera al suelo.

Apreté los dientes con enojo, pero no me moví de la cama. Como cada mañana, le di cuerda ami reloj. Pero ni siquiera esto sirvió para calmarme.

Los grandes contra los chicos. Los fuertes contra los débiles. Los inuit contra los cri. ¡Siempre el mismo cuento entre los humanos! ¡indios o blancos, todo es lo mismo! ¡Estoy harto ya de esas estupideces!

En aquellos momentos sólo deseaba algo: ser un árbol para que me plantaran en una capa de tierra rica y negra y poder echar raíces ahí tranquilamente...

Gabriel no apareció en el refectorio ni participó en ninguna de las clases. Reapareció a la hora del almuerzo, sudoroso y con mal aspecto. Aparentemente, lo habían privado de la comida. A pesar de las preguntas y las apuestas que se habían hecho, no quiso dar ninguna explicación. Sospeché que más tarde lo haría, sin que lo presionaran, y no me equivoqué...

Cuando llegó la hora de ir al taller, me puse el abrigo para salir. Al ver que Gabriel se quedaba atrás, me vi obligado a preguntarle:

- ¿No vienes?

- ¿Qué te importa? ¡No es tu problema!

- me contestó y se sentó en el piso del vestíbulo con las piernas cruzadas.

- Pues sí me importa un poco puesto que trabajamos juntos. - ¿Juntos? ¿Conoces esa palabra, tú, Jonás? Como sea, ¡ya entendí que no soy más que un estorbo en el taller!

- Oye, calmate. ¡Yo no te hice nada! Lo único que sé es que sólo quedamos tú y yo después de la epidemia. Si no vienes, Sansón te va a reclamar.

- Pfff... ¡Déjame! Mejor haz lo que sabes hacer: ¡ocuparte de lo tuyo! - añadió furioso,pasándose los dedos entre el cabello.

Me di por vencido y me apresuré para alcanzar a la hermana Clotilde que ya estaba en el portal. Mientras ella abría la puerta con su llave de cobre, distinguí a lo lejos a Sansón. Como era su costumbre, nos esperaba fumando un cigarrillo junto al río congelado.

- ¿Dónde está Gabriel? - me gritó abriendo los brazos en señal de pregunta.

- ¡Aquí!- escuché que decían detrás de mí.

Me di media vuelta y vi que Séguin traía a Gabriel arrastrándolo del cuello de su abrigo.

- Esta bestia le mintió en la mañana a la hermana María de las Nieves. Hizo que le abrieran el portal y se fue solo al taller. Creo haber entendido que quería adelantar en el corte de los troncos... ¡Pero todo indica que fue una pérdida de tiempo!

Cuando llegó hasta donde estábamos, el sacerdote lo empujó bruscamente contra la reja. Su cuerpo rebotó como si fuera un muñeco de trapo. Se sobó la espalda y se unió a mí ya del otro lado.

- ¡Lo va a compensar! - añadió Sansón y, con una inclinación de la cabeza, saludó al sacerdote y a la hermana. Cuando lo alcanzamos, le dijo en tono grave a Gabriel:

- ¿Por qué huiste como si fueras un ladrón, eh? ¡Aunque te escondas, no escaparás a tu destino!

Fue algo raro, pero tuve la impresión de que esas palabras también iban dirigidas a mí...

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora