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Cuando regresamos al dormitorio, me acerqué a la cama de Gabriel y le dije al oído:

– Acuéstate vestido. Esta noche lo hacemos.

– ¿Qué? ¿En la oscuridad? – preguntó frunciendo el ceño.

– ¿Escuchaste a la hermana Clotilde? ¡Sansón vendrá mañana! Con Bella, que no tardaráen... De cualquier manera, no podemos dejar el cuerpo donde está.

– Yo... Yo... ¡No puedo!

– ¡Deja de decir eso y habla menos fuerte! Mira a tu alrededor...

En el dormitorio, todos tenían los ojos puestos en nosotros dos. Hay que decir que yo nosolía acercarme a hablar con nadie antes de dormir. Y esa noche en especial, podía parecersospechoso que lo hiciera.

– Tengo un plan. Te juro que todo irá bien.

– ¿Qué plan? – me preguntó, lívido.

– Te lo diré después, los demás parecen nerviosos... Tengo que regresar a mi cama. Sobretodo, ¡no te duermas, mantente alerta!

A mitad de la noche escuché cómo crujía el hielo y, aunque ya me lo esperaba, esos primerosefectos del deshielo me dieron la sensación de que el mundo se derrumbaba. Me habíamostrado paciente todos esos años, aparte, en mi rincón, sin hacer ruido, manteniendo un perfilbajo... Todos esos esfuerzos, ¿para qué?

No era el momento de reflexionar sobre aquello. Había que actuar rápido y, antes que nada,sin que los otros lo advirtieran... Me incorporé poco a poco en la cama, despacio me quité lamanta de encima y me levanté cuidando que no rechinaran los resortes del colchón.Concentrado en los ruidos de mi alrededor, caminé lentamente hasta la puerta y salí deldormitorio.

Anteriormente, sobre todo en los primeros años, cuando no lograba dormir, solía pasearmede noche con los pies descalzos por los corredores... A semejanza del fantasma en el que temíaconvertirme, me divertía errar por el internado y, dado que no podía traspasar las paredes yescapar al bosque, pegaba la oreja en las puertas de cada una de las recámaras Fue así comosupe que la hermana María de las Nieves hablaba durante el sueño, que la hermana Adeliadormía en total silencio como una muerta y que la hermana Clotilde emitía ronquidos graves yregulares.

Pero aquella noche no me estaba paseando a causa del insomnio. Tenía una misión quecumplir y del éxito de esa misión dependía nuestro porvenir. Sin perder tiempo, me deslicéhasta la puerta de la hermana principal y pegué la oreja a la delgada madera. Ronquidos bajos, pero ya regulares.

¡La posible muerte de Séguin no le ha quitado el sueño, según parece!, pensé mientras giraba laperilla muy despacio. Contuve la respiración y entré en la recámara, de puntillas. Sabía que lasllaves estaban colgadas a la izquierda de la puerta, frente a la cama. El problema es que eranvarias y estaba oscuro. Entrecerré los ojos, pero mi visión no mejoró. Podía perfectamenteimaginar la gran llave de metal en las manos huesudas de la hermana, pero ¿sería esta o ésa?

¿O esta otra, justo al lado? Mis ojos empezaban a acostumbrarse a la oscuridad, pero no losuficiente como para distinguir los metales. Mi angustia iba en aumento y empecé a dudar.

¿Y si la hermana María de las Nieves había guardado la llave?

¿Si a causa de la desaparición de Séguin había olvidado darle la llave a la hermana Clotilde?

Mi corazón latía con demasiada fuerza.

Me temblaban las manos.

Era presa del pánico.

Sin embargo, no podía dar marcha atrás.

Arriesgando el todo por el todo, abrí un poco más la puerta para que entrara la luz delcorredor. Los goznes rechinaron levemente y pasaría si me la hermana se movió. Preferí noimaginar qué sorprendía en su recámara, en plena noche...

Las sienes me latían, me quedé inmóvil y distinguí una caja cartón en la cual estaba escrito"Joyas y baratijas". Unos segundos después, la hermana Clotilde se acomodó de lado, dedespaldas a la puerta, y volvió a roncar. Gracias a la luz del corredor, la llave que buscababrilló con un destello amarillo. Con gran alivio la tomé, la deslicé en el bolsillo de mi pantalón,salí gran de la recámara y cerré la puerta suavemente.

Sin perder tiempo regresé al dormitorio y dejé la puerta entreabierta para que entrara algode luz. Me puse de prisa el abrigo, y con mis botas en la mano, me acerqué a la cama deGabriel.

– ¡Vamos! – murmuré en su oído.

Gabriel fingió estar dormido.

– Sé que no estás dormido y tengo la llave del portal.

Se apoyó en los codos y se enderezó.

– ¿No escuchas? ¿Estás sordo? ¡Todo cruje allá afuera! – exclamó.

– Shht!

– No quiero salir. ¡Nos hundiremos en el hielo!

Sacudí la cabeza.

– Conozco los inviernos de aquí. ¡Aún tenemos tiempo, confía en mí!

Gabriel volvió a acostarse y se tapó hasta la barbilla...

– ¿Y los demás? – dijo con su voz sofocada por la manta

 – ¿Qué con los demás?

– ¡Nos acusarán! – Robaremos galletas de las hermanas para comprar su silencio

– adelanté con una voz clarapara que los despiertos me escucharan.

A falta de argumentos, Gabriel por fin salió de la cama y se puso su abrigo. Le di sus botas yle indiqué que me siguiera en el corredor.

Cuando llegamos al refectorio, un olor a sopa fría me entró por la nariz y me estrujó elestómago hambriento. Los platos se habían quedado sobre la mesa con el potaje servido. Oícómo le rugían las tripas a Gabriel.

– ¡No toques nada! No debe quedar rastro de que pasamos que estaba por aquí – le dijemientras descolgaba la linterna junto a la mesa de las hermanas.

Gabriel, muy a su pesar, se contuvo. La puerta trasera no estaba asegurada. Ya afuera,temblando de frío, caminamos en línea recta hacia la bodega.

Ahí dentro estaba oscuro como dentro de un horno. Pero preferí no encender la lámpara. Atientas, tuvimos que quitar los leños que cubrían el cuerpo...  

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora