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Tal y como lo había previsto, cuando llegamos al taller, nuestro capataz no estaba allí.Estábamos solos y la única compañía era el silencio blanco y, de cuando en cuando, el eco dealguna ave rapaz. Hacía ya tanto tiempo que trabajaba en el bosque con Sansón que sabíaperfectamente lo que nos habría ordenado hacer. Se lo dije a Gabriel. Y aunque seguíaenfurruñado, no protestó. 

Estuvimos durante un par de horas cortando y formando manojos de leña: Sansón noaparecía y mi cuerpo reclamaba comida. Saqué un trozo de pan seco que guardaba en el fondode mi bolsa y, antes de llevármelo a la boca, lo corté en dos para darle un pedazo a Gabriel.

– ¡No necesito tu limosna! – vociferó y aventó al suelo el pedazo de pan.

– ¿Qué te pasa?

– ¿Qué fue lo que pasó hace rato con Séguin? ¿Lo haces enojar sin motivo, así nomás? ¿Sabes que otros van a pagarla por ti? ¿Lo sabes? 

Hasta ahora había permanecido callado, concentrado en su tarea. Su cólera estalló de golpey yo tenía ganas de plantarle un puñetazo en la cara. Habría sido fácil descargar mi rabia en él,pero me habría equivocado de enemigo. Me conformé con alzar los hombros y fui a sentarmesobre un tronco. Para calmarme mastiqué el pedazo de pan, aunque en realidad no teníaapetito.

Si se trata de machacar, mejor machacar madera muerta, pensé y me puse de pie dispuesto acortar un tronco enfermo. Cuando lo hice, me di cuenta de que el trozo de pan ya no estabadonde lo había lanzado Gabriel y deduje que había cambiado de opinión. Al pensar esto, esbocéuna sonrisa que se borró por completo cuando vi llegar a los cazadores. Llegaron con susperros tras de ellos y se sentaron sobre los troncos que acababa de talar. Dos traían unasbotellas en las manos. Apestaban a alcohol a dos metros de distancia y de inmediato la tomaroncontra Gabriel. 

– ¡Como siempre, él come bannock no parece muy diestro que digamos! – dijo Morlas entono de burla y se empinó la botella.

– ¡Es porque no hay árboles allá donde él vive! ¡No hay sino el hielo y osos... ¿Cómo losllaman? ¡Polares! – dijo uno de los gemelos, tal vez Colas, y empezó a caminar con los piesencontrados imitando el caminar de los osos.

Su hermano gemelo rio con tal fuerza que empezó a toser. Terminó escupiendo en el suelo yvolvió a la carga.

– Lo imaginas frente a un oso blanco? ¡Se mearía encima!

– No sigas! ¡Ni siquiera se atreve a acariciar a Tifus! - dijo riendo Moras.

– ¡Te apuesto que, si lo obligamos a acariciarlo, se caga en el pantalón!

El que yo había identificado como Colas, completamente ebrio, empezó a dar saltos aquí yallá gritando con su voz aguda: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡Me dan miedo los osos!". Los otros tressonreían tontamente, pero la crueldad se reflejaba en sus ojos.

Gabriel, inmóvil hasta ese momento, soltó de pronto el ata- do de leña y se dirigió hacia elgran husky. El perro, sin saber cuáles eran sus intenciones, gruñó mostrando los dientes.

– ¿Vieron? ¿Qué les dije? – exclamó Moras.

– ¿Quieres un traguito para darte valor? – le propuso Gordias ofreciéndole la botella.Gabriel no se movió. El perro seguía gruñendo y una espuma babosa le escurría del hocico. Sinesperar respuesta, Gordias le puso la botella en la mano.

– ¡Anda! ¡Bebe!-le ordenó en tono seco.

Los otros tres lo miraban curiosos y Gabriela darle un trago. Hizo un gesto de asco tal quetodos creímos que iba a vomitar. Pero después de una pausa, puso la botella entre sus labios ybebió sin parar.

– ¡Hey! ¡Con eso basta!-intervino Gordias, temeroso de se vio obligado que le bajara el nivela su preciado alcohol. Gabriel no se detuvo sino todo lo contrario.

– ¿Estás sordo, salvaje? ¡Dije que BASTA!-gritó el cazador y le arrebató la botella de lasmanos.

Gabriel lo miró a los ojos y una sonrisa burlona se dibujó sus labios. Sin decir agua va,Gordias le asestó un en puñetazo que lo tiró en el suelo. La herida empezó a sangrar. Congesto firme, Gabriel limpió el hilo de sangre y miró con asombro la marca roja en la palma desu mano. Hizo una mueca y, mareado por el alcohol, intentó levantarse.

– ¡Miren nomás a este piel roja! ¡No puede ni sostenerse en sus patas!-le dijo Gordias a suscompinches.

– ¡Una verdadera india! – subrayó otro de ellos.

– ¡Sí! ¡Y ahora vamos a ver cómo se las arregla el otro! -propuso Moras y me ofreció labotella.

 Sacudí la cabeza. No tenía ninguna intención de entrar en la arena.

– ¡Tómala o te la meto donde estoy pensando! – me espetó el cazador.

Tifus gruñía cada vez más fuerte. Miraba fijamente mis piernas y en sus ojos podía ver suintención de ataque. Yo sabía que sólo esperaba una señal de su amo para desgarrarme lapierna.... Para ganar un poco de tiempo, les señalé a Gabriel, que luchaba por mantener los ojosabiertos.

– No se ve bien. Más vale llevarlo de vuelta al internado – me aventuré a decir.

– ¡Nos importa poco el inuit! ¡Te ordeno que bebas!

Moras, impaciente, tenía la mano puesta sobre el cuchillo que llevaba en el cinturón. Notenía otra opción así que agarré la botella y olí el contenido. El olor agrio y poderoso merevolvió el estómago. Era un olor que ya había percibido en la madre de Estela, y aunqueentonces era muy chico, había entendido que se trataba del olor del olvido.

¡Mátalo!

Después de todo, algo de olvido no me haría daño... Puse la botella en mi boca y le di un trago.Sentí que el líquido escurría por mi esófago y me quemaba. Mi estómago se rebeló y no pudesofocar un ataque de tos.

– ¡A fin de cuentas, éste tampoco aguanta mucho! – dijo en tono de burla Moras y meensartó el cuello de la botella en la boca.

Esta vez no hice nada para impedir que el alcohol se abriera camino hasta mi estómago.

Dejé que el líquido quemante me llenara hasta la náusea. Primero sentí que la bola de rabia quese había formado en mi estómago se disolvía, pero en seguida me vinieron unas terribles ganasde vomitar. Intenté alejarme, pero el paisaje daba vueltas a mi alrededor y por más esfuerzosque hacía no lograba caminar en línea recta.

– ¡Vean! ¡Aquí tenemos a una foca atascada y a un oso borracho! – escuché decir a misespaldas justo antes de derrumbarme sobre la nieve endurecida. 

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora