La savia del arce corría por mis venas y me transmitía la fuerza del árbol. Mi pulso latía en micráneo sordamente y repercutía en mis talones de tal forma que mi ritmo cardiaco secomunicaba a todo el bosque. Muy pronto, el ruido intenso del deshielo se sumó a los latidosde mi corazón, a los jadeos de Gabriel ya los aullidos de los perros. La suma de crujidos y dehervideros era el indicio de que nos aproximábamos a un río muy grande.
En efecto, cuando apareció detrás de una barrera de abetos blancos, pudimos constatar quesu lecho era bien ancho. A simple vista, unos quince metros de una rivera a la otra. Pero ése noera el problema. Bajo el sol intenso todo el hielo se había quebrado y, al hacerlo, habíaprovocado un aumento considerable del caudal de agua. ¡Era imposible caminar por ahí y másaún nadar!
– ¡Ahora sí estamos fritos! – dijo Gabriel limpiándose el sudor de las sienes.
Si piensas en el fracaso de antemano, seguro fracasas.
Esto le habría contestado mi madre a Gabriel, pensé al acercarme a un árbol muerto quemilagrosamente se erigía sobre la orilla... Con el fin de volcarlo, apoyé todo mi peso en eltronco y le pedí a Gabriel que me ayudara. Los aullidos se aproximaban y nuestros pies sehundían y resbalaban en el lodo, lo cual nos impedía tener un buen agarre en el suelo. Elaumentaba en nosotros y, sin quererlo, yo anticipaba cómo los perros nos encajarían loscolmillos para arrastrarnos pánico hasta los pies de Gordias.
– ¡VAMOS! ¡OTRO EMPUJÓN! – grité al sentir que el tronco se movía.
Un gemido y el árbol por fin cedió y sin hacer ruido cayó y quedó atravesado en el río. Lapunta no alcanzaba a tocar la orilla, pero si nos dábamos prisa, podía funcionar...
– ¡No va a aguantar mucho tiempo! – grité por encima del otro ruido del agua, justo antesde lanzarme sobre aquel puente improvisado.
Derrapé al dar el primer salto, pero me repuse a tiempo y me eché a correr. Llegué a la otraorilla justo antes de que el árbol comenzara a desviarse debido a la fuerte corriente de Atrás demí, Gabriel había vacilado un segundo de más, y cuando por fin saltó, se escuchó un disparotras de él. Vi cómo agua. se estremecía al sentir que la bala le rozaba la mejilla. Gordias estabaa lo lejos con una rodilla apoyada en el piso para apuntar mejor. Los otros tres cazadorescorrían detrás de nosotros, pero los perros fueron los primeros en llegar... Se detuvieron enseco en la rivera opuesta, bloqueados por el agua rugiente donde emergían aquí y allá unosbloques puntiagudos de hielo. Frustrados, daban vueltas sobre sí mismos y castañeteaban lasmandíbulas. Soñaban con mordernos las piernas.
Gabriel no había salido de apuros. Estaba a medio trayecto, en una posición inestable y enpleno torrente de agua. El tronco había empezado a virar y ya estaba en diagonal. A cadasegundo se iba alejando más con la corriente...
– ¡SALTA! ¡AHORA! – grité con todas mis fuerzas.
Mi camarada inuit, con los ojos exorbitados, acababa de entender que, si quería lograrlo,debía hacer un salto de casi dos metros hasta la orilla. Era eso o arriesgarse a que el hielo lomachacara...
Fue un segundo disparo lo que le dio el impulso que le faltaba. Pero con el pánico, su pieraspó la corteza y su cuerpo osciló hacia enfrente. Se clavó de cabeza en un borbotón dondeflotaban trozos de hielo grises y cortantes, Lo vi desaparecer y después salió a la superficie,sofocado. Me aproximé lo más que pude al borde, estiré los brazos lo más lejos posible y logrésacarlo del agua justo antes de que un gran bloque le aplastara las piernas.
Frente a nosotros estaban los cazadores que no habían perdido el tiempo. Moras y uno delos gemelos cortaban con sus hachas un tronco y Gordias preparaba su siguiente disparo.
– ¡CORRE, HERMANO!- - grité al tiempo que dos balas silbaban por encima de nuestrascabezas.

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Lagrimas de Bosque
Teen FictionEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...