Mientras corría con Gabriel en mi espalda, me sentía atrapado en una pesadilla interminable.Tenía tanto miedo que ya no sentía el hambre, ni el frío, ni los calambres. Ya no sabía dóndeestaba, ni siquiera si estaba yendo en la dirección correcta. Intentaba mantener a Gabrieldespierto haciéndole preguntas, lo que se me ocurría. El excesivo dolor le impedíacontestarme, y sólo se quejaba. Al cabo de un rato, se calló. Y entonces, cuando yo ya no tuvela fuerza de decirle nada, él empezó a hablar con una voz rara, como si estuviera dirigiéndose aalguien más.
– El lago congelado... Papá... Habías hecho un hoyo... Mi primer pescado...
Estabadelirando.
– Un lucio... Lo hubieras visto... Y tu mirada... Estabas...orgulloso... de mí.
– Apuesto a que era un lucio enorme, hermano, ¿eh?
No hubo respuesta.
– ¡Muy pronto le podrás contar tus hazañas a tu padre! ¡Eres un as con la honda! Yotambién, cuando era chico, les disparaba a los lemmings y a los ratones. Para dar en el blanco,mi madre me decía: "Tienes que vaciar tu mente... Ese es el secreto... El corazón es tu guía... Elcorazón...". No sé si ése era tu método, hermano, pero ¡qué bien te los cargaste!
Gabriel ya no reaccionaba. Habría querido detenerme, pero sabía que los otros nos pisabanlos talones y que había que correr, así que eso fue lo que hice. Al comienzo, el peso de sucuerpo me aplastaba. Y después poco a poco, asombrosamente, se fue aligerando. Mientrasavanzaba a lo largo del río furibundo, era como si mis pasos no hicieran ningún ruido al pisar.
Acabé por sentir que yo era un fantasma llevando a otro,
Un poco más lejos me crucé con un caribú que, en huir, sólo dejó de masticar la hierbapara vernos pasar. No sé si era por el hambre o por el cansancio, pero todo sucedía con tanextraña lentitud que pude observar su cornamenta. Estaba increíblemente grande, recubiertade terciopelo, semejante a un árbol joven sobre su cráneo. Ese caribú majestuoso era como losespíritus protectores del bosque de los que me hablaba mi madre cuando era pequeño. Luegode un momento, el animal volteó lentamente la cabeza hacia el oeste: seguí su mirada hastapercibir dos barras metálicas y paralelas que corrían entre los árboles unos cientos de metrosmás abajo...
– ¡Aguanta! ¡Puedo ver los rieles! ¡Las vías del tren! ¡Ya casi llegamos!
Pero no hubo reacción alguna.
– ¿Dónde está ese maldito tren? ¡No podemos perderlo!
A pesar del dolor que sentía en los pulmones, en los riñones. en la espalda y en laspantorrillas, intenté hacer un sprint. ¡Tenía que encontrar ayuda, alguien que pudiera salvar ami amigo! Pero de pronto sentí que sus manos me soltaban. Gabriel se aflojó. Tuve quedetenerme para evitar que cayera. Al deslizarse sobre mi espalda, sentí las heridas que mehabía infligido la hermana Clotilde. Adolorido, lo cargué de las axilas para recargarlo contraun árbol.
Tenía miedo de verlo.
Pero debía hacerlo.
Alcé la mirada hacia su cara.
Conocía muy bien esa mirada vacía porque ya me había cruzado con ella más veces de lasque habría deseado. Estaba tras tornado. Miré el árbol. El tronco debía medir unos quince oveinte metros de alto. Sus hojas primaverales, sus nervaduras no dejaban duda alguna: setrataba de un arce.
El árbol favorito de Gabriel.
– Lo siento, amigo – fueron las palabras que salieron de mi boca, y el paisaje parecióconvertirse en cenizas.
Escuché que llegaba el tren. Estaría ahí de un minuto a otro, y si no corría para pescarlo, loperdería. Detrás de mí, los aullidos & Tifus mezclados con los de los cazadores se escuchabancerca. Ya solo quedaba la mitad de la banda y, aun así, parecían llegar por todos lados paraacorralarme.
El exterminio final... Proceden como si se tratara de una cacería, como si fuéramos animales, noté,aunque ya no sentía miedo
Con el corazón hecho pedazos, metí mis dedos índices y medio en el lodo negro. Dibuje doslíneas oscuras bajo los ojos de Gabriel antes de hacer lo mismo conmigo. A esas lágrimas detierra, añadí la sangre de Gabriel sobre nuestra frente y nuestras mejillas. Ambos estábamosmaquillados de rojo y negro. Era la máscara de los algonquines, nuestros ancestros comunes.
Pero yo estoy vivo y Gabriel ha muerto.
Al pensar esto, la bola compacta que traía en el vientre desde que me arrancaron de los brazosde mi madre estalló. Salió algo oscuro y opaco... una especie de melaza grasosa que se desatópor todo mi cuerpo. Había sentido esa rabia estremecerse muchas veces en el fondo de mi ser.Durante seis largos años había hecho todo por contenerla, adormecerla, arrullarla conpromesas.
Esta vez dejé que me invadiera, que me poseyera por completo.
– Quédate conmigo otro poco, hermano – murmuré en un suspiro antes de acercar mi bocaa su oreja para hacerle una promesa que ni siquiera el bosque escuchó...
A lo lejos, los silbidos del tren se perdían en la noche. Muy cerca, la jauría me anunciabauna muerte rápida y violenta. Cerré con suavidad los ojos de Gabriel y subí el cuello de suabrigo. Luego, con el corazón lleno de un odio brutal, me puse de pie para esperar a misúltimos perseguidores...

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Lagrimas de Bosque
Teen FictionEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...