De la superficie blanda y gris del cielo cayeron las primeras gotas. Y ésta era una mala noticia. La buena era que mi artimaña parecía estar funcionando. Los aullidos de la jauría habían disminuido y después cesaron por completo, lo cual permitió descansar un poco.
– ¿Crees que hayan vuelto? – me preguntó Gabriel mientras se refugiaba bajo el espeso follaje de un abeto.
– ¡Me sorprendería! – le contesté y volteé a verlo.
– ¡Ay, ay, ay! ¡Qué facha la tuya! ¡Pareces un demonio! – me dijo riendo.
– ¡Tú no te has visto!
La sangre del zorro seca había dejado unas extrañas marcas color ocre en nuestras caras. Lo peor era ese olor a podrido que nos penetraba por la nariz desde hacía rato... Deslicé el cadáver hasta dejarlo caer en el suelo; lo arrastré un poco más lejos y lo deposité sobre un tronco de árbol que estaba ahí tirado.
– Es demasiado apestoso para nosotros. Puedes recuperarlo si quieres – le dije al cuervo que planeaba en círculos concéntricos allá arriba.
– Ya no sé si es buena o mala señal que nos siga un cuervo... – comentó Gabriel y se rascó la cabeza.
– ¡Qué importa!
Nuestro problema consiste ahora en localizar el sur lo más pronto posible. Y con estas nubes no se ven ni la luna ni el sol.
El cuervo se posó en una rama baja y graznó.
– Tengo un presentimiento -comentó Gabriel.
– No digas, terminarás por traernos mala suerte. Si ya no los escuchamos, es porque... No sé... Porque uno de ellos cayó al agua y tuvieron hacer un alto.
– ¡Eso! ¡Ojalá que a Gordias lo haya atravesado un témpano al puntiagudo! -exclamó Gabriel sonriente a pesar del frío nos invadía.
Retomé la marcha para calentarme y también para avanzar. Pero Gabriel me jaló de la manga.
– Dime, Jonás: ¿crees que quieran matarnos?
– Con ellos, nunca se sabe... Pero también está la recompensa las hermanas les habrán ofrecido...
– ¡Yo estoy seguro de que les daría mucho gusto matarme a mí!, me detestan – añadió Gabriel.
Me reí.
– Si crees que es algo personal, ¡esos tipos odian a todo el mundo!
– Tienes razón. A veces me pregunto si no se odian entre ellos mismos – añadió riendo.
Las gotas de lluvia se multiplicaban y caían sobre nuestras cabezas. El agua estaba helada ya penas si podía controlar el castañeteo de mis dientes.
– ¿Quieres tu abrigo? Negué con la cabeza.
– En poco tiempo ambos estaremos empapados – dije mientras señalaba el cielo que se llenaba cada vez más de nubarrones grises.
Gabriel me miró fijamente como si quisiera atravesar mi piel y ver qué había detrás. La lluvia le escurría por la frente y las mejillas, pero ni siquiera parpadeaba.
– ¿Qué pasa?
– ¿Por qué haces todo esto, Jonás?
– ¿Todo qué?
– Pasarme tu abrigo, salvarme de los disparos, detenerte para esperarme... No entiendo...Sobre todo, porque últimamente no me he portado bien contigo.
En realidad no lo había pensado. Lo único que sabía después de la muerte de Lucía, ya no pensaba en mis actos. Sólo era que seguía mis instintos. Parecido a como era antes, cuando vivía libre en el bosque.
Sólo que entonces yo era feliz.
– Me convidaste galletas y un pedazo de pan... Eso es más bien un buen gesto... –le contesté.
– ¡Es cierto! – admitió Gabriel sonriente.
En ese instante se escuchó el aullido de un lobo, ante lo cual el cuervo alzó el vuelo y los ladridos de los perros se desataron.
– ¡Mierda, están cerca! ¡Hay que moverse!
Sin luna, sin estrellas y sin sol, era difícil saber qué dirección tomar. De cualquier modo, lo único posible era ir en dirección opuesta a la jauría...

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Lagrimas de Bosque
Teen FictionEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...