La luz disminuía, el viento se alzaba y en el aire había una electricidad perniciosa. ¿Acaso era por la presencia de los cazadores que despellejaban y curtían la piel del alce ahí cerca? ¿O a causa de la tensión entre Gabriel y yo? Sin embargo, después de que aclaramos las cosas de forma un tanto brusca, habíamos trabajado a buen ritmo y poco a poco reparamos la cabaña...
Cuando colocamos el último tablón, bajamos de nuestro puesto evitando mirar hacia donde estaban los cazadores. Sansón, que andaba cerca, nos apartó de inmediato de allí. Parecía estar pendiente de algo. Nos sirvió una gran taza de café caliente y azucarado a cada uno. Con el frío que hacía, recibimos gustosos esa bebida reconfortante. Además de calentarnos, nos proporcionaba la energía necesaria para la caminata de una hora que nos esperaba antes de llegar al internado.
– Los dejo que regresen solos por esta vez – nos dijo, lo cual nos dejó asombrados.
Era la primera vez en diez años que Sansón nos daba la oportunidad de caminar solos. Después de todo, faltaba un mes para que fuésemos libres, por lo que no nos interesaba escapar.
Además, estábamos muy cansados y hambrientos como para lograrlo... No le contestamos y nos pusimos en marcha de inmediato, no fuera a ser que cambiara de opinión.
Un viento helado y silbante sopló todo el tiempo. Los pies y las manos me ardían, y mi estómago estaba tan vacío que me daba la sensación de que en cualquier momento yo saldría volando por los aires. Frente a mí, Gabriel también caminaba arrastrando los pies. Debía de estar igual que yo. Y, no obstante, casi podía asegurar que él, igual que yo, apreciaba aquel momento. ¡Significaba mucho poder caminar así, solos en el bosque! Era algo así como un preludio a nuestra ya cercana libertad...
Estas ideas de libertad rondaban en mi cabeza cuando vi que Gabriel parecía sorprendido. Y con razón: Séguin iba caminando no lejos de ahí. Visto de espaldas, cojeando, con su abrigo negro, parecía un ave de mal agüero.
Ya lo había visto antes paseándose en el bosque, pero era la primera vez que me cruzaba con él... Iba bastante lejos de nosotros, por lo que disminuimos el paso para dejar que se adelantara.
No estaba muy seguro de que Sansón tuviera autorización para dejarnos solos y no quería que la Víbora nos sorprendiera sin escolta...
No nos encontramos con Séguin en la entrada del internado La hermana Clotilde fue quien nos abrió la puerta, apurada. Se notaba tensa; nos ordenó que entráramos rápido sin darnos una explicación y ella también entró casi corriendo. Ahí dentro, nos sorprendió ver a algunos alumnos reunidos que cuchicheaban entre sí. Casi la mitad de los internos se encontraban en el vestíbulo. Sus rostros reflejaban angustia mezclada con excitación.
– ¿Qué ocurre? – le preguntó Gabriel a un inuit de aproximadamente doce años.
– ¡Tres se escaparon!
– ¿Qué? ¿Con esta tormenta? ¿Quiénes?
– Unos nuevos... Todo el mundo cree que están muertos, pero esperamos que al menos lo hayan logrado.
La voz de Séguin los interrumpió.
– ¡Con esta tormenta! ¡Se escaparon con esta tormenta! ¡Jamás voy a entender a estos salvajes! ¡NUNCA! – gritó al pasar.
El sacerdote parecía desconcertado. Mientras subía por las escaleras, yo pensaba que en realidad ese tipo de cosas sucedían con cierta frecuencia. A menudo los nuevos no soportaban los malos tratos. Pero a veces los más antiguos, hartos, también lo intentaban. Debido al frío, la mayoría regresaba arrastrándose y con la certeza de que le esperaba un severo castigo. Y el castigo siempre era el mismo. Séguin los encerraba en el cuarto subterráneo al que llamábamos "el calabozo", aunque casi ninguno de nosotros hubiera puesto un pie ahí dentro... Había una historia que corría de boca en boca con el fin de disuadir a los que planeaban escapar. Unos años atrás, un chico había logrado pasar tres días y tres noches fuera, pero los cazadores lo encontraron y trajeron de vuelta en muy mal estado. Séguin dijo que un oso lo había atacado, pero muchos dudaron de esta versión. Y es que, si un oso ataca, son muy pocas las probabilidades de sobrevivir. En pocas palabras, la Víbora lo había encerrado en el calabozo durante un tiempo excesivo y cuando salió, se mostró dócil y silencioso. A partir de entonces, todos asociaban el calabozo con el infierno que estaba dibujado en el mural. En realidad, era un sitio helado donde el sufrimiento era incesante; el último recurso para por fin "matar al indio que hay en el niño", y que se aplicaba a los más recalcitrantes.
– ¿Crees que los encuentren? – preguntó el número cincuenta y cuatro, un niño de unos diez años con el que compartía mi dormitorio.
– ¡No lo creo! ¡Con este viento, los perros no podrán seguirles el rastro! – contestó el número cincuenta y tres, otro chico un poco mayor.
– Yo creo que pueden lograrlo. El viento sigue soplando, pero ya no cae la nieve – dijo con voz débil un chiquillo cuyo número no recordaba.
– Pase lo que pase, están jodidos – murmuró Gabriel con aire sombrío.
Los demás fingieron no escucharlo. Yo los oía mientras canturreaba y acomodaba las sábanas de mi cama. Yo también había pensado en huir. Sabía que era necesario atravesar el río y, después, caminar hacia el sur para volver a hacer el trayecto hasta el sitio donde el camión nos había dejado. Según mis cálculos, era una caminata de dos días a través del bosque hasta topar con las vías del tren. Sin dinero, la opción era abordarlo sin hacerse notar, ocultarse en algún vagón de carga, evitar ser sorprendido y procurar bajar en el lugar correcto...
Un día le había preguntado al padre Tremblay y él me había dicho que el tren pasaba una o dos veces por semana. Se internaba en el bosque y se dirigía al norte, un rumbo que no era el mío. Pero me había enterado más tarde que, si bajabas en la siguiente estación, podías tomar el tren que iba en el otro sentido para llegar al sur.
Mi sur
Mi bosque.
Mi "hogar".
Y Estela.
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Lagrimas de Bosque
Teen FictionEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...