22

56 3 0
                                    

Remonté un poco más bordeando la orilla y me escondí detrás de una roca. Los rayos de la luna teñían de manera extraña el paisaje y me daba la impresión de estar atrapado en el País de las Almas. Desde ahí vi cómo Moras llegaba con trabajo hasta el otro borde y trepaba en la orilla. Cuando los otros cazadores lo alcanzaron junto con la jauría, el señaló con el dedo el río y vociferó:

– Ese bastardo me hirió! ¡Atrápenlo y tráiganme sus testículos!

– Dejamos a Tornado contigo? – le preguntó uno de los gemelos

– Me importa un carajo! ¡Digo que vayan a agarrarlo! ¡Ah... no puede ser!

– Cilas, trata de vendarlo mientras que tu hermano y yo vamos tras ellos. ¡Nos la van apagar!

Los dos hombres azuzaron a los perros con sus gritos y se lanzaron en nuestra búsqueda avanzando por la ribera.

Gabriel iba adelante, pero estaba agotado y me temía que tarde o temprano lo alcanzaran...

Hice a un lado el miedo y el frío y me sumergí de nuevo en el agua para dejarme ir con los rápidos. Colas y los perros se habían distanciado de Gordias. Podía ver su enorme silueta corriendo sola sobre la orilla.

Era mi oportunidad...

A ratos nadando y a ratos dejándome llevar por la corriente, pronto gané terreno. Cuando llegué a su altura, salí del agua y me lancé sobre el para embestirlo con todas mis fuerzas. Él no me había visto llegar y con el impacto soltó su rifle y cayó de espaldas Un poco aturdido, rodó para recuperarlo. Me lancé de nuevo sobre él como un loco, tomé su cabeza entre mis manos para golpearla contra el suelo. Mientras forcejeaba, intentó dirigir el cañón de su arma hacia mí. ¡Pero yo ya no era un niño, ni aquel interno aterrado a quien su perro había mordido seis años atrás! Con los pulmones desgarrados por él esfuerzo, pasé un brazo alrededor de su cuello y apreté con todas mis fuerzas mientras con el otro doblaba su nuca hacia atrás. Gordias daba codazos en mis costillas para obligarme a soltarlo, pero mi rabia era tal que yo no sentía el dolor... Seguí apretando y sentí que sus movimientos se espaciaban y ví cómo las venas de su cuello se hinchaban.

De pronto se soltó, inconsciente.

Podría haber acabado con él en ese momento. Preferí empujarlo lejos de mí. Recogí mi arco y mis flechas y, sin voltear hacia atrás regresé al agua.

Los dientes me castañeteaban sin parar, cuando un kilómetro más lejos vi por fin a Gabriel. Estaba fuera del agua, de pie, inmóvil, vuelto hacia donde venían los ladridos. Intenté salir del río, pero una gran raíz de la que quise agarrarme se me deslizó de las manos y la corriente me llevó un poco más lejos. Desde ahí vi que los perros llegaban a toda velocidad y Gabriel, de espaldas, le daba vueltas en el aire a una piedra. La lanzó con precisión y le dio a Tornado en el hocico. La perra aulló de dolor y cayó hacia enfrente chocando contra Tifus que también cayó con el golpe. Gabriel volvió a la carga y le disparó a Tifus, pero la piedra sólo le rozó la cabeza. Llegué a la orilla justo en el momento en que los tres perros, con el hocico espumeante, bon tras él. Estaba paralizado, resignado a recibir las mordidas que le desgarrarían las piernas. Cuando sintió mi mano moja- da que lo jalaba del cuello, por poco y me suelta un puñetazo. Debido al ruido del agua y los ladridos, no pudo escuchar de inmediato lo que le dije:

– ¡Corre! ¡Corre! – escuchó al fin, mientras yo disparaba una flecha que fue a clavarse en la pata de Taiga.

– ¡No! – respondió Gabriel.

– ¡Tomó otra piedra, y mientras la giraba en el aire, exclamó Tú mismo lo dijiste! ¡Si queremos salvarnos hay que matar a esos malditos perros!

Hirió en el ojo a Tempestad, que lanzó un grito de dolor y cayó al suelo. Otra flecha rasguñó a Tifus y lo obligó a huir. Pero lo peor estaba por llegar. Detrás de los dos perros heridos, Colas nos apuntaba con el rifle.

– ¡Se acabó la partida, bastardos!

Gabriel estaba al frente, yo detrás de él. Si el cazador disparaba, una sola bala nos atravesaría a ambos. Tenía que impedírselo. ¡Debía herirlo antes de que su dedo apretara el gatillo! Sin pensarlo me eché a un lado y preparé la flecha. Escuché e disparo justo en el momento en que solté la cuerda. La flecha cruzó el aire con un silbido y se clavó en el cuello del cazador. Éste soltó el arma, se llevó las manos a la garganta con aire incrédulo intentando en vano sacarse la flecha. Al final cayó de rodillas balanceando la cabeza, hasta dar contra el suelo lodoso con un sonido salpicaste y nauseabundo.

– Éste ya no nos podrá hacer nada – dije dirigiéndome a Gabriel

Pero Gabriel estaba en el suelo, recostado de lado. A la altura de su pulmón derecho había una mancha roja que se expandía. Vuelto un loco, me arrodillé cerca de él y alcé con cuidado y su torso para apoyarlo contra mi muslo. Abrió los ojos y me miró sorprendido.

– Se acabó. Ese desgraciado me dio...

– No es nada, vas a estar bien...

Pero sobre su pecho la flor de sangre se extendía.

– No lo creo... Mi corazón se siente débil, sus latidos son como el batir de alas de una mariposa – me dijo con voz quebrada.

Arranqué un pedazo de tela de mi pantalón para aplicarlo sobre la herida. De paso noté que él había tomado una agujeta de sus zapatos para fabricar la honda.

– ¡Vas a estar bien, hermano! ¡Ya casi lo logramos!

La mano de Gabriel se aferró a mi hombro. Haciendo uso de sus últimas fuerzas, me miró a los ojos.

– No te esfuerces... Es la ley de la selva. Sansón lo dijo siempre. Sólo sobreviven los más fuertes – agregó con calma, justo antes de deslizarse hasta el suelo.

Por un momento me quedé pasmado mientras unos aullidos de rabia se esparcían por todo el bosque. Aparentemente, Gordias se había despertado y había encontrado a su perro herido...

Recogí mi arco y me lo amarré a la cintura.

¡Demasiados muertos!

¡Ya son demasiados muertos!

Transido de dolor y de cólera, cargué a Gabriel, me lo eché a la espalda con una fuerza tal que me sorprendió. Imploré con la mirada a los abetos que parecían observarme.

¡Ayúdenme a llevarlo! ¡Hagan algo para retenerlos!, les supliqué en silencio.  


Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora