En el internado, el ambiente era cada vez más lúgubre. Los tres chicos seguían encerrados enel calabozo y nadie sabía si seguían con vida. Afuera, el viento soplaba con mucha fuerza, comosi se tratara de un montón de fantasmas.
Los más pequeños estaban obviamente aterrados. Y los medianos y los grandes no estabanmejor. Un poco antes de la hora de levantarse, escuché en el dormitorio cómo algunos, en vozbaja, intercambiaban sus temores.
– ¿Crees que la Víbora los dejará morir?
– Lo sabremos muy pronto...
– Parece que él les hizo cosas y que por eso decidieron largarse.
– ¡Entre más tiempo pasa, más temo no salir de aquí nunca!
– ¡Si, yo también! Pero ¿qué podemos hacer?
La tensión iba en aumento. Para calmar un poco los ánimos, Séguin anunció después deldesayuno que tendríamos un día de descanso. En cuanto hizo el anuncio, las hermanasdesaparecieron en sus habitaciones. Nosotros debíamos terminar antes nuestras tareas delimpieza. Pero una vez concluidas, teníamos derecho de hacer casi lo que quisiéramos. Tododentro del internado, por supuesto.
Eran las diez treinta. Desde una de las ventanas del dormitorio observaba el recinto que eracomo una jaula. El enrejado alto delimitaba un rectángulo sin vegetación alguna. Me sentíacansado y desamparado. Con excepción del día de Navidad, no teníamos derecho a ese tipo de"pausa", y a final de cuentas esa libertad a medias era peor que la rutina... En lugar de esto, mehabría gustado estar de pie en medio de los árboles, y sin tener que cortarlos. Llenarme con elolor de sus esencias variadas. Relajar la mente al escuchar con atención el susurro de susfrondas.
Pero eso era algo imposible.
¿Qué hacer, entonces?
¿Ponerme a dormir? No.
¿Remendar mi ropa? Ya lo hice.
A falta de inspiración, salí al patio. El cielo estaba gris y el viento cortante pegaba en la caracon una fuerza tal que varios de los internos prefirieron quedarse adentro. Frente a mi estabala bodega rodeada de montones de leños. Tres chiquillos se divertían brincando sobre ellos. Ami derecha, el huerto donde cultivábamos algunos nabos y cebollas: otro cuadrado cubierto dehielo. Dudé sobre qué dirección tomar y finalmente rodeé el edificio.
A la vuelta estaba el patio de recreo. El problema era que el cementerio ocupaba ya casitodo el lugar. Las tumbas verdaderas estaban muy por debajo de la capa de hielo, mientras quelas provisionales se extendían justo bajo mis pies. Podía imaginar fácilmente las caras intactas,vueltas hacia el cielo... Casi desfallezco, pero al instante me alegré al ver a Lucía un poco máslejos, en compañía de su hermanito. Estaba en cuclillas frente a él y depositaba en su manoobjetos pequeños que él colocaba cuidadosamente sobre las tumbas de hielo. Me apresuré parareunirme con ellos, pues me daba curiosidad ver qué hacían.
– Ayer por la noche grabé unos mensajes sobre pequeños trozos de corteza. Son para quelos acompañen en su viaje – me explicó.
Pude ver que sus ojos vivarachos habían recobrado su calidez y eso me reconfortó
– Más vale que Séguin no te vea haciéndolo – le aconsejé.
– ¡Olvida por un momento a la Víbora! – me contestó molesta, antes de añadir – Decualquier modo, ya terminamos de hacerlo. Ahora vamos a jugar. ¿Quieres jugar con nosotros?
Dudé un momento...
– ¡Anda! ¡Bien puedes divertirte un poco! Su hermanito le tomaba la mano y esperaba mi respuesta.Pero yo me sentía torpe y demasiado grande para ese tipo de cosas.
– Hace tanto tiempo que... No sé si pueda...
– ¡Claro que puedes! Además, jugar a las escondidas entre dos no es divertido – meinterrumpió alegre.
Había algo de magia cada vez que Lucía me sonreía. Al instante, el entorno setransformaba. El cielo me parecía menos gris y el frío disminuía.
– ¡Por favor, número cinco! Y puedes medir con tu reloj cuánto tiempo le lleva a mihermana encontrarnos – añadió su hermanito mirando con interés mi muñeca.
– Bueno, tal vez pueda...
– ¡Sí que puedes! ¡Estamos vivos! – exclamó ella al tiempo que giraba dando vueltas comoun trompo.
Lucía tenía razón. Bajo nuestros pies yacían los cuerpos fríos, inmóviles por siempre.Cuerpos demasiado jóvenes. Cuerpos que ya no podrían jugar a las escondidas. Algunoscuerpos que, como yo, habían soñado con volver a sus hogares en el verano y que ya no loharían...
– De acuerdo! – alcancé a responder. Lucía me lo agradeció con una gran sonrisa. En seguida se tapó los ojos con las manos yempezó a contar.
– Veinte, diecinueve, dieciocho, diecisiete...Tomé aire, cogí de la mano a su hermanito y corrí para esconderme con él detrás de la capilla.
Al final, pasé un rato muy agradable jugando con ellos. Tanto que esa noche mis sueños fueronmás dulces...

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Lagrimas de Bosque
Teen FictionEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...