De nuevo llovía. Era una llovizna pegajosa que se evaporaba en el cuerpo. Pronto me parecióver cómo el alma de mi amigo remontaba lentamente hacia el cielo.
– Adwachiyeh... Adwachiyeh, hermano! – le grité antes de desvestirme para trepar deinmediato en el arce.
Cuando llegué bien alto, hice una ranura en la corteza y sorbí la savia azucarada del tronco.Sentí cómo el líquido se deslizaba hasta mi estómago. Me puse de pie en una de las ramas altasy, atento a los sonidos del bosque, los esperé.
Tifus fue el primero en llegar corriendo.
Babeaba, gruñía, ya no era un perro sino un monstruo que un día se había hartado con micarne. Un monstruo hambriento que se acercaba al cuerpo de Gabriel sin saber que un sersombrío lo observaba desde su puesto. Me puse en cuclillas. Estaba a más de tres metros delsuelo, con el corazón tan frío como las lágrimas que caían del cielo. Jalé la cuerda de mi arco yapunté con calma.
La última flecha en la ranura, la mano que sostiene la cuerda se crispa, el músculo tenso, el silbidosedoso que atraviesa el aire, un leve chillido y...
Tifus cayó.
Había sido fácil, tan fácil que sólo me arrepentí de no haber obedecido a mi instintoanteriormente para matar a esas malditas bestias. Gabriel no estaría muerto... Por desgracia nopodía regresar en el tiempo y modificar mis actos. Y aún debía enfrentar a Mordías y a Cilas.
El problema: ya no me quedan flechas y no hay tiempo para tallar otra.
Pensé vagamente en el cuchillo que estaba en el bolsillo del pantalón que había dejado tirado,pero no hice nada por recuperarlo. Me sentía subyugado por la bruma que emanaba de latierra. Era cada vez más espesa, subía hasta mi altura, me envolvía en una nube como si elbosque quisiera ocultarme de mis enemigos. La humedad se me pegaba al cuerpo y penetrabapor cada uno de los poros de mi piel. De repente escuché el canto de los lobos. Esta vez estabanmuy cerca, tal vez eran siete u ocho: seguramente la sangre los había atraído. Ya me habíacruzado con ellos antes durante el invierno. Sabía que, en esa época del año, las bestiasescuálidas estaban dispuestas a cualquier cosa para alimentar sus cuerpos enflaquecidos.
– ¡Mahigan! ¡Mahigan! ¡Mahigan!-los llamé en lengua algonquina.
La respuesta me llegó en forma de unos largos aullidos. La bruma se había impregnado yacon el olor de los animales y entonces, muy cerca, escuché el grito de Gordias:
– ¡Nunca debiste matar a mi perro, miserable come bannock! ¡Ahora sentirás mis propioscolmillos en tu carne!
Qué previsibles son, me dije antes de que todos mis pensamientos se borraran.
Escuché unos disparos allá abajo, pero no me asusté. La bruma me ocultaba y me transportaba;podía respirar los aromas del bosque y me compenetraba con él. Yo podía sentir cómo la saviaque venía desde las profundidades de la tierra subía por las raíces hasta las ramas más delgadasantes de penetrar en mí. El bosque me alimentaba.
Cerré los ojos, abrí los brazos en cruz, respiré hondo y mentalmente hice el trayecto a lainversa. Bajé por el tronco, avancé a través de la tierra espesa donde hay un hervidero de seresminúsculos para absorber la sangre de mis ancestros, la misma que había regado esa tierradurante más de siete mil años.
Al instante recordé a mi clan.
El clan del mahigan, el clan del lobo al que pertenecían mi abuelo y mi padre. En unarevelación, entendí que mi jauría estaba allí, por todo el bosque, en los gritos agudos de esosanimales salvajes. En ese momento, ya sin retener el dolor, alcé la cara hacia la punta del árboly emití un aullido muy largo.
Al callar tuve la impresión de que el bosque se había detenido para escucharme. En aquelsilencio puro, el chasquido del fusil que alguien volvía a cargar me pareció burdo. Percibí quela bruma se había dispersado un poco y pude ver a Gordias. En su rostro se notaban las huellasde nuestra lucha: el pómulo hinchado y un ojo cerrado. Levantó el arma hacia mí y pareciódudar ante una presa demasiado fácil, que ni siquiera intentaba huir. En sus ojos no se reflejabaya la locura del asesino, y en su lugar percibí cierta inquietud. Algo no estaba bien. Giró unpoco la cabeza y los vio. La jauría se había agrupado detrás de él, atenta y amenazante. El loboque estaba a la cabeza de todos gruñó y avanzó despacio. Gordias se dio vuelta e intentodisparar, pero el disparo no salió. Mientras retrocedía, quiso recargar el arma. No tuvo éxito.
Presa del pánico, soltó el rifle y se echó a correr. En ese momento el jefe de la manada decidióatacar y los demás lo siguieron.

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Lagrimas de Bosque
Novela JuvenilEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...