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Para evitar que alguien nos viera al salir de la capilla debíamos rodear por la parte más repletade árboles. Encorvando la espalda nos alejamos lo más que pudimos de la reja del internado ypenetramos en el bosque. ¡Esta vez nos largábamos definitivamente! Pero íbamos huyendo, demanera que el aire que entraba por mis pulmones me exaltaba y me angustiaba al mismotiempo...

Cuando nos alejamos lo suficiente, nos desviamos hacia el río. Su sonido nos guiaba. Portodos lados se escuchaban los crujidos siniestros del deshielo, que nos avisaban que el hielopodía romperse en cualquier momento. Y, en efecto, la capa congelada mostraba algunossignos de fragilidad.

– ¡Esto es muy arriesgado! ¿Y si bajamos para ir hasta el puente? – sugirió Gabriel.

– ¡Gran idea! ¡Pasaríamos justo frente a Sansón! – le contesté mientras me anudaba el collarde Estela alrededor del cuello.

Provisto de mi amuleto, puse un pie sobre la placa brillante. El río no era muy ancho, peroGabriel tenía razón: cada paso podía ser fatal. Dos pasos. Para no pensar en eso fijé la vista enla otra orilla. Tres pasos. Como un funambulista, con los brazos extendidos, respirando apenas,intenté caminar en línea recta y hacer a un lado las imágenes que me perturbaban. Cuatropasos.

El cuerpo helado de Lucía.

El de la Víbora en el fondo del lago.

Aquel zorro del que me había hablado Sansón, atrapado en el hielo.

Por fin puse un pie en la otra orilla y reprimí un gesto de dolor. La espalda a me dolía porhaber estado tenso durante la travesía. Respiré hondo y me di vuelta para ver por dónde veníaGabriel.

 Estaba inmóvil, totalmente paralizado en mitad de la capa de hielo.

– ¡Sigue! ¡Ya casi llegas!

– ¿Qué haremos allá? ¡Ni siquiera sé si encontraremos el camino que lleva a las vías deltren! – me replicó.

–¡Yo sí lo sé! ¡Anda! ¡Muévete!

La superficie del río emitió un tronido siniestro y bajo las piernas de Gabriel apareció unagrieta.

– ¡Voy a morir congelado! – gritó aterrado.

– ¡Te pudrirás en la cárcel si sigues gritando de esa manera! ¡Avanza!

Estiré la mano hacia él. Gabriel, con el entrecejo fruncido, los ojos fijos en el suelo, serecompuso.

– Eso, así es mejor... Un paso y luego otro... Despacio... No dejé de hablarle hasta que llegó hasta mí.

Apenas puso un pie en tierra firme, la grietadetrás de él se extendió hasta la otra orilla y se ramificó en varias hendiduras superficiales.

Muy pronto las placas se separarían una de la otra y sería imposible atravesar.

Pero ése ya no era nuestro problema. Ante nosotros aguardaba una inmensidad deconíferas, de senderos inexplorados y de animales salvajes. Según recordaba, debíamos caminaren dirección al sur durante dos días, quizás menos si corríamos. Al llegar a las vías, sólodebíamos posicionarnos en una curva y esperar a que el tren pasara. Tendríamos que lograrsaltar a un vagón que estuviera abierto...

– En cuanto las hermanas se percaten de que escapamos, le pedirán a la policía que noslocalice. ¡Tenemos que tomar ventaja! ¿Estás listo para correr? 

 – ¿Correr? ¿Cómo que correr? ¡Hay charcos de agua por todos lados, nos arriesgamos acaer en el hielo! – lloriqueó.

– ¡Ten valor, hermano! ¡Ahora es cuando debes demostrar- les a nuestros ancestros queeres capaz de vencer a un cri en la carrera!

– Bien... – me contestó desganado.

Descendimos zigzagueando entre los árboles como gamos enloquecidos. Para ser sincero,yo tampoco me sentía entusiasmado. A nuestro alrededor el bosque rechinaba como si fuera aderrumbarse, y yo tenía la terrible sensación de que mundo estaba cerca el fin del mundo.

Los primeros kilómetros fueron muy difíciles. Hacía tanto tiempo que no corríamos... Con lospulmones ardiendo, la garganta quemante, sentía que el corazón me iba a explotar. Escuchabaa Gabriel resoplar a mis espaldas. Tomando en cuenta su constitución, pensaba que debía sermucho más duro para él, y por lo mismo me abstenía de preguntarle lo que fuera...

Metro tras metro, logramos recuperar el aliento.

Nuestras respiraciones se sintonizaron.

Y nos invadió una especie de embriaguez.

Una o dos horas más tarde, Gabriel aullaba de alegría con todas sus fuerzas, y no meatreví a ordenarle que se callara...  

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora