En cuanto entré en el refectorio, tuve el reflejo de mirar hacia Ja mesa de Lucía. Su lugarestaba vacío. ¿Dónde podía estar? Mi corazón se aceleró y entonces escuché en medio delescándalo el sonido seco y regular del bastón de Séguin contra el piso.
– ¿ Se puede saber qué haces, número cinco? – me preguntó.
No me había dado cuenta de que seguía de pie frente al lugar vacío de Lucía.
– ¡Ve a sentarte! – me gritó.
Tuve que hacer un inmenso esfuerzo para llegar hasta mi lugar. Por dentro, ardía de rabia,pero mi cuerpo estaba como adormecido.
¡Soy más fuerte que Séguin!
¡Me puedo lanzar sobre él!
¡Puedo hacerle daño como él a Lucía!
En cuanto me senté, la Víbora golpeó tres veces el piso con su bastón y todos se pusieron depie con la cabeza gacha y las manos juntas para la oración. Yo seguía viéndolo con el rabillodel ojo. Se acababa de dar cuenta de que el lugar de Lucía estaba vacío y eso pareciócontrariarlo. Mientras rezábamos en silenció vi cómo se acercaba a la hermana María de lasNieves y le decía algo al oído. Ella, perturbada, echó un vistazo al lugar vacío y salióprecipitadamente de la habitación. En seguida el sacerdote farfulló rápidamente la oraciónmatutina y dio la orden de servir la comida. Noté que los tres fugitivos estaban sirviendo juntocon tres niñas del dormitorio de Lucía. ¿Cuándo habían salido del calabozo? No tenía idea. Entodo caso, daba pena verlos. Las puntas de sus narices parecían comidas por un wendigo ytenían unas terribles quemaduras recién cicatrizadas en las comisuras de sus labios. Susmovimientos lentos y sus miradas eran la prueba de que habían entendido perfectamente lalección...
Cuando una de las amigas de Lucía pasó junto a mí, me apresuré a darle mi plato.
– ¿Sabes dónde está Lu.... eh... la número cincuenta? – le pregunté en voz baja mientras meservía un cucharón de engrudo.
Se detuvo y, temerosa, miró hacia donde estaba el sacerdote. Creí que iba a contestarme,pero sacudió la cabeza y siguió sirviendo. Casi de inmediato vi que entraba la hermana Maríade las Nieves con la interna desaparecida, y me sentí aliviado. La llevó de la oreja hasta sulugar y la obligó a que se sentara. Pero algo no iba bien. Lucía se dejaba hacer como si fuera untítere. Su cabello mojado escurría sobre su suéter. La piel de su cara era translúcida. Yalrededor de sus ojos tenía unas grandes ojeras grises. Su boca morada a causa del frío parecíacerrada por siempre. Para colmo, la Víbora se colocó detrás de ella y por segunda vez, puso lasmanos alargadas sobre los hombros de Lucía.
Vi cómo las falanges de sus dedos se tornaban blancas, señal que la apretaba cada vez conmás fuerza, y se me congeló el corazón. Después se inclinó hacia ella y le murmuró algo aloído. Me habría gustado escucharlo. Sólo vi cómo, al oírlo, dos lagrimones escurrieron por susmejillas. Un fuerte dolor me atravesó el pecho y mi corazón se aceleró brutalmente. No podíacontenerme así que me puse de pie y, furioso, clavé la mirada en el sacerdote. Tenía los puñoscerrados y estaba presto a saltarle encima.
– ¡SENTADO, NÚMERO CINCO! Permanecí de pie.
– ¡He dicho SENTADO! – repitió más fuerte. Al ver que yo no me movía, dejó a su víctimay tomó su bastón; lo alzó en el aire y caminó con paso firme hacia mí. Esperé que el golpe mecayera encima pero el bastón cayó sobre la mesa e hizo estallar mi plato.
– ¡Los perros maleducados no tienen derecho a comer! – declaró.
De cualquier manera, yo no habría podido pasar bocado.

ESTÁS LEYENDO
Lagrimas de Bosque
Novela JuvenilEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...