El sol brillaba por encima de nosotros en el cielo azul cobalto. El hielo que se derretía a una velocidad increíble, lo que podía provocar los muertos se asomaran a la superficie. Pero las hermanas no pensaban por ahora en organizar los entierros definitivos de los alumnos: tenían otra cosa en qué pensar. Luego de recibir el cuerpo de Séguin, nos ordenaron salir a todos...
Todas las caras se veían pálidas y ojerosas por el hambre. Mirábamos en silencio el trineo de Sansón o, más bien, el cuerpo cubierto por una gran lona negra. La hermana Clotilde se encontraba a un lado, tiesa como una regla, pero con una expresión extrañamente relajada.Noté que con la mano derecha agarraba fuertemente la empuñadura metálica del bastón del difunto.
– Niños, esta noche tuvo lugar un horrible drama – nos anunció con voz clara mientras que las hermanas María de las Nieves y Adelia, con la cabeza agachada, juntaban las manos en actitud de oración.
La hermana Clotilde hizo una pausa y continuó en un tono de congoja:
– Tengo la pena de anunciarles que esta mañana fue encontrado el padre Séguin muerto enel lago.
Ninguno lloró. Un cierto alivio se reflejaba en los rostros fatigados
– No ha sido un accidente! ¡Nuestro sacerdote fue salvajemente asesinado! – exclamó de pronto.
Se escucharon algunos murmullos de inquietud en las filas Este anuncio retrasaba aún más la hora de la comida...
– ¡Por supuesto debemos encontrar a los culpables cuanto antes! ¡Si Satanás se esconde entre ustedes, deben denunciarlo! O... ¡DIOS VENDRÁ A CASTIGARLOS A TODOS! –gritó, con los ojos exorbitados.
Los más pequeños rompieron a llorar. Dos o tres niñas de unos doce años quisieron ir a reconfortarlos, pero las hermanas María de las Nieves y Adelia retuvieron a los niños entre sus faldas negras y no permitieron que ellas se acercaran. Por mi parte, sentía que el círculo se cerraba. Era evidente que Sansón lo sabía y los chicos de nuestro dormitorio nos miraban con insistencia a mí y a Gabriel. ¿Qué habían escuchado o captado el día anterior? Lo que fuera, y a pesar de las galletas que les había prometido, no permanecerían callados por mucho tiempo...
– ¿Y bien? ¿Nadie? – preguntó mientras caminaba lentamente frente a cada uno de nosotros. Las cabezas se agachaban una tras otra. La hermana llegó frente a Gabriel y reformuló la pregunta:
– Me da la impresión de que el número cuarenta y dos tiene algo que decir, ¿o me equivoco?
Gabriel empezó a alisar su pantalón con gesto nervioso. ¿Se habría deshecho del guante manchado de sangre? Un frio intenso me invadió las entrañas. ¡Si en ese momento cedía,estábamos perdidos! La hermana permaneció un momento frente a él y pude ver cómo cambiaba de color. Los labios le temblaban y abrió ligeramente la boca.
– ¿Y bien, número cuarenta y dos? – insistió la hermana acercándose a él.
Estaba seguro de que éste era el fin. Escudriñé mi entorno para ver qué opciones me quedaban. Sansón estaba un poco más lejos, junto al portal, pero la reja no estaba cerrada
Tenía entonces una leve oportunidad de huir. Si corría rápido quizás pudiera escapar.
– No me siento bien, hermana... Todos esos muertos. Parece que esto no acaba... Creo...creo... que... ¡voy a vomitar! – lanzó finalmente Gabriel y se dobló en dos hacia enfrente emitiendo un sonido estrepitoso.
La hermana dio un paso atrás, asqueada. Furiosa, desató su cinturón de cuero. En ese momento la cara se le deformó, y era como ver a la Víbora.
–¡Muy Bien! ¡Mientras no sepa quién es el culpable, azoaré al azar a uno de ustedes cada día! – decretó.
Gabriel se enderezó y se limpió la boca. Estaba lívido y se tambaleaba un poco,
– ¡Tu! ¡Retírate el suéter! – gritó agarrando de los hombros al pequeño Pablo.
Me quedé helado. Con los ojos llenos de lágrimas, el herma- nito de Lucía comenzó a desabotonar su suéter. Por un segundo imaginé que gritaba de dolor. Esta idea me pareció intolerable.
– ¡ESPERE!
La hermana Clotilde se dio media vuelta hacia la voz que se interponía entre ella y su víctima. Cuando vio que se trataba de mí, sus ojillos oscuros brillaron intensamente.
– ¿Qué pasa, número cinco? ¿Tienes algo que confesar?
– Sólo quiero que me azoten a mí en lugar de a él.
– ¿Ah, sí? ¿Y por qué harías algo así si no eres tú el culpable?
– Es muy pequeño y ya sufrió bastante últimamente. Le recuerdo que su hermana murió apenas hace unos días...
– ¿Crees que no me acuerdo?
– No.
– ¿Estás seguro de que no hay otro motivo?
– Seguro.
Nadie chistó.
La hermana dudó un momento y después me sonrió de la peor manera que jamás haya visto hacerlo. Su cara era la encarnación del odio y su boca se estiró con una mueca que dejó ver una hilera de dientes perfectamente blancos. Su cofia blanca alrededor de su rostro pálido me hizo pensar en la máscara de la muerte.
Sabía que no iba a temblarle la mano. Yo siempre había sido una molestia grande para ella. Era más fuerte, más grande, más tranquilo que cualquier otro, y creo que siempre me sintió fuera de su alcance. Por otro lado, me quedaban tan solo tres semanas antes de salir de allí, pero la hermana bien sabía que no era demasiado tarde para machacar a alguien...
– En ese caso, número cinco, retírate el suéter...

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Lagrimas de Bosque
Genç KurguEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...