20

101 3 0
                                        

Yo sabía que los cazadores no iban a dejar de seguirnos. En primer lugar, por su naturalezadepredadora. Y también porque nos detestaban profundamente. Cuando digo "nos", me refieroa los indios en general. Yo era un cri, Gabriel un inuit, pero para ellos sólo éramos unossalvajes. Se trataba de un racismo primario, un instinto gregario profundamente instalado ensus células. De padre a hijo se transmitían esta idea absurda: "Mi grupo es superior al tuyo.

Merece más que el tuyo estas tierras. Sólo por eso tenemos que hacer todo lo posible poreliminarte".

Evidentemente estaba de por medio la recompensa. Pero yo había captado perfectamente loque Gordias le había dicho a su secuaz. Querían nuestro pellejo. Igual que con sus presas decaza, si nos entregaban recibirían una paga por parte de las hermanas. Poco importaba si nosllevaban vivos o no. Quizás incluso era parte de su contrato con la hermana Clotilde. Una vezsepultados, ¿quién podría probar que nos habían asesinado? Las hermanas podrían decir queun oso nos había atacado o que nos habíamos ahogados al intentar huir... En resumen, habíaen- tendido que, si queríamos salir de ésa, debíamos encontrar la manera de detenerlos enforma definitiva. Y sólo veía una manera de hacerlo, por el momento

Matar a sus perros.

Sin sus perros, los cazadores eran como ciegos. Sería mucho más difícil rastrearnos. Además,esos perros eran unos monstruos, peor aún: unas máquinas asesinas. Querían acabar con todolo que se les pusiera enfrente. Lo sabía por experiencia... Al recordar ese momento doloroso,me recorrió un escalofrío helado. Paseé la mirada por el bosque para intentar olvidarlo.

Las sombras movedizas que se ocultaban en él lo hacían parecer más inquietante. Sinembargo, no me causaba el temor que esos cuatro demonios y sus perros despertaban en mí.

Entrecerré los ojos buscando en el paisaje el árbol más alto. Lo localicé rápidamente y medirigí hacia él.

Tomé aire, puse mis manos sobre el tronco y cerré los ojos para percibir bien la energíaque subía desde sus raíces hasta el cielo. Sentí cómo la corteza rugosa emitía unos minúsculosespasmos. Me conecté con el árbol y empecé a trepar. No era difícil. ¡Lo había hecho durantetoda mi infancia!

Hace una eternidad que lo hice junto con Estela.

Estela, de quien ya no recuerdo el rostro.

Estela, cuya silueta se desvanece cada vez más después de la muerte de Lucía...

Conforme subía, vi aparecer un trozo de cielo entre el follaje. Por un momento contemplé laprimera estrella en el firmamento. Sola, sin sus congéneres, brillaba con luz potente.

¿Estela habrá huido al bosque?

¿Será feliz?

¿O, por el contrario, estará confinada en algún internado?

Por más que intentaba conectarme con ella, no lograba percibir el vínculo que había mantenidodurante esos años... Acabé por preguntarme si acaso mi corazón no se habría apagado un pococon cada muerte, y si la de Lucía no había terminado por apa- garlo del todo. En el fondo,aquella estrella allá arriba, sola en la inmensa oscuridad, tal vez representaba el último destelloque había en mi alma...

Cuando llegué hasta las ramas más altas, me senté a horca- jadas sen una y respiré el airefresco y cargado de humedad. Ya no llovía y el viento soplaba. Era un viento poderoso que venía del sur y que disimularía mi olor. Su soplo hacía que se me pusiera la carne de gallina y, porun instante, me dieron ganas de echarme a volar y flotar por encima de la tierra con las almasde los muertos.

Pero mi hora no había llegado.

Me dolían las puntas de las manos y de los pies.

Las cicatrices de los fuetazos de la hermana Clotilde me estiraban la piel.

Me ardían los ojos y me dolía el corazón.

Contrario a las apariencias, estaba bien anclado al mundo de los vivos.

Volvía enfocarme en el paisaje luego de la confusión a la que me había transportado mifatigado espíritu. La luna fijaba en mí su ojo de piedra. Alumbraba la cima de los árboles conuna luz azulada y era como estar ante un vasto océano. Un poco más lejos, divisé una columnade humo que se elevaba por encima del mar de follajes.

Era el sitio donde los cazadores acampaban.

Bastaba con mantenerme en contra del viento para que los perros no me olieran. Al llegarhasta allá, treparía al árbol más alto en el campamento y, una por una, apuntaría a la gargantade esas malditas bestias.

Cerré los ojos para visualizar mejor a los cazadores que dormían bajo sus tiendas, con susrifles, por un lado. Era una locura, pero había que intentar algo. Y, además, ellos esperabancualquier cosa menos un ataque sorpresivo de su presa...

Si había que morir, lo mejor era dar batalla.

Me agarré con ambas manos de la rama del pino y apreté fuerte los dientes para no temblar.

El frío se filtraba cada vez más a través de los tejidos de lana húmedos.

De noche, la temperatura baja alrededor de los cero grados. Si no me muevo, el frío penetrará en misvenas y me congelará la sangre.

Mi corazón se detendrá y moriré en este bosque, arriba de este árbol.

El espíritu de mi madre vendrá a buscarme y me llevará hasta el otro mundo.

Ya no tendré que luchar

Esta parecía ser de pronto la mejor solución o, en todo caso, la más fácil.

– Jonás? ¿Ya te fuiste?

La voz de Gabriel llegó hasta mí como un puñetazo. ¡Mi compañero inuit estaba vivo ycontaba conmigo! Me sacudí ¡Luego de lo que había sucedido con Lucía, yo no podía abandonara nadie más!

Además, creo que este idiota me está cayendo bien. Y, en el fondo, no es tan idiota..., pensé, y en mislabios se dibujó una leve sonrisa.

Me deslicé a lo largo del tronco y caminé hasta el árbol hueco. Pero Gabriel ya no seencontraba ahí. Estaba sentado un poco más lejos, mirando hacia arriba.

– Yo también estoy harto de esconderme dentro de eso que apesta a muerte. El tronco estápodrido o no sé... ¿Y tú, que hacías allá arriba?

– Localizar su campamento.

– ¿Y? ¿Están lejos?

– No mucho, no.

– Estás muy raro... ¿qué te pasa?

Tomé una de las flechas y la coloqué en la cuerda tensa del arco. Le apunté a un árbol alazar, pero no la solté.

– ¿Estás loco? ¡Jamás podrás matarlos a todos! Si matas a Tifus quedan Tornado,Tormenta y el otro, y los cazadores están ahí, ¡te dispararán inmediatamente!

– Puedo darles a dos por sorpresa y después ya veré

– Estás loco...

– Si tú lo dices. Sólo sé que con los perros no tenemos ninguna oportunidad. Nos van arastrear vayamos donde vayamos

Me interrumpí para tomarlo por los hombros y mirarlo fijamente a los ojos.

– ¿No estás harto de huir, Gabriel? ¡Yo sí! ¡Y ahora quiero luchar! ¡Salvar el pellejo!

– ¡Vas a morir! – me vaticinó antes de congelarse.

– ¿Qué?

– ¿No oyes? – me preguntó apuntando con el dedo en dirección al campamento de loscazadores.

Algo en la lejanía.

Un sonido silbante, leve... luego más agudo...

No había duda, ¡era el silbido de la locomotora llamándonos! Su sonido relegó a un segundoplano a los perros por un momento. ¡Debíamos correr para atrapar el tren a toda costa! 

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora