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Pasaron las horas y la lluvia cesó. Las nubes desaparecieron y una luna gibosa iluminó elpaisaje deslavado. Una lechuza, que creía estar sola, cantó justo arriba de nosotros. Su grito meanimó a salir de nuestro escondite. Salí del tronco como si saliera de una caverna. Tenía elcuerpo adormecido y me hormigueaban las piernas. A causa del frío nocturno me escurría lanariz y me lagrimeaban los ojos. Sentía que la muerte andaba merodeando y su olor estaba portodos lados: en la descomposición de la tierra, en ese tronco comido por los gusanos, en losaullidos de los lobos y en nuestros estómagos vacíos...

En cuanto salí de nuestro escondite, respiré hondo e hice algunos estiramientos paradesentumirme y que la sangre volviera a circular. Estaba completamente empapado exceptopor mis pies que tenía bien protegidos dentro de mis botas y envueltos en varios calcetines ytrapos de lana. No había manera de poner a secar la ropa, pero al menos podíamos quitarletoda la humedad posible. Apreté los dientes y me desvestí para exprimir las prendas.

– ¿Crees que anden lejos? – me preguntó Gabriel ansioso, y al escucharlo tuve laimpresión de que era el árbol el que hablaba.

– Se detuvieron para comer, así que no, no deben estar muy lejos – le respondí y me vestínuevamente con la ropa húmeda.

– Escuchaste lo que dijeron? – preguntó al salir del árbol hueco.

Bajo la luz de la luna, Gabriel parecía un espectro

– Si. Si tan sólo tuviéramos un arma...

Gabriel se aclaró la garganta, metió la mano en el bolsillo de chaqueta y sacó de ahí un objetoque me entregó con orgullo.

– ¿Un cuchillo plegable? ¿De dónde lo sacaste?

– Lo pesqué cuando pasamos por la cocina. No querrás atacarlos con un cuchillo, ¿verdad?

Asombrado, miré a Gabriel. ¡Teníamos un cuchillo y eso cambiaba todo!

Me di media vuelta y examiné la vegetación.

– ¿Qué haces?

– ¡Voy a fabricarnos un arma, hermano!

A Gabriel le brillaron los ojos.

– ¿Un arco? ¿Vas a hacer un arco?

– No será el primero que haga... Hay que encontrar la rama adecuada, de arce o de otraespecie que sea flexible...

– ¿Y para la cuerda? – dijo entusiasmado mientras buscaba en el suelo.

– ¡Tengo tendones de caribú! ¡Lo mejor que hay para eso!

sin perder tiempo, seleccioné unas ramas de árbol. La luz de la luna era tan potente comouna linterna.

– Galletas, horquillas, cuchillo... ¿acaso tenías también un escondite bajo el piso deldormitorio? 

 Gabriel estalló de risa.

– Lo pensé, pero temí que me descubrieran. ¿Y las flechas?

– No es difícil. Te voy a enseñar – le dije y comencé a quitar la corteza de las ramas másrectas.

 Tallé unas hendiduras en la punta de las ramas. Me asombré por la velocidad con la querepetía esos gestos del pasado. Sentía que mi madre, donde quiera que estuviera, me guiabapara hacerlo...

– Ahora necesito unas piedras puntiagudas...

– ¡Yo me encargo! 

Gabriel encontró y talló varias piedras. Estaba dotado para hacerlo. O acaso, como todosnosotros, ¿solamente estaba dotado para hacer lo que le gustaba hacer? En todo caso, suspiedras talladas eran perfectas. Sólo quedaba deslizarlas en las hendiduras y fijarlas ahí. Paraello, saqué las agujetas de mis botas.

– ¿Qué haces?

– Necesito cuerda para fijar las piedras en las hendiduras... pero si tienes otra idea,¡adelante!

– Pues... no – dijo Gabriel medio escondiendo sus pies.

Sacudí la cabeza y me reí.

– No te preocupes, hermano. Con mis agujetas será suficiente. 

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora