Los lobos desaparecieron del claro del bosque al mismo tiempo que la bruma se dispersaba. Nodejaron ni rastro del cuerpo, de tal manera que dudé si aquello no había sido un sueño... Alpoco rato, un sol blanco, deslavado por el invierno, calentó el bosque. Divisé el río a través delfollaje. Sus aguas eran ya más claras y brillaban bajo el sol, pero aquella tranquilidad eraengañosa. En cualquier momento, Cilas, el gemelo que seguía con vida, podía aparecer paravengar a su hermano...
Bajé del arce, me puse el pantalón y recogí el rifle y la mochila desgarrada que seencontraba al pie del árbol. Además de sus pertenencias, no había rastro del cuerpo de Gordias.Era como si se hubiera esfumado...
El cuerpo de Gabriel, apoyado todavía contra el tronco, se había caído, pero en su rostro sereflejaba la calma. Lo recosté con cuidado sobre la tierra sin dejar de vigilar los alrededores.Después revisé lo que me quedaba. El arco que había fabricado con prisa había dado de sí y yano servía para gran cosa. Cargué dos cartuchos en el cañón del rifle.
Morir ya no era una opción.
Antes que nada, debía sepultar a mi amigo siguiendo la tradición, es decir, no antes de cuatrodías y cuatro noches. Por lo tanto, como solía decir el padre Temblay, tenía "el pan en elhorno", es decir, mucho por hacer. Para empezar, desvestir a Gabriel. Le quité con cuidado suabrigo manchado de sangre. En una de las bolsas encontré unas piedras y su collar, mismo quedeposité sobre una raíz saliente. Luego le saqué los suéteres obligaban res empapados, ledesaté las botas, se las quité y le saqué también el aborrecido pantalón de franela gris que nos allevar en el internado. Finalmente, tomé entre mis brazos su cuerpo desnudo y lo llevé hasta laorilla.
Ahí lo sumergí un buen rato en el agua para lavar la sangre que se había pegado a la herida.
Después lo sequé cuidadosa- mente con las hojas del arce, lo coloqué sobre una cama seca deramas de pino y lo vestí con el abrigo que había encontrado dentro de la mochila del cazador.
Era un abrigo de piel milagrosamente intacto, tan suave y limpio que de seguro nunca sehabía usado. Habría reconocido ese olor a piel curtida entre muchos, y de inmediato merecordó la vestimenta de mi madre. Estaba hecho de piel de alce, seguramente la del animalque habían destazado el día en que Gabriel y yo reparamos su cabaña...
Luego de hacer todo eso, fatigado, me di cuenta de que tenía sed. Me aparté de Gabrielpara arrodillarme a la orilla del río, metí mi cara en el agua, me tallé los ojos y bebí un poco.
Mientras disfrutaba esa sensación de frescura en la cara, sentí que había alguien detrás de mí.
Aterrado, me di la vuelta, pero no vi nada en particular. Me puse de pie y tomé el rifle quehabía dejado en el suelo, le quité el seguro y puse el dedo en el gatillo.
Estoy seguro de que hay alguien, pensé barriendo el paisaje con la mirada y con el ojo puesto enla mira.
Escudriñé los arbustos y permanecí alerta, pero ninguna presencia se manifestó. Al final de la tarde, el cuerpo de Gabriel estaba envuelto con el cuero y las cortezas deabedul, dos materiales que lo protegerían perfectamente de la suciedad de la tierra. Semejabaun gran capullo, y esa visión me recordó a mi madre. Tenía la de que después de su muertealguien se hubiese ocupado de su cuerpo, y que su alma hubiera podido viajar sin problema. ¿Yesperanza Lucía? Mi querida Lucía... ¿Quién se habría encargado de dar le sepultura en miausencia?
Me recorrió un escalofrío: había olvidado que tenía el torso al descubierto. Prontoanochecería y me apuré a recoger pequeñas ramas para amontonarlas en un hueco del suelo.
Había visto un encendedor en la mochila del cazador, pero preferí hacer fuego como mi madreme había enseñado. Junté varias ramitas sobre una rama de cedro bien seca y entre ellas metíunos pedacitos de corteza de abedul. Planté ahí un palo de cedro al que le di vueltas con lasmanos hasta que una chispa encendió mi fogata. No había perdido la práctica. Una vez que elfuego prendió, fui al río a lavar la ropa de Gabriel para después ponerla a secar frente al fuego.
Cuando hube terminado, me di cuenta de que tenía hambre.
Era demasiado tarde para cazar.
A falta de algo más, puse a calentar un poco de agua en la taza de esmalte del cazador y leagregué unas ramas de pino para hacer una infusión. La endulcé con la savia del arce y la bebía sorbos pequeños, mirando las llamas. Mientras me calentaba, recordé aquellas noches largasque había pasado en compañía de mi madre, con mi cabeza sobre sus rodillas. El fuego mequemaba la cara, mi vista se perdía en el cielo estrellado. En aquel tiempo, me sentía en paz.
Cerré los ojos y logré recordar el olor de la salvia que ella quemaba para alejar a los malosespíritus. Pero todo aquello me parecía ahora muy lejano, tanto que parecía otra vida...
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Lagrimas de Bosque
Genç KurguEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...