D - 58 (22:10)

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Atendieron superficialmente a los tres niños y luego los encerraron en el calabozo por tiempoindefinido. Me hice bolita bajo mi manta, sin lograr conciliar el sueño tan sólo de pensar lo queestarían padeciendo. Todos sabíamos que ese castigo podía costarles la vida, pero no dijimosnada. Únicamente Lucía había demostrado ser valiente. Pero al hablar por todos nosotros,corría el riesgo de tener la misma suerte que ellos... 

Tendido sobre el colchón, me sentí mal, incluso avergonzado. Mis músculos, incapaces deencontrar reposo, se contraían por oleadas.

Intentaba visualizar el bosque para relajarme.

Era inútil.

Una y otra vez me llegaba la imagen de los cuerpos que yo había tenido que poner bajo elhielo. Tenía la sensación de que ya no soportaría más muertes. Estaba convencido de que, siesos tres niños morían también, habría que enterrarlos y eso me haría perder la razón...

A las once de la noche sentí que la temperatura había descendido considerablemente.Temblando de frío, apreté el rectángulo de lana contra mi cuerpo para producir algo de calor.Esa tibieza despertó en mí el deseo de imaginarme dos meses después, lejos, muy lejos de aquellugar. Por supuesto en el sur, donde me encontraría con Estela. 

Hace buen tiempo. Vamos remontando el río en nuestra canoa. A nuestros pies yacen tres hermosastruchas recién pescadas. 

 – ¡Quisiera preparar una comida para festejar a nuestras madres! ¡Voy a cocinar estos pescados conhierbas aromáticas! – dice de pronto Estela. 

Su propuesta me inquieta. Su madre vive en la reserva y no quiero ir allá. Sé que es peligrosopresentarse por ahí. Una vez observé el lugar desde un escondite, y pude ver lo feo que es. Se trata de ungran cuadrado donde se encuentran unas barracas horribles, y un camino yermo que lo atraviesa. Nohay árboles, nada de vegetación, como si hubieran desyerbado la superficie antes de instalar esos cubos demadera y de fierros.

– No podemos ir a la reserva. Vendrás a cocinar a mi casa.

– ¿De veras, Jonás? ¿Quieres que mamá vaya también?

– ¡Sí, pero que no hable de nosotros con los demás!

– ¡Por supuesto! Yo también detesto la reserva... Los otros no me quieren porque mi madre me hizocon un blanco. Para ellos yo soy una... "manzana" –me confiesa ella repentinamente mientras rema confuerza.

– ¿Una manzana?

– ¡Roja por fuera y blanca por dentro! – Pues a mí me gustan mucho las manzanas! ¡Son bellas y ricas!-le contesto alegremente antes deaventarla al agua.

Ella estalla de risa y me jala, y ahí en el río jugamos a salpicarnos durante un buen rato...

Más tarde me enteré de que la madre de Estela pasaba el día bebiendo alcohol y que esto lesoltaba la lengua. En cuanto lo supe, nunca me abandonó la idea de que, muy posiblemente,ella le había contado de nuestro campamento al agente indio... 

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora